La escritora, Premio Nacional de Periodismo 2007, descarta que el llamado “fenómeno de la posverdad” sea nuevo, pero advierte que hay que prestarle atención, especialmente con la masificación de las redes sociales. “En el anonimato de las redes se esconde mucha basura pero, por sobre todo, mucha mentira disfrazada de información seria. La posverdad ha sido definida como el espacio donde la información y los datos duros pesan menos que las emociones, el resentimiento, o lo que cada uno cree o intuye o imagina”. Pero para los periodistas, para las escuelas que forman profesionales –agrega– “el tema es más complejo, ya que la posverdad como fenómeno creciente golpea la esencia de esta profesión que radica precisamente en la confianza y en su dimensión ética y demanda de veracidad”.
La posverdad ha sido tema obligado de las últimas semanas. Los casos más comentados fueron el falso testimonio de Pablo Oporto, quien dijo que cargaba en su conciencia con el peso de haber matado a 12 delincuentes que le habían intentado robar; y “las entrevistas que no debimos publicar”, que se refiere a diversas colaboraciones que envió una periodista chilena radicada en España a La Tercera y que resultaron ser falsas.
En entrevista con El Mostrador, la vicerrerectora de Extensión y Comunicaciones de la Universidad de Chile y Premio Nacional de Periodismo 2007, Faride Zerán, explica que “estamos en la era de la sospecha” y que, cuando decimos posverdad, “estamos hablando de noticias falsas, de verdades a medias, de ausencia de fuentes confiables, de rutinas periodísticas que fallan en cuestiones tan elementales como chequear las fuentes. Ocultar viejas prácticas en nombres nuevos no nos salva del bochorno de asumir que la posverdad es la expresión del mal periodismo o de la muerte del periodismo, si no nos ponemos serios”.
-¿En qué se diferencia la posverdad de las noticias falsas o, derechamente, del mal trabajo periodístico?
-No se diferencian en nada. Son sinónimos. El hecho de que el diccionario de Oxford definiera “posverdad” como la palabra del año 2016 no significa que estemos ante un fenómeno nuevo. Desde que el periodismo existe, ha tenido que lidiar precisamente con la permanente tentación de quienes lo asumen como instrumento para falsear los hechos, alterar la realidad, mentir, omitir, censurar o construir realidades a partir de premisas falsas. Y si bien el término surge con fuerza en medio de hechos sorpresivos, porque los sondeos de opinión decían otra cosa –el triunfo del Brexit en el Reino Unido; el de Trump en las elecciones estadounidenses o el NO del plebiscito en Colombia en el marco de respaldar el proceso de paz con las FARC–, tampoco hay que salir de Chile cuando tenemos varios ejemplos criollos. Que la verdad se manipula y controla lo sabía Goebbels durante el nazismo; lo imaginaba Orwell, en 1984, y todos los dictadores de todas las épocas. ¿Qué fue el Plan Z con la lista de “condenados a muerte por los rojos partidarios de Allende” (que “el oportuno pronunciamiento militar desbarató”) sino una mentira que sirvió para infundir terror entre la gente y justificar las violaciones a los derechos humanos de la incipiente dictadura? Ni hablar de los cometas, chupacabras y otras distracciones a una realidad que no daba para chistes. Para no remontarnos tanto en la historia, un ejemplo reciente, aparte de los episodios de estas semanas: hace unos meses circuló en las redes que la diputada Camila Vallejo poseía un Audi de 50 millones de pesos y muchos lo creyeron, aportando a esa mentira las consiguientes descalificaciones e insultos en contra de la parlamentaria, reacciones propias de linchamiento en la plaza pública.
-¿En qué medida las redes sociales han ayudado a masificar el fenómeno de la posverdad?
-En bastante medida. En el anonimato de las redes se esconde mucha basura pero, por sobre todo, mucha mentira disfrazada de información seria. La posverdad ha sido definida como el espacio donde la información y los datos duros pesan menos que las emociones, el resentimiento, o lo que cada uno cree o intuye o imagina. Pero, para los periodistas, para las escuelas que forman profesionales, el tema es más complejo, ya que la posverdad como fenómeno creciente golpea la esencia de esta profesión que radica precisamente en la confianza y en su dimensión ética y demanda de veracidad.
-¿Ha afectado mucho la posverdad al periodismo chileno y al periodismo mundial?
