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El reality de Andrónico y Gaspar Opinión

El reality de Andrónico y Gaspar

Pablo Ortúzar
Por : Pablo Ortúzar Instituto de Estudios de la Sociedad
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Los pueblos abandonados a su suerte muchas veces terminan buscando revivir las brasas del mito nacional con caudillos de pacotilla que les ofrecen un enemigo, una víctima, cuyo sacrificio supuestamente les devolverá el bienestar y el sentido. Estos caudillos utilizan la misma lógica de los medios de masas, cuya función era mantener a esos pueblos hurgando infinitamente en la nimiedad: la lógica de la farándula, del espectáculo. Y al sumar a este esquema a las redes sociales tenemos como resultado un mar infinito de dimes y diretes, humo, chaya y golpes de payaso. Pero también, a veces, golpes de verdad.


Un diputado de la República atribuyó el desborde del río Mapocho al hombre más rico de Chile y lo llamó “hijo de puta”. El hombre más rico de Chile subió a YouTube un video respondiendo al diputado de la República de manera abierta y directa, intentando mostrarse como un chileno más. El diputado de la República dijo que no se arrepentía y que se felicitaba por lograr que el hombre más rico de Chile le pidiera perdón al país. El hombre más rico de Chile no descartó subir nuevos videos.

Todo esto será objeto de infinito cahuín. Todo esto tiene un aire de reality. Y todo esto nos entrega pistas para tratar de entender el tipo de problemas y conflictos que este nuevo siglo nos tiene preparados.

Al respecto, quisiera ofrecer tres ideas formuladas de manera breve (para no abusar del formato de columna).

1. La rebelión de las elites

Christopher Lasch publicó hace años un libro llamado La rebelión de las élites, donde denunciaba que la retórica meritocrática asumida por las élites occidentales era en realidad una estratagema para liberarse de responsabilidades sin renunciar a los beneficios de su condición.

Andrónico Luksic apeló a ella al mostrarse como un hombre de trabajo más, que –aunque poderoso– es igual a todos los chilenos. Esta idea causó mucha impresión popular, hizo ruido. Y es que emerge rápidamente la pregunta acerca de en qué vendría un chileno común y corriente siendo igual a Luksic, aparte de ser los dos humanos.

La primera respuesta es, por supuesto, ¡chilenos! Pero eso no significa mucho a estas alturas. Una de las características de las élites del siglo XXI es su desanclaje cada vez más radical respecto a los contextos locales. El capital se volvió global y, junto con él, sus principales dueños.

Si algo nos mostraron los Panama Papers es precisamente eso: los estados nacionales son, dejando a un lado su función de protección de la propiedad privada, cada vez más una especie de servicio para pobres financiado en buena medida por ellos mismos.

Hoy ser pobre es estar atado al país de origen y ser expulsado de vuelta por los estados si se intenta seguir a la riqueza, y a los ricos, en sus fluctuaciones migratorias. Y ser ciudadano pobre de un país pobre o en guerra es como haber nacido en una cárcel.

Andrónico, en cambio, es casi un ciudadano del mundo. Y no solo él: baste como ejemplo mencionar que son muchos los izquierdistas progres de clase media doctorándose en el extranjero que claman al cielo por tener que volver al “eriazo remoto y presuntuoso” que financió sus doctorados, en vez de seguir disfrutando las bondades del primer mundo y vivir esa aspiracional ciudadanía global.

[cita tipo=»destaque»]Las élites compraron cara su independencia respecto a sus países de origen y su alejamiento de los deberes republicanos. Congresos y gobiernos deslegitimados y llenos de mediocridad intentan darles cauce a procedimientos en los que cada vez menos personas creen. Oportunistas que prometen pasar la escoba ofrecen distintos chivos expiatorios al pueblo, montando verdaderos reality shows en ámbitos que hasta ayer se consideraban respetables.[/cita]

La nación, que antaño constituyó ese destino común al que las élites todavía podían acudir en búsqueda de legitimidad, es hoy una referencia borrosa. El país es entendido por muchos como una plataforma de servicios básicos a la que solo se está atado si no se tiene el dinero suficiente para mirar otras opciones. Y si esa plataforma resulta razonable, debe defenderse de quienes vengan de otros países a beneficiarse de ella.

La rebelión de las élites ha sido un éxito global que ha terminado en un gran problema local: ¿cómo legitimar el poder en un contexto como este? Sin duda, apelar al mito meritocrático, siendo parte de la élite global, no es el mejor camino para empezar.

