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Solicitudes a Ezzati

Aldo Mascareño
Por : Aldo Mascareño Profesor investigador de la Escuela de Gobierno de la UAI
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Esperaría incluso escuchar menos la palabra humildad, y más verla puesta en acciones, o quizás no verla, porque la humildad moral es auténtica y la autenticidad no se escenifica ni se predica, pues en ese instante deja de ser auténtica. Humildad moral es también controlar a los fundamentalistas de la moral, a los que lanzan la primera piedra cuando ven acercarse el Apocalipsis en cada píldora, en cada aborto, en cada guiño de homosexualidad.


Ezzati ha comenzado su período a la cabeza de la Iglesia chilena. Para quienes observamos la religión desde fuera, y que en ocasiones nos complacemos de sus virtudes públicas y en otras nos sorprendemos de sus vicios privados; es decir, para aquellos que en realidad no vemos el Espíritu revelado en sus aciertos pero que tampoco nos escandaliza su derecho a opinar sobre el mundo, un nuevo arzobispo probablemente no signifique tanto, aunque sí otra voz en el escenario público. Pero precisamente porque se trata del escenario público, es que un nuevo actor siempre puede abrir la posibilidad de que las cosas se comuniquen de modo distinto. ¿Podrá suceder esto con Ezzati? Quien sabe. Aunque el observador externo sí quizás tenga derecho a esperar algunas cosas en este plano.

Primero, probablemente compasión en la conducta religiosa, es el sello cristiano inmanente, pero a la vez esperaría humildad moral cuando uno de los suyos se sienta en derecho de evaluar moralmente a otros mortales de este mundo. Esperaría incluso escuchar menos la palabra humildad, y más verla puesta en acciones, o quizás no verla, porque la humildad moral es auténtica y la autenticidad no se escenifica ni se predica, pues en ese instante deja de ser auténtica. Humildad moral es también controlar a los fundamentalistas de la moral, a los que lanzan la primera piedra cuando ven acercarse el Apocalipsis en cada píldora, en cada aborto, en cada guiño de homosexualidad. A los que generalizan la evaluación de una acción a personas, comunidades y visiones de mundo. A los que se aprecian a sí mismos y eso les basta como bondad universal. Humildad moral es contribuir a prevenirnos a nosotros mismos contra la manía humana de considerar buenos a los nuestros y despreciables a los demás.

Segundo, un observador externo no tendría por qué no esperar dogmática en el púlpito, aunque sí más reflexión sustantiva fuera de él. Quizás no grandes aportes a la renovación teológica de la Iglesia chilena y mundial, pero tampoco la cultura medieval de la redención en el Más Allá, pues con ello cualquier pastor podrá salvarse de incomodidades momentáneas, pero en el corto plazo cae al infierno terrenal como hombre de ningún lugar, como víctima pusilánime de indecisiones calculadas. De esos ya hay hartos en el mundo de los condenados; no necesitamos más en el de los santos. Reflexión es saber ubicarse; es interpretar las Escrituras según el espíritu de los tiempos y no solo responder con compasión cuando lo que urge es inclinar la balanza en una dirección. Hurtado, Silva Henríquez, Valech la inclinaron, y son de los que constantemente recordamos.

[cita]Conservar el Misterio de Dios nunca ha significado ocultar los secretos del hombre, ni aquellos bajos secretos que la ley humana condena, ni aquellos inútiles secretos que no se mencionan, pero que todos tienen en mente cuando se habla de otra cosa.[/cita]

Tercero, el observador externo esperaría también una opción decidida por la expurgación del secreto. Es cierto que la Iglesia debe conservar el Misterio para seguir entregando esperanza a los suyos, pero conservar el Misterio de Dios nunca ha significado ocultar los secretos del hombre, ni aquellos bajos secretos que la ley humana condena, ni aquellos inútiles secretos que no se mencionan, pero que todos tienen en mente cuando se habla de otra cosa. Las instituciones nunca han sido justas ni perfectas, pero su respeto, adhesión y confianza pública se sostiene y crece cuando informan sus decisiones y cuando sus propios procedimientos, aunque legítimamente distintos, se ajustan también a procedimientos comunes para todos. El secreto las detiene en el tiempo, porque viven de comunicar, y el miedo a comunicar las puede aislar, porque no están solas en el mundo.

Es probable también que algún otro observador externo prefiera ver menos hombres de negro en el ágora, pero en un mundo plural esas son pretensiones privadas más que públicas. Si en cambio Ezzati logra algo de lo anterior, el espacio que nos compete a todos será más de cada individuo que habita este país, o, si el arzobispo prefiere, de cada hijo de Dios.

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