-Sin duda. Estamos en la era de la sospecha, lo que en Chile además coincide con la creciente desconfianza de la gente hacia las instituciones y las elites. De esta desconfianza, que sin duda tiene sustento –basta leer el último informe del PNUD, “Desiguales”, cuyo correlato es la exclusión– para entender el origen de este sentimiento extendido en el conjunto de la sociedad chilena. Y es justamente en esa desconfianza –desconfianza en lo que prometes, dices, haces–, es en esa fisura donde nadie le cree a nadie y en la que todo es posible, que se instala esta sospecha, como el huevo de la serpiente, que contamina las salas de clases y las de redacción, los estudios de TV, las redes , los medios. En un país que a diario parece decirte que ¡todo vale en la política, la economía, la empresa privada y la pública!, en sus instituciones militares, en la Iglesia, en las empresas de servicios básicos como la luz y el agua; en la derecha, el centro y la izquierda, ¿por qué el periodismo va a estar al margen? En Chile ya adoptamos la moda: el periodismo también traiciona las confianzas. ¡Y eso es complejo, porque finalmente estamos hablando de democracia, de la solvencia de una democracia!
-Los casos de Pablo Oporto y de las entrevistas falsas publicadas en La Tercera, ¿son expresiones de la cultura de la posverdad?
-Agregaría la performance de Pilar Molina, que finalmente no aportó nuevos antecedentes a una denuncia que no nos condujo a un hilo investigativo de un caso de corrupción, digno de ser investigado a fondo, sino más bien a una hilacha de algún intento de montaje, por qué no pensarlo. Hilacha que también muestra el «caso Oporto”, y que para cualquier ciudadano o ciudadana mal pensado(a) –en la era de la sospecha– amerita una profunda investigación del medio más que una disculpa rápida. Porque, si bien no dudamos de la buena fe de algunos periodistas, a propósito de la misma transparencia que exigimos, sería interesante que ellos mismos indagaran en la cadena de producción que los condujo a esas fuentes falsas. El tema de La Tercera y de la periodista que inventaba sus notas es también un clásico para quienes enseñamos ética y tratamientos periodísticos en las escuelas de periodismo. El titular del diario denunciando el hecho será materia de estudio en nuestras aulas, y también una lección para el candor de los editores. En el periodismo, la sospecha es un atributo que todos debemos cultivar. A diferencia de las sociedades, en el ejercicio del periodismo la duda, la distancia y el talante crítico son virtudes. Por ello siempre sospechamos de los colegas que cultivan tantas amistades. El periodista que tiene un millón de amigos no es un buen periodista. Prefiero al que va cultivando enemigos. Me resulta más creíble.
Cuando decimos posverdad, estamos hablando de noticias falsas, de verdades a medias, de ausencia de fuentes confiables, de rutinas periodísticas que fallan en cuestiones tan elementales como chequear las fuentes. Ocultar viejas prácticas en nombres nuevos no nos salva del bochorno de asumir que la posverdad es la expresión del mal periodismo o de la muerte del periodismo, si no nos ponemos serios.
-¿No cree que el hecho de que el término tenga la palabra «verdad» la disfraza de cierta dignidad? ¿No es la posverdad una mentira?
-Sí. Tienes razón. Es una trampa que ese término tenga la palabra “verdad”, cuando, en síntesis, la posverdad es la mentira disfrazada de posmodernidad
-Para A.C. Grayling, el mundo de la posverdad afecta negativamente la «conversación pública» y la democracia. «Es una cultura en donde unos pocos reclamos en Twitter tienen el mismo peso que una biblioteca llena de investigaciones. Todo es relativo. Se inventan historias todo el tiempo», dijo. ¿Está de acuerdo?
-Sí. Obvio. En la pluralidad y solidez del periodismo, y lo que genera, podemos medir la solvencia democrática de un país. En ese sentido andamos mal por casa, porque en nuestra televisión, salvo excepciones que en general la hacen los buenos periodistas, nos sigue tratando como si fuéramos estúpidos. Y la “conversación pública” no da para denominarla de esa manera. Miremos cómo, en un momento de crisis como la que se vive hoy en Chile, la oferta televisiva se centra en fantasmas, brujos, “el más allá” y otras “joyas” republicanas. ¿Qué contribución al debate público existe en esas apuestas? Ninguna, salvo insistir en sandías caladas.
-Cite los ejemplos de posverdad que más le hayan llamado la atención y por qué.
-Hay uno que me sigue impresionando: el caso de Marta Ugarte, detenida política, torturada y asesinada y cuyo cuerpo amarrado a rieles fuera lanzado al mar, y encontrado en una playa de Los Molles. Ocurrió en los años de la ira, un 12 de septiembre de 1976. Ella era profesora, tenía 42 años. El Mercurio la describió como una bella joven víctima de un crimen pasional. Ese es un ejemplo, de muchos otros más o menos sofisticados, que nos remite una vez más a cómo la posverdad es la naturalización de la mentira disfrazada de posmodernidad.