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El optimismo cínico de Richard Ford

Christian Buscaglia
Por : Christian Buscaglia Periodista El Mostrador
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Faltaron muchas caras del jet set literario. Es posible que les hubiera molestado el perfil tan atípico de uno de los narradores estadounidenses vivos más respetados. No es un escritor convencional. Rechaza las terapias, no tiene enemigos declarados en el mundo literario, no le gusta recomendar sus métodos, tampoco las ideas seudo intelectuales y está casado con la misma mujer desde que era adolescente.


La primera vez que oí de Richard Ford fue en un curso con Gonzalo Contreras. Sin querer lo seguí hasta el metro y me fui pensando en que tal vez debía dejar a un lado las mañas y vestirme de escritor para conseguir la inspiración. Hoy vengo a ver a Ford en persona después de haber leído El Periodista Deportivo y mi sospecha sobre la ropa toma cuerpo. La gran mayoría de los escritores reconocibles lleva su respectivo vestón y en esto el gremio se parece a los entrenadores de fútbol. A diferencia de los abogados, el narrador o el poeta de mediana o gran fama se pone una chaqueta. Aunque sea debajo de los jeans,  de pantalones a cuadros a lo  cocinero como Rafael Gumucio, sacado del clóset de Camiroaga como Pablo Simonetti, a la manera clásica como Gonzalo Garcés o  sobre una polera de Lou Reed y zapatillas como el tipo que está sentado detrás de mí. Es una especie de elegancia relajada que nunca he entendido. Tan a medias, si quieres usar chaqueta ponte traje.

Descubro la otra opción es ensayar una pinta radical: mujeres con pelo corto a lo campo de exterminio, u homenajear a un escritor famoso. Como el que está sentado  con acceso al  pasillo. Igual a  David Foster Wallace: desaliñado, pelo largo, anteojos y un gorro de los Yankees. Tal vez sea una carnada para captar la mirada de Ford, que en una pausa de su carrera trabajó como periodista deportivo.
   
La realeza

Temprano, el Aula Magna de la Universidad Católica está semivacía. Sólo hay unas señoras que parecen fans de José Luis Rosasco. Esperaba encontrarme con nuestro jet set literario: Zambra, Álvaro Bisama, Pato Fernández o al menos los concesionarios de la franquicia norteamericana en Chile: Pablo Azócar, Contreras y Jaime Collyer. Pero aparte de los ya nombrados está Carla Guefelnbein y su marido Juan Carlos Altamirano.

Llega Ford. Antes habla Garcés que hará de entrevistador (extrañamente eché de menos a Warnken en ese puesto) y dice que no habrá preguntas biográficas. Sólo nos cuenta que al autor de Día de la Independencia, le gusta Cazar y escuchar a Bruce Springsteen. Primer indicio de que Ford es un patriota. Con ese apellido difícil que sea de otra manera. Los auspiciadores son dos compañías mineras y un banco. Me imagino cuanto cobrará. El escritor se para en el estrado, habla en español, tan bueno como el inglés de Lucho Jara, pero al menos es un buen gesto.  Lee una parte de “Calling” un cuento melancólico que entra en la figura del padre. El suyo murió cuando él tenía 16 años y no es extraño que como en otros contemporáneos suyos (Paul Auster, Phillip Roth) la figura paterna aparezca siempre en sus obras.

Ford ya en la mesa,  agradece. Dice que a él y a su esposa los “han tratado como realeza y no lo somos”. No sabe que una de las grandes frustraciones nacionales es la falta de una familia real. Por eso, el ojo azul acompañado de un inglés materno  provoca cierta añoranza y mucho delirio. Le recuerdan que durante la mañana tomó desayuno en la embajada de Estados Unidos, lo que es un hito después de no vincularse al gobierno durante mucho tiempo. Su respuesta es “Bush” y la audiencia aplaude. “Odiaba tener que dar explicaciones por un país que seguía igual pero tenía un mal gobierno”. Se declara admirador de Obama “aunque se ha equivocado y se ha contradicho, pero eso es bueno para mí”. No sabe que en primera fila está la periodista Paula Escobar, que apareció en la foto con Barack Obama y otros enviados de la prensa chilena.

Citando un verso de “Pleno Octubre” un poema de Neruda “que me imagino todos han leído” (silencio), lee en español “mi oficio fue la plenitud del alma”. Dice que la literatura es una manera de “renovar la vida sensual” para las personas. Será la única confesión del tipo “¿qué es la literatura” que hará  durante toda la charla. El resto será puro prender fuego y eso por unos segundos lo hará sonar un poco parco para la audiencia. En especial al principio cuando le pide a un paparazzi que no saque fotos.
   
Sin terapia ni enemigos

Vamos por parte. Alguien le pregunta cómo es su método de trabajo y lo explica. Pero dice: “No debemos aprender hábitos de otros sino diseñar los propios”. Después como este ciclo se llama “La ciudad y las palabras” otra persona lo lleva a hablar sobre qué piensa de la gente que vive en condominios y en los clásicos suburbios gringos “que en Chile tendemos a copiar”, dice la mujer que toma la palabra. Se espera que él describa tipos alienados, infelices y lance un discurso a favor del campo y la naturaleza.

En vez de eso recibe un “eso déjalo para un sociólogo, el que dice ‘soy víctima de las planificaciones urbanas’ es un incapaz de ser responsable de lo que hace”.

Pablo Simonetti le pregunta si ha ido a terapia, otra condición sine qua non para escribir. Pero Ford le dice “no, tengo 65 y nunca he ido a una terapia. Con Cristina estamos juntos y nos soportamos el uno al otro desde que éramos adolescentes”. El invitado parece perderse entre tanto razonamiento algo rebuscado como, cuando le preguntan en qué influyó la carretera camino a New Yersey que recorrió en auto con una grabadora. En esa ciudad ocurre mucho de la trilogía que protagoniza su personaje, el periodista Frank Bascombe. “No sé es sólo la carretera y simplemente registraba lo que se me ocurría en el camino”. Nada épico, ninguna epifanía. “No trato de generar ideas sino un lenguaje. No me gusta la seudointeligencia”, dice sabiendo que a alguien le caerá el sayo.

Por último ni siquiera está peleado con algún escritor. “No sé por qué aquí ocurre eso, si estamos todos juntos en esto”, afirma, y cuenta cómo le mandó de vuelta un cuento a Raymond Carver -su gran amigo- por malo: “si estuviera sentado aquí, y ojalá lo estuviera, me diría ‘supiste que me gané un premio con el cuento’ y yo le volvería a decir ‘si pero el cuento sigue siendo malo”. Ford confiesa que es amigo de Carlos Fuentes y Vargas Llosa. Si hay algo que Ford aseguró antes de partir al cabo de una hora es que “las relaciones nunca terminan, si uno ama a alguien lo amará por siempre”, a pesar de la distancia física.

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