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Fernando Villegas: el pigmalión de la elite Opinión

Fernando Villegas: el pigmalión de la elite

Mauro Salazar Jaque
Por : Mauro Salazar Jaque Director ejecutivo Observatorio de Comunicación, Crítica y Sociedad (OBCS). Doctorado en Comunicación Universidad de la Frontera-Universidad Austral.
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¿Quién es Villegas más allá del escándalo que lo persigue? Hoy se encuentra climatizado en un discurso moralizante, culturalmente regresivo y políticamente autoritario y ha perdido esa audacia que lo hacía brillar como un «ecualizador de lo exótico». En fin, desarrapado respecto al estilo de Cancillería que cultivó Raquel Correa, jipi del orden y de roles protagónicos en nuestra farándula política, pelucón voluptuoso y con sentido de espectáculo, pero profundamente institucionalista, a veces todas las anteriores y después nada, pero finalmente un defensor travesti del establishment en clave iconoclasta.


Dado los hábitos parroquiales de nuestro péndulo mediático resulta indispensable revisitar la relación entre neoliberalismo y comunicación. Ello en virtud de los dispositivos corporativos puestos en circulación, la irreversible decadencia ideológica de los partidos, los desgarbos de nuestra elite y la desdibujada industria de las comunicaciones, nos lleva a reflexionar sobre la destrucción de los cimientos culturales y simbólicos del orden normativo.

Sin perjuicio de lo último, la sociedad chilena -por momentos- tiene patrones similares a una «comedia bufa» que debe ser erradicada por las nuevas gramáticas generacionales. El fascismo capilar de los últimos días salpicó a «nuestro» Fernando Villegas. A modo de didáctica comparación, se trata de una versión tibiamente similar a Lanata (tibiamente similar en cuanto a la oscilación argumental, la metamorfosis de medios y el pastiche editorial), aunque con menos alcances y arrojo que el fundador de Página 12 y el memorable Hora 25.

De todos modos, Villegas, nuestro conservador libidinal, posee menos pluma y lectura, eso sí, resulta más mesurado en sus pactos elitarios respecto a la industria argentina, pero corre sin los vientos del Dios Borgeano. De cuando en vez, hace gala de ser «gran lector» de historia universal antigua, pese a cultivar una escritura coloquial apta para todo tipo de consumidores. Hay que pensar cuál es el propósito de masificar manuales de lectura (aparte del negocio mismo) que con pluma blanda vienen a establecer retratos y estereotipos que fortalecen hábitos y creencias que invocando a Nietzsche llamaríamos la «moral del rebaño». ¡Pero ay, vanidad de vanidades¡

[cita tipo=»destaque»]El «texto Villegas» representa la «metáfora del cortesano», pero con un gesto neoliberal que aparentemente lo torna más novedoso, pues obra como la «consciencia crítica» de la elite que la exculpa de su propia arbitrariedad. Su discurso alude a la figura del muñeco y el ventrílocuo, allí él opera como el muñeco que textualiza la irreverencia de una elite que en su interior no puede más que defender y asimilar su conservadurismo. Es una «figura hegeliana» que condensa tragedia y comedia al mismo tiempo. Dicho sea de paso, también representa la prepotencia residual de aquello que heredamos del campo intelectual de la post-dictadura.[/cita]

Si entendemos el neoliberalismo como una «economía mediática» indispensable para la gobernanza hacemos mención a un conjunto de formaciones textuales-discursivas, lo cual comprende aspectos que prefiguran una realidad en estado de mutación: imágenes, liderazgos mediáticos, violencia ciudadana, construcción visual de la gobernabilidad, formatos televisivos, que ha permitido que las triangulaciones de nuestros líderes de opinión, se hayan proclamado como una fuerza motriz que sojuzga moralmente las «pildoritas de la vida» cotidiana bajo este nuevo orden post-social (sí, post-social).