2. De Martín Rivas a Gaspar Rivas

Martín Rivas encarnaba el ideal de la virtud republicana. Gaspar Rivas, en tanto, es algo así como su gemelo monstruoso, su reflejo distorsionado. Si el primero apelaba a la decencia y a la justicia de las formas, el segundo desprecia la decencia y cree en una justicia por fuera de las formas. Nuestro diputado, así, representa la decadencia del ideal republicano y la búsqueda de fuentes de legitimación en lugares antes considerados indignos.

El escándalo es una de esas fuentes.

Desde sus orígenes la humanidad se ha aglutinado en torno a chivos expiatorios para liberarse de problemas colectivos. El extraño, el extranjero, el “otro” suele ser la víctima elegida para calmar la sed de sangre de los dioses de la ciudad.

No es raro, entonces, que el pueblo de las naciones abandonadas por sus élites gire la cabeza hacia encantadores de serpientes que les prometen recuperar la grandeza perdida y sacrificar a los culpables de su pérdida. Es la lógica de todos los movimientos de ultraderecha en Europa, que en cada elección aumentan más sus votos, y es también la de Trump: expulsar mexicanos y musulmanes para lograr hacer a “América” great again.

En Chile tuvimos un atisbo de esto con Parisi, Claude y Roxana Miranda. Y Rivas, Gaspar, es exactamente lo mismo, tenga o no éxito en convocar la simpatía del pueblo con sus maromas. Elegir a un enemigo impopular y culparlo de lo que sea. Golpear, victimizarse, golpear de nuevo. Utilizar la lógica de la farándula e inundar con ella la arena de la política.

Rivas sabía perfectamente el efecto de su conflicto con Luksic y sigue tratando de hacerlo encajar en una dinámica de David y Goliat, vendiendo el humo de ser un humilde justiciero por usar su fuero parlamentario para gritar improperios.

Los pueblos abandonados a su suerte muchas veces terminan buscando revivir las brasas del mito nacional con caudillos de pacotilla que les ofrecen un enemigo, una víctima, cuyo sacrificio supuestamente les devolverá el bienestar y el sentido.

Estos caudillos utilizan la misma lógica de los medios de masas, cuya función era mantener a esos pueblos hurgando infinitamente en la nimiedad: la lógica de la farándula, del espectáculo. Y al sumar a este esquema a las redes sociales tenemos como resultado un mar infinito de dimes y diretes, humo, chaya y golpes de payaso. Pero también, a veces, golpes de verdad.

3. Winter is coming

Las élites compraron cara su independencia respecto a sus países de origen y su alejamiento de los deberes republicanos. Congresos y gobiernos deslegitimados y llenos de mediocridad intentan darles cauce a procedimientos en los que cada vez menos personas creen.

Oportunistas que prometen pasar la escoba ofrecen distintos chivos expiatorios al pueblo, montando verdaderos reality shows en ámbitos que hasta ayer se consideraban respetables. Algunos piensan que basta con cambiar, como sea, la Constitución para que el fuego de la legitimidad se encienda de nuevo. Uno que otro cabildo, quizás. Algo de retórica ciudadana. Pero el eco de estas medidas retumba fuerte en la caverna del poder.

De vez en cuando algún populista se hace del gobierno premunido de una retórica incendiaria y un ego y una billetera ávida de pactar con las élites y convertirse en su capataz. Otras veces las enfrenta y estas se van a países más desarrollados, abandonando al país al autogobierno de la precariedad. Así, no se ven salidas razonables al problema.

Hoy debemos preguntarnos seriamente si es posible reconstituir nuestro Estado nacional, y los costos que ello supondría, o bien si hay que comenzar a pensar en función de un poder de escala planetaria, donde el nomadismo sería la regla, y en nuestro rol y nuestra apuesta de inserción en ese contexto.

Una de las grandes incógnitas para poder contestar esta pregunta es si nuestras élites se irán o se quedarán en el país.

Es decir, si los Luksic de este mundo se la jugarán por reconstruir lo público como espacio de sentido y encuentro de lo diverso, o bien si, en cambio, se dedicarán a fluir junto al capital, dejando las instituciones centrales de lo que fue antes una República en manos de los Gaspares Rivas que ofrezcan el mejor espectáculo y viendo cómo, en vez de integrarnos a la globalización, chocamos frontalmente con ella.

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