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Por qué no se entiende la figura de Longueira sin la de Lagos La historia que une a los dos prohombres de la transición

Por qué no se entiende la figura de Longueira sin la de Lagos

Valentina Araya
Por : Valentina Araya Estudiante de Periodismo UC
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El mítico coronel UDI está en el momento más difícil de su carrera política. Es cuestionado por todos los flancos y acaba de renunciar al proyecto que soñó –junto a Jaime Guzmán–, construyó, hizo electoralmente exitoso y hoy, lejos de su época dorada, parece caerse a pedazos. Ricardo Lagos goza de un momento menos dramático.


Un joven Pablo Longueira de 33 años está parado en el púlpito de la Iglesia de la Gratitud Nacional. Observa con dolor a todos los que entran a despedir a Jaime Guzmán, recientemente asesinado e inspirador ideológico del gremialismo primero y la Unión Demócrata Independiente después, partido que ocho años antes el mismo Longueira había fundado.

En un momento determinado Ricardo Lagos Escobar entra al templo. No pasa ni un minuto para que el ministro de Educación de Patricio Aylwin, nombrado hace un año con el regreso a la democracia, comience a ser denigrado. Los fanáticos de Guzmán le escupen, le tiran monedas y le gritan todo tipo de barbaridades. Pero Lagos, con su eterna pose de estadista, permanece impertérrito.

Lleno de sufrimiento por la partida de su mentor, Longueira contempla la vejación al fundador del PPD sobrecogido y no espera para salir en su auxilio.

– ¡No, no, no! ¡Paren! ¡Jaime no quiere esto! –exclama desolado Longueira–. Los improperios se acallan y las monedas dejan de llover. Pablo abraza a Ricardo y caminan juntos por el pasillo hacia adelante.

Muchas veces Lagos ha agradecido públicamente, sin contar el episodio, a Longueira a través de la prensa. Y es que la historia chilena postdictadura está marcada por el suceso de ese abril de 1991, que sentó las bases del mito popular de que la transición hacia la democracia fue exitosa gracias a la dupla Lagos-Longueira.

La transición se hilvanó a punta de acuerdos, de negociación, de concesiones. Y los dos líderes, de la UDI y la izquierda renovada, fueron sus grandes protagonistas.

Las elecciones parlamentarias de 2001, que tuvieron que retrasarse hasta diciembre, han sido las más reñidas desde 1990 en Chile. Por primera vez desde el fin de la dictadura hasta ese momento, la DC no fue el partido más votado y su lugar lo ocupó la UDI. Pero además de ceder su preponderancia, los democratacristianos sufrieron un revés que casi los dejó fuera del Congreso.

[cita tipo=»destaque»]¡No, no, no! ¡Paren! ¡Jaime no quiere esto! –exclama desolado Longueira–. Los improperios se acallan y las monedas dejan de llover. Pablo abraza a Ricardo y caminan juntos por el pasillo hacia adelante.[/cita]

En julio de ese año Ricardo Hormazábal, el presidente democratacristiano de la época, tuvo que renunciar por el escándalo que se desencadenó tras la inscripción errónea de los candidatos de su tienda a las parlamentarias.

Algunos postulantes falangistas al Congreso fueron cuestionados por no tener dentro de sus papeles el mandato que les permitía inscribirse. El presidente democratacristiano asumió toda la responsabilidad, pero había que hacer algo. El partido más importante del país no podía quedarse sin representación.

Fue entonces cuando Pablo Longueira, presidente de la UDI en ese entonces, mostró su voluntad de buscar una solución política al problema. “Las elecciones se ganan con votos”, dijo, y apoyó en el Congreso una iniciativa gubernamental que pospuso la elección para el 16 de diciembre, dándole plazo a la DC para corregir sus inscripciones.

En tiempo récord, el Parlamento votó a favor de aplazar los comicios con el apoyo de los partidos de la Concertación y la UDI.

En las elecciones de 1997 la DC había sufrido un fuerte descenso de popularidad y en 1999 Andrés Zaldívar, el candidato presidencial de la falange, perdió en primarias frente a Ricardo Lagos.

El acuerdo de 2001, según trascendió con el tiempo, fue concertado por el dúo de la transición, Lagos-Longueira, y Zaldívar, otro de los históricos protagonistas de las negociaciones políticas chilenas.

Durante la administración de Ricardo Lagos, la dupla se mantuvo vigente. Las cosas difícilmente podían estar más oscuras para el presidente socialista. El caso Coimas, que terminó con un subsecretario, Patricio Tombolini, y un diputado y ex ministro, Víctor Manuel Rebolledo, condenados por cohecho, y el MOP-Gate, cuando el Ministerio de Obras Públicas apareció pagando sobresueldos a ministros, subsecretarios y otros funcionarios de exclusiva confianza del Presidente, golpearon con fuerza al tercer Mandatario de la Concertación tras la vuelta a la democracia.

Fue durante la crisis más grande de Lagos que Longueira volvió a socorrerlo, como hacía más de diez años lo había hecho en la misa en la que se despidió de Jaime Guzmán.

El timonel de la UDI llegó a La Moneda en enero de 2003 y después de una hora de reunión en privado, la dupla había negociado. Lagos y Longueira habían llegado a un acuerdo para modernizar el Estado y evitar viejas prácticas nocivas. Un equipo técnico políticamente transversal se haría cargo de la misión. “Esta importante comisión la quiero entender como la convicción de que, llegado el momento, todos nosotros, como país, seamos capaces de una doble tarea: exigir que los tribunales de justicia hagan su tarea, pero también tomar las medidas indispensables para dar un gran salto y convertir esta crisis en una oportunidad sobre cómo modernizamos el Estado y cómo lo ponemos acorde a las exigencias internacionales”, dijo Lagos en su discurso. Nada lejano a su retórica actual.

Dos semanas después el coronel del gremialismo llevó a todos los presidentes de los partidos de la Alianza al Palacio de Gobierno y se saldaron las materias que debían abordarse, en torno al financiamiento y la organización de la actividad política y su transparencia.

Pablo Longueira está en el momento más difícil de su carrera política. Es cuestionado por todos los flancos y acaba de renunciar al proyecto que soñó –junto a Jaime Guzmán–, construyó, hizo electoralmente exitoso y hoy, lejos de su época dorada, parece caerse a pedazos. Ricardo Lagos goza de un momento menos dramático. No solo es permanentemente reconocido como estadista, sino que es una especie de mesías oficialista, el candidato presidencial más fuerte de la Nueva Mayoría y el gran peso pesado de la política chilena. Dicta cátedra sobre estar en política, rechaza la corrupción y no transa: quiere verla enjuiciada y sancionada. Pero a pesar de estar en veredas opuestas, no se puede entender la trayectoria de uno sin la del otro.

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