Nuestros censores provienen de una elite periodística que ha domesticado un sentido común -somatizando los estados anímicos de nuestra desdibujada elite- promoviendo sujetos dóciles en caso de protesta social, o bien, declarando interdictos en pantalla a las voces críticas contra el gobierno de turno, empresa que Villegas abrazó fielmente el 2011 (cual soldado) sin miramiento de objetivos nobles. Todo ello ha contribuido a la devaluación simbólica de toda imagen de futuro, de tal suerte la política explota como un «presente sin horizonte» y la realidad sólo puede ser concebida como un «orden temporario» de gremios laxos donde «líderes» como Villegas desde una tribuna llena de despistes y sofismos (su confinamiento en Radio Agricultura) ha terminado aportando algunos «puntitos» para que el neoliberalismo derrotara a la democracia chilena.

De Chopin a Lyotard, de Lyotard a nuestros nihilistas post-modernos, descreídos, pero radicalmente conservadores. El discurso de Villegas es el síntoma de un maridaje que hunde sus raíces en los primeros años de la transición. Esa fue su sala de parto. Ahora no se trata de entender nuestra experiencia desde algún libro de Baudrillard, o bien, la sociedad del espectáculo de Debord, basta con mirar la destrucción de la realidad en la vida cotidiana; antes fue el selfy con la pequeña Sofía, ahora la viralización de imágenes eróticas hardcore, hoy un manoseo lascivo, y un estado de instituciones afásicas donde se gobierna por decreto.

A la luz de este diagnóstico, debemos concebir una subjetividad post-social (léase líquida) donde reverbera un sujeto plástico, pragmático y ludópata que nos obliga a repensar el nuevo reparto de las subjetividades. Pues bien, el sujeto de marras se encuentra inserto en una «zona muda», ello lo ha llevado a cultivar un discurso digitado sibilinamente desde las elites y ¡por favor, cuidado con el adjetivo vulgar¡ en cuanto a la operatoria del poder nadie llama por teléfono a nadie, comunicacionalmente hay redes, señales, gestos, rictus, y un centenar de mediaciones simbólicas que bastan para calibrar la sensatez de un discurso estratégico que tiene en común un juego de intereses.

¿Y el gatopardismo? A no dudar, «nuestro» Villegas abrazó las causas de una izquierda ebriosa, luego filo-concerta, después tibia derecha, antes y durante anticomunista primario, después llamó a votar por Labbé, ¡Ampuerazo, sin pedido de disculpas¡ Años antes era un crítico de Piñera, ahora no escatima en elogios. Y pese a todo reserva sutilidades frente al personaje de Ricardo Lagos y así el péndulo no se detiene (tonal…atonal, etc). Pero siempre ha mantenido una hebra con el conservadurismo -patochadas mediante.

Hoy se encuentra climatizado en un discurso moralizante, culturalmente regresivo y políticamente autoritario (Radio Agricultura y un Villegas de los márgenes) y ha perdido esa audacia que lo hacía brillar como un «ecualizador de lo exótico». En fin, desarrapado respecto al estilo de Cancillería que cultivó Raquel Correa, jipi del orden y «comisario del pueblo», Chascón desafiante y de roles protagónicos en nuestra farándula política, pelucón voluptuoso y con sentido de espectáculo, pero profundamente institucionalista, de aires conservadores, a veces todas las anteriores y después nada, pero finalmente un defensor travesti del establishment en clave iconoclasta. Quizá existe alguna relación poco explorada entre su pelo post-moderno y los pasivos años 90′, desgreñado, despeinado, desastrado, desidioso. Un despertar del Chile transicional que entró de golpe a los mercados globales (se puso a tono con los tiempos, las modas y una estética liviana, suavizada, soft).
En suma, un conservador desgarbado, pero muy sexy para los viejos formatos televisivos.

Con relación a las elites ocurren cuestiones tibiamente similares con sus compañeros de ruta en Tolerancia Cero para generar un discurso sin centro, con un texto que monopoliza la sensatez y declara la interdicción de situaciones que no se ajustan a sus «principios de realidad». En el Chile de las «subjetividades plásticas» (en lo prosaico) el discurso Villegas comprendió habilitar un lenguaje que le permitió comercializar un texto hermafrodita que hoy, por cuestiones parroquiales, sale a la luz pública.

El «texto Villegas» representa la «metáfora del cortesano», pero con un gesto neoliberal que aparentemente lo torna más novedoso, pues obra como la «consciencia crítica» de la elite que la exculpa de su propia arbitrariedad. Su discurso alude a la figura del muñeco y el ventrílocuo, allí él opera como el muñeco que textualiza la irreverencia de una elite que en su interior no puede más que defender y asimilar su conservadurismo. Es una «figura hegeliana» que condensa tragedia y comedia al mismo tiempo. Dicho sea de paso, también representa la prepotencia residual de aquello que heredamos del campo intelectual de la post-dictadura.

