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Guillier: en medio de la guerra fría del PS Opinión

Guillier: en medio de la guerra fría del PS

Edison Ortiz González
Por : Edison Ortiz González Doctor en Historia. Profesor colaborador MGPP, Universidad de Santiago.
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Guillier sabe que la única posibilidad de revertir su perfomance es con el apoyo socialista, única tienda política vertebrada nacionalmente y con arraigo territorial que podría darle un impulso vigoroso a su aspiración en una época electoral dominada por los incumbentes y donde las definiciones electorales dependen más de la capacidad de movilización clientelar de adherentes que de una ciudadanía silenciosa e indiferente que reclama y vocifera mucho por redes sociales, pero que no tiene ninguna obligación de asistir a votar.


Hace poco, en la red socialista, un viejo y avezado dirigente se quejaba amargamente sobre el trato dado por la nueva directiva a José Miguel Insulza, debido al ninguneo sufrido por el panzer en su aspiración senatorial por parte de la actual mesa y su desplazamiento, ahora, a un cupo por Arica, luego de habérsele ofrecido con toda seguridad la circunscripción de Atacama, abandonada por la senadora Isabel Allende. En paralelo, el histórico ex miembro de la comisión política del congreso de La Serena (1971) denunciaba, además, “el fuego amigo” recibido por Alejandro Guillier durante las últimas semanas proveniente de diversos personeros del establishment socialista.

Su ex secretario general, Pablo Velozo, quien acaba de asumir la presidencia del directorio de Chile 21, lo criticó hace poco por su tibieza sobre Venezuela y el régimen de Maduro cuando aún sonaba como candidato a diputado; luego vinieron las declaraciones del senador Letelier quien al momento  de difundirse su salida del núcleo duro del comando señaló que “no le gusta la montonera”; y que continuó Osvaldo Andrade quien denunció “la falta de ideas en el comando” y remachó la compleja relación entre una parte de la dirigencia socialista y su aspirante presidencial, el presidente de la cámara Fidel Espinoza, con la frase sobre “lo patético” que es el nuevo equipo de trabajo del senador por Antofagasta.

Para alguien que no conoce a cabalidad los complejos códigos de poder que se manejan al interior de la tienda política de calle París debe resultar complejo comprender la trama oculta que se mueve por detrás de tanta declaración, reunión o hecho político que se genera desde la sede del PS y donde se entrecruzan dos fenómenos políticos muy significativos: el visible recambio generacional que representan muy bien los rostros de Álvaro Elizalde y Andrés Santander y, la guerra fría, instalada al interior de la colectividad como consecuencia del hecho político anterior.

¿El PS masoquista?: su inclinación por los recambios generacionales violentos.

Se quejan en privado los Barones del PS por el trato ofrecido por la nueva dirigencia hacia figuras emblemáticas de la colectividad que se resume bastante bien en el ninguneo dado a quien fuera el canciller que trajo de regreso a Augusto Pinochet, el potente ministro del interior de Lagos, secretario general de La OEA y pre candidato presidencial. Situación similar ya había vivido Lagos con su aspiración presidencial y un poco antes Juan Gabriel Valdés cuando quiso ser senador por Valdivia y la maquinaria interna optó por un personaje menor como Alfonso De Urresti.

Olvidan los viejos barones que, en el caso del PS, además con un origen bastante peculiar, los recambios generacionales traumáticos han sido más bien la regla y no la excepción.

Y es que no podía ser distinto en una organización que desde su origen albergó en su seno a grupos que iban desde liberales a trotkistas, pasando por laicos, marxistas de todo tipo, hasta donde llegaban incluso militares  y hasta adherentes de raigambre nacionalista.

