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Marco, del miedo a la esperanza

Cuando el acto de votar nos conecta con nuestros miedos y no con nuestras esperanzas o anhelos, hay un claro síntoma de una democracia en decadencia. Eso viene pasando hace un buen tiempo en las elecciones presidenciales chilenas. Enríquez-Ominami ha sido capaz de leer que la dictadura de la falta de alternativas es una tremenda oportunidad para construir en base a anhelos y no temores.


Cuando el acto de votar nos conecta con nuestros miedos y no con nuestras esperanzas o anhelos, hay un claro síntoma de una democracia en decadencia. Eso viene pasando hace un buen tiempo en las elecciones presidenciales chilenas y también en gran parte del mundo occidental.

Siguiendo a Alain Badiou, habrían dos tipos de miedos por los cuales el electorado tiende a moverse. El primero es el miedo a la pérdida. No sólo a la pérdida de los bienes materiales, largamente atesorados, sino también el temor a la pérdida de los «valores tradicionales» y con ello, por qué no, el dejar de pertenecer o sentirse perteneciente a los grupos privilegiados de la sociedad. Este miedo conduce a exigir un Estado con mayores niveles de autoritarismo, que refuerce sus medidas policiales por sobre su preocupación en la seguridad social, priorice el libre emprendimiento más que la igualdad de oportunidades, favorezca la oferta en la educación más que la demanda, premie la especulación por sobre el trabajo remunerado. Con este miedo podríamos identificar a algunos votantes de derecha.

El segundo miedo se deriva del anterior. Este emerge desde el temor a que tales medidas del primer grupo puedan sofocar la sana convivencia que debiera existir en una sociedad democrática. Una buena parte del electorado de la Concertación, del New Labour del Reino Unido y del partido socialista francés, se identifica con ello. Estos han logrado ofrecer programas con mayores niveles de «humanismo», poniendo atención en la seguridad social, salud e igualdad de oportunidades. Sin embargo, la evidente contradicción entre sus posturas ideológicas y el modelo económico e institucional bajo el cual se rigen, ha terminado por desgastar a estos partidos o coaliciones. No han sabido reinventarse a lo largo de los años y la amenaza que representan sus adversarios se ha erigido por sobre las transformaciones que están dispuestos a hacer para materializar sus ideales políticos. Es decir, se guían por el temor, sin pensar tan distinto a sus oponentes. Los seguidores de este tipo de gobiernos se mueven más por un voto negativo que por la convicción de un futuro mejor. Las contradicciones de estas facciones y su incapacidad de reinventarse ante los nuevos escenarios son la causa de la derrota socialista en Francia y del inminente colapso del New Labour en el Reino Unido. Sin duda, la compleja situación por la que atraviesa la Concertación en Chile responde también a esta lógica.

Este escenario bipolar es lo que Mangabeira ha denominado la «dictadura de la falta de alternativas.» Aquella donde los temores son el principal motor de las decisiones electorales, cerrando los espacios para nuevas reflexiones sobre la conducción política. En estos casos la desorientación de la ciudadanía puede llegar a tal nivel que muchos electores están dispuestos a tolerar la corrupción de las maquinarias políticas con el objeto de impedir la elección del adversario-enemigo.

Barack Obama ha sabido revertir esta lógica pasiva de los miedos por una activa, compuesta de una narrativa que mezcla un componente biográfico de exclusión con una propuesta futura de inclusión. El voto de Obama es claramente un voto comprometido con un proyecto de futuro, con la energía activa de crear y participar de éste y no con el pasivo ensimismamiento que produce el temor. En Chile, Enríquez-Ominami ha sido capaz de leer que la dictadura de la falta de alternativas es una tremenda oportunidad para construir en base a anhelos y no temores. Por eso, no debemos sorprendernos si lo vemos empinarse sobre los dos dígitos. Este candidato representa la posibilidad de romper con la lógica de votar por Piñera por miedo a la pérdida o votar por Frei por miedo a Piñera. Ha sido capaz de presentar un relato alternativo que nos ha hecho soñar con la posibilidad de re-imaginar Chile sin miedo, sin autoritarismo, sin humanismos mal entendidos. Mientras siga en el camino de develar contradicciones, proponer debates y dar espacio a las ideas, su opción presidencial se irá transformando cada vez más en una seria amenaza a las alternativas del temor.

*John Charney es abogado U. De Chile, LLM London School of Economics.

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