En resumen, se trata del déficit cognitivo de una democracia cesarista cuando intenta construir la imagen de una voz disidente y promocionar la crítica protegida desde las corporaciones. Dicho de otro modo, el sujeto de marras es la «lengua monstruosa» de la democracia corporativa, dado que su eventual nihilismo, más que obrar como un acto genuinamente desacralizador o rupturista, es más bien la defensa «erótica» (tomen nota del tal fascinación) del relato del orden.

Y ahí va el discurso Villegas, ficcionando fugarse del presente, descubriendo bárbaros a su izquierda y a su derecha, o donde sea, masticando nuevas formas para su imaginario conservador, sin religión ni promesa, pero siempre muy atento y comedido con las tecnologías del poder. De todos modos, algo pasa con el sujeto de marras, porque luego de esta zigzagueante trayectoria comunicacional, tiende a desaparecer tras la escena feminista, o bien, el financista elitario de medios ya no lo tolera a todo evento y hoy accede a vitrinas de menor masificación.

De este modo, el sujeto de marras encarna a toda esa «generación acomodaticia», las presuntuosas voces de la sensatez, verdadera episteme del orden, donde la transición democrática necesitó inventar mecanismos para validar su legitimidad. Por eso el arco mediático de la gobernabilidad aún lo defiende porque en el fondo todo ese elenco de actores incidentales son parte de la «épica del realismo». Bofill lo avala sutilmente, el influyente Jaime de Aguirre lo reduce a un problema doméstico con las maquilladoras, por su parte el acomodaticio Paulsen le baja el perfil y del Río obra de la misma manera…la dinastía Rincón establece mesuras.

En suma, todos se mueven en una misma dirección política ¡somos compadres bien «paleteados»¡ Por fin tiempo sin Dioses ni profetas, tiempo de élites carenciadas, tiempo de lenguas vulgares y luces breves. Pero todos henchidos de capitalización y sentido de oportunidad. Los Villegas, Los Boffil, Los del Río -y tantos otros «progresistas de bronce»- rápidamente hicieron suya la lección de que los únicos Dioses físicos en nuestros tiempos son las elites ¡Chapeau¡

Toda esta trama de insospechados alcances elitarios, no es más que el «clon» de un universo simbólico cuyas filiaciones operan como el «sirviente semiótico» de una elite que aburrida de sí misma (cede al populismo por la vía de las masificaciones y el acceso a «bienes temporales») necesita no solamente cantar sus glorias, de hecho una parte de nuestra elite también necesita empoderarse otorgando tribuna a Mayol y Jackson (et al) en SOFOFA, en Casa Piedra, etc.

Ello explica la necesidad de colocar en pantalla estos personajes que aparentemente resuelven las contradicciones de una chilenidad hechizada en las estéticas del consumo bajo el expediente del desprecio ante toda realidad (levantado un texto vomitivo para efectos de rating) cincelando un registro despreciativo en todos los planos posibles. La paradoja es que ese mismo desprecio es a su vez la defensa más «ultramontana» de los últimos 20 años en favor del orden, elaborado desde un discurso esperpéntico cuya fecundidad lúgubre fue la transición a la democracia. Lo que hay en el fondo es una comunicación política donde la realidad está dada por la violación de reglas mínimas de urbanidad, y en dónde imperan también, las afinidades corporativas (menosprecio, arrogancia, clasismo, xenofobia, menoscabo por la vía de la comunicación gestual).

Y así pasan los años, el sujeto de marras siempre dice coléricamente que no responde a ningún partido o grupo de presión, pero el travestismo se mantiene intacto. El ex-panelista de Tolerancia Cero se ha consagrado a combatir con tirria al movimiento social, y eso es muy legítimo, sin embargo nunca hizo lo mismo con aquellos grupos de poder que hoy lo miran de reojo y que solo él supo acariciar durante tiempos mejores.

Para efectos de nuestro oráculo mediático nunca debemos olvidar la máxima de Dante, ¡Que abandone toda esperanza, quién aquí entre!

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