Bajo ese escenario no resultó casual que durante sus primeros años la historia del PS fuese más bien el relato de sus quiebres internos producidos durante sus congresos y que continuará así a lo largo de toda sus historia resultando ser algunos de los más dramáticos el del año 1952, cuando el grueso de su dirigencia abandonó a Allende y se fue tras el paco Ibáñez; o en la década del 60 en que parte de su juventud fundará el MIR o que algunos años más tarde, 1967, concluirá con la expulsión de quien fuera durante décadas su principal dirigente, Raul Ampuero, o que en 1971, en La Serena, literalmente sacara a empujones del Congreso a la directiva de Aniceto Rodríguez, desconociendo su rol en el triunfo de Allende que se dividirá brutalmente en 1979 produciendo la diáspora más significativa de su historia o que, a comienzos de los 90’, ahora encabezados por Ricardo Núñez y Camilo Escalona, se cargarán sin escrúpulos a los dirigentes históricos que acompañaron a Allende: caerán entonces, Almeyda, Schnake, Mario Palestro y el mismísimo Aniceto Rodríguez.

Los mismos barones que instalarán a Gonzalo Martner en 2003, cuando la derrota ante Lavín era un dato de la causa y que luego, en 2005, a través de un congreso, lo harán caer estrepitosamente cuando, con la irrupción mediática de Michelle Bachelet, los vientos les soplaron favorablemente.

La última víctima de esa tendencia histórica del socialismo criollo fue nada menos que Ricardo Lagos y ahora pareciera ser José Miguel Insulza.

Quizá la única diferencia significativa con el pasado es que antes había un relato que fundamentaba la necesidad del recambio. Se defendían, a favor y en contra, tesis políticas que animaban el debate y de paso le daban sustento a la operación. Hoy, sin embargo, con los partidos y la actividad pública por el suelo la disputa es brutal y a cuchillo limpio en la plaza pública. Ya no hay poesía ni relato que sustente el recambio salvo el conocido y pegajoso “quítate tú, pa’ ponerme yo”.

Olvidan los cuestionados barones, como lo señalé en una columna anterior, que ellos son tan responsables como sus linchadores del resultado que se tiene hoy. Por mezquindad propia no promovieron dirigencia política de recambio con peso y estatura política, salvo condenarlos a ser sus eternos jefes de gabinete hasta que se aburrieron, en tanto, sus operadores, ya especializados en el arte de faenarse adversarios, olfatearon la oportunidad que se ofreció primero con Michelle Bachelet y luego con la crisis dirigencial y tomaron el toro por sus astas. Fue entonces, cuando clavaron en el pecho de Lagos, su primera estocada letal.

La guerra fría se instala en el PS: Elizalde, mi reino o mi cabeza.

No hay dirigente político socialista de cierta envergadura que no reconozca en privado que el ánimo societal en la colectividad está muy dañado y quebrado. Que los de antes, ya no son los mismos.

Y si bien es cierto que los principales líderes internos aún se sientan a la mesa y se desarrollan con normalidad los ritos que exige administrar un partido – plenos, reuniones de la CP, y otros eventos -, que hay un lenguaje formal mínimo que cuidar en esas instancias no pasa desapercibido que por debajo de esa aparente calma reinan la desconfianza, las descalificaciones y los fuertes epítetos de unos contra los otros. Los barones, reclaman la falta de estatura de la actual dirigencia y su nula visión estratégica sobre los asuntos del Estado; la directiva del recambio, sabe que se dice sobre ellos tras bambalinas y las palabras con las que responden frente a la dirigencia tradicional son irreproducibles por este medio y caminan por los pasillos de Paris 873 con el puñal bajo el poncho.

Y es que Álvaro Elizalde y sus boys saben que el enfrentamiento que se avecina no es menor y será un choque de trenes. Si el actual presidente del PS no es electo como senador, o el rendimiento electoral del partido va a la baja, sabe muy bien que irán por él y su equipo de recambio. Le inventarán luego un congreso extraordinario y motivos habrá de sobra para hacer rodar su cabeza.

