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Contardo: “Frente a la confusión del poder es ridículo esperar que el imperio de la lucidez se expanda hasta las asambleas de los liceos” Duro análisis al actual momento del movimiento estudiantil

Contardo: “Frente a la confusión del poder es ridículo esperar que el imperio de la lucidez se expanda hasta las asambleas de los liceos”

“En un par de semanas todo el debate quedó atrapado en una competencia para probar quién condena con más emoción la idiotez de una minoría de imbéciles. Queremos hablar de educación pública, pero terminamos hablando de carabineros y desalojos. Aspiramos a resucitar la educación pública, pero acabamos asistiendo a misas de desagravio por una imagen rota”, sostiene el periodista y escritor.


El periodista, columnista y escritor Óscar Contardo hace un duro análisis respecto al actual movimiento estudiantil y la carencia de ideas de parte de las autoridades, lo cual redunda en los actos de violencia que se conocieron en las últimas manifestaciones y se termina hablando de “carabineros y desalojos”.

En su habitual columna en La Tercera, Contardo señala que “la revolución pingüina fue hace una década. Cuando ocurrió, los alumnos que hoy tienen entre 13 y 15 años cumplían apenas lo que indica la resta entre sus edades y el aniversario. El movimiento estudiantil de 2011 les tocó cuando recién alcanzaban el segundo ciclo básico. Pasaron dos gobiernos, un jarrón de agua sobre una ministra, una reforma de cartulina a una ley orgánica de la dictadura, un desfile de secretarios de Estado, de marchas multitudinarias y cadenas nacionales. Pasaron reuniones en cocinas, promesas de campaña y una retroexcavadora de juguete; pasaron Penta, Soquimich y Caval. ¿Y de qué estamos hablando? De lo mismo, de tomas, de encapuchados, de desmanes y vandalismo”.

En ese sentido, menciona que han pasado 10 años y “la acción de algunos estúpidos -incendiar un edificio, saquear una figura religiosa, romper el equipamiento de un liceo- acaparó todos los discursos en lugar de concentrar la atención en el fondo, es decir, en la educación pública”.

“En un par de semanas todo el debate quedó atrapado en una competencia para probar quién condena con más emoción la idiotez de una minoría de imbéciles. Queremos hablar de educación pública, pero terminamos hablando de carabineros y desalojos. Aspiramos a resucitar la educación pública, pero acabamos asistiendo a misas de desagravio por una imagen rota”, sostiene.

Explica que cuando el movimiento estudiantil estableció la idea del fin al lucro en la educación, cambió el eje de una discusión y le dio una dimensión nueva que fue políticamente exitosa, “porque permitió exponer claramente la segregación injusta que provocaba el sistema. El movimiento contaba con los argumentos: estudios, ensayos, investigaciones, índices, cifras y montos. Los líderes de 2011 supieron utilizar las herramientas y el lenguaje de la ingeniería a su favor”.

Sin embargo, esa discusión en lugar de ampliarse con los años y enriquecerse más allá de los factores económicos, “se quedó ahí, atrapada en la dimensión de la plata, en la discusión de los economistas y de especialistas para los que hablar de educación pública es sinónimo de educación para pobres, o sea, para esas personas que no son ellos ni sus hijos. Autoridades cuyo único vínculo con ese universo es algún conocido que estudió en el Instituto Nacional, el Liceo 1 o el Carmela Carvajal. Las excepciones a la regla, con egresados que cuando alcanzan posiciones de poder suelen ser contemplados como rarezas dignas de una admiración casi mística”.

“Desde el Saint George, el Verbo Divino, o desde los estacionamientos del Campus San Joaquín, las escuelas y liceos parecen un sitio lejano en barrios que se visitan cuando se van a hacer misiones o levantar mediaguas. Un paseo por la culpa, más que una relación horizontal respetuosa de igual a igual. Los otros son los “necesitados” a quienes hay que ayudar, señalarles el camino o regalarles patines. Porque para algunas autoridades la educación pública es una cuestión de competencias en una carrera de fondo, no una forma de vida o una cultura de la enseñanza”, agrega.

También critica la mirada reduccionista a un tema económico y de cifras de parte de las autoridades y líderes políticos, afirmando que el gobierno ha sido incapaz de plantear “un horizonte más ancho que un eslogan o una glosa en el presupuesto”.

“Lo que hay es una anemia de ideas que mantiene a la ciudadanía, a los alumnos y padres de la educación pública en una sensación de perplejidad. Creo que la torpeza en la manera en que el movimiento estudiantil actual se ha manejado frente a la opinión pública es consecuencia de la escasez de ideas que evidentemente sufren los líderes políticos”, insiste en sus cuestionamientos.

Y añade que “si los líderes oficialistas han avanzado a trastabillones, volcando toda la discusión a la repartija de dinero público, ¿por qué esperar que las nuevas generaciones de estudiantes de la educación pública sean más ‘creativos’ en sus maneras de protestar? Si las autoridades remiendan sus propias promesas cada semana, ¿por qué exigirle al movimiento consistencia? Frente a la confusión del poder, es ridículo esperar que el imperio de la lucidez se expanda hasta las asambleas de los liceos”.

El escritor precisa que “el rol de las autoridades no es dar consejos sobre las formas en que una marcha sea más colorinche o los beneficios de las prácticas coreográficas durante una protesta. El papel de las autoridades tampoco es regañar a los apoderados por la conducta de sus hijos, sobre todo cuando esas autoridades han demostrado que apenas están al tanto de la conducta de sus propios correligionarios en relación a los dineros que recibe su partido político. El rol de las autoridades es dar certezas, darles espesor a los desafíos, concentrarse en la educación pública como una forma de vida sobre la que este país -y no tan sólo Finlandia- tuvo algo que decir. Porque fue parte de nuestra historia, en esa cultura se formaron las figuras que construyeron el paisaje cultural de Chile durante el siglo XX. Un proyecto que es mucho más profundo que repetir como loro “fin al lucro” y mucho más noble que una cruzada de beneficencia para el pueblo necesitado”.

Finalmente, asegura que “ha transcurrido una década desde la revolución de los pingüinos y la marmota vuelve a despertar para anunciarnos que casi todo sigue igual”.

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