Por el contrario, si Elizalde es electo y el PS mantiene o aumenta su representación parlamentaria, la generación del recambio concluirá lo que comenzó con Lagos, continua hoy con Insulza y finalizará con los que vienen. Ni hablar si, además, se produce el milagro y Guillier triunfa en segunda vuelta.

Insulza: la madre de todas las batallas.

Como en la guerra fría real, el conflicto no puede ser directo porque podría resultar letal para la sobrevivencia de la propia colectividad, ésta vive como conflicto de baja intensidad y se libra en los territorios periféricos y tiene en esta oportunidad como protagonista a José Miguel Insulza y su aspiración senatorial por Atacama. Ello explica, sin pudor alguno, el ninguneo del que ha sido objeto el otrora panzer de la política chilena, José Miguel Insulza quien, primero, fue despreciado por la actual mesa como opción presidencial y ahora es ninguneado en su opción senatorial.

Lo que a ojos ajenos podría resultar un acto de antropofagia política – devorarse a uno de sus principales referentes públicos – tiene una explicación bastante lógica: asegurar la elección de Elizalde y de Isabel Allende con la entrega de la circunscripción de Atacama al PC con Lautaro Carmona a cambio de la omisión comunista en Valparaíso y en Maule favoreciendo las candidaturas de Isabel Allende – principal sostén de Andrés Santander – y la del propio presidente actual del PS.

Y no reclamen ni despotriquen contra Elizalde y Santander. Después de todo, las principales figuras del recambio socialista no han hecho otra cosa que continuar haciendo lo que han visto de los principales líderes de la transición y que, por lo demás, es moneda frecuente en la historia del PS.

En una época en que la política ya no tiene poesía, ¿Por qué deberían ellos salvar al panzer?

Guillier en medio de la guerra fría del PS.    

En ese complejo escenario interno Alejandro Guillier ha debido relacionarse con la histórica colectividad, favoreciendo un tiempo a los barones y la designación de J.P. Letelier como su recaudador de firmas, para una vez obtenido ese propósito sacarlo de su comando para instalar a Arturo Barrios, mano derecha del actual secretario general del PS, como uno de sus jefes territoriales generando el entusiasmo de la actual mesa y gatillando de paso, la airada reacción de su dirigencia tradicional.

Y es que por más independiente o ciudadana que sea su aspiración presidencial, Guillier, o su equipo de confianza, saben que si hay alguna posibilidad de revertir el complejo panorama por el que atraviesa la principal candidatura oficialista es con el PS desplegado territorialmente con toda su potencia.

Guillier sabe que la única posibilidad de revertir su perfomance es con el apoyo socialista, única tienda política vertebrada nacionalmente y con arraigo territorial que podría darle un impulso vigoroso a su aspiración en una época electoral dominada por los incumbentes y donde las definiciones electorales dependen más de la capacidad de movilización clientelar de adherentes que de una ciudadanía silenciosa e indiferente que reclama y vocifera mucho por redes sociales, pero que no tiene ninguna obligación de asistir a votar.

Allí, el grueso de la coalición oficialista, ausente en las anteriores primarias – salvo núcleos pequeños que se movilizaron para votar por Ossandón contra Piñera –  tiene un rol que desempeñar dado la cantidad de electores – familias, redes clientelares o de favores – cuyo sustento material depende directa o indirectamente del acceso a los beneficios o prebendas que otorga el control de Estado.

Un PS movilizado y desplegado territorialmente, más las limitaciones de la candidatura de Piñera – además del permanente deterioro de su imagen pública, la principal carta de la derecha solo obtuvo apenas 19.432 votos más que los que sumó Longueira y Allamand en la primaria de 2013 -, y el escaso peso de del Frente Amplio sobre el “voto incumbente” le abren a Guillier, la única posibilidad que podría revertir su compleja, zigzagueante y cuestionada candidatura presidencial.

De lo contrario, y si a la derrota de Guillier, suma su fracaso senatorial, Álvaro Elizalde sabe que se le vendrá un rápido congreso extraordinario donde perderá su reino… y también su cabeza.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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