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En la Convención crece el diálogo, mientras afuera la división LA CRÓNICA CONSTITUYENTE

En la Convención crece el diálogo, mientras afuera la división

Patricio Fernández
Por : Patricio Fernández Periodista y escritor. Ex Convencional Constituyente por el Distrito 11.
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El tema mapuche es una mega derrota para la política: haber dejado escalar un conflicto cultural, donde lo que se exigía era el reconocimiento de un pueblo, a algo parecido a una guerra. La constitución actual no considera la existencia de los mapuche, y tras el retorno de la democracia, los gobiernos concertacionistas no fueron capaces de corregirlo. La nueva constitución -asunto prácticamente zanjado en lo grueso, aunque no en sus detalles- establecerá que Chile es un estado plurinacional. Mientras afuera se matan, habrá puesto esa primera piedra para una solución que hoy es mucho más difícil que antes, cuando todavía no existían las trenzas mafiosas entre madereros y bandas locales, ni a ciertos indígenas se les habría ocurrido cultivar y traficar drogas (vicios propios de cualquier población marginalizada), ni había grupos de jóvenes iluminados dispuestos a quemar iglesias. 


Ya no son enfrentamientos con carabineros o miembros de la PDI los que se viven en La Araucanía, ni sus armas son las piedras y los palos; ahora también hay marinos con tenida de guerra, no vestidos de azul y blanco como El Último Grumete de la Baquedano, sino con cascos y overoles camuflados, marinos de tierra, de esos que desembarcan para tomar el control en los territorios enemigos. Y esos mapuche que los enfrentan, ya no agitan chuecas en el aire cuando amenazan, sino armas de fuego. Es una mega derrota para la política: haber dejado escalar un conflicto cultural, donde lo que se exigía era el reconocimiento de un pueblo, a algo parecido a una guerra. La constitución actual no considera la existencia de los mapuche, y tras el retorno de la democracia, los gobiernos concertacionistas no fueron capaces de corregirlo. La nueva constitución -asunto prácticamente zanjado en lo grueso, aunque no en sus detalles- establecerá que Chile es un estado plurinacional. Mientras afuera se matan, habrá puesto esa primera piedra para una solución que hoy es mucho más difícil que antes, cuando todavía no existían las trenzas mafiosas entre madereros y bandas locales, ni a ciertos indígenas se les habría ocurrido cultivar y traficar drogas (vicios propios de cualquier población marginalizada), ni había grupos de jóvenes iluminados dispuestos a quemar iglesias. 

La tarea de los escaños mapuche no es nada simple. Están ahí representando a un pueblo que se halla entre dos fuegos, uno que habita adentro y otro que viene de afuera. La inmensa mayoría del pueblo mapuche quiere vivir en paz, tranquilamente y con dignidad. Saben que han sido pasados a llevar, que se les ha menospreciado y que no están dispuestos a soportarlo más, pero también saben que forman parte del país que los ha maltratado y estafado, que buena parte de sus amigos y familiares provienen de esa tradición, y que a estas alturas comparten un destino común. Cada cual sabrá cómo, pero en conjunto. Y a eso deberán abocarse los mapuche de la Convención, cuando a ambos lados hay quienes ya no quieren o no pueden. Mantener y devolver la confianza en la política cuando la pólvora ha lastimado, ensordecido y enfurecido, es una tarea titánica.

Al interior de la Convención, se habla poco de política contingente. Cuando hay muertes en el sur sí, porque sólo aquí los indígenas tienen un espacio en el escenario público nacional. No hay otro lugar en el que puedan hablar en igualdad de condiciones, lo que vuelve inevitable que cualquier evento dramático en sus pueblos repercuta en el hemiciclo del ex Congreso y sus salas laterales. Para el resto, están los políticos profesionales. 

La amenazante situación económica -una inflación que crece, inversiones que se detienen, cuartos retiros irresponsables, fuga de capitales, inquietantes repartijas de utilidades-, el desprestigio del presidente (ya rara vez alguien se acuerda de él), las candidaturas parlamentarias y hasta la carrera presidencial, no son asuntos que conciten la atención de los convencionales, al menos no ahí adentro. Ni siquiera el cómo nos ven de afuera. No hay tiempo. Todos los esfuerzos están puestos en el funcionamiento de la Convención. Ahí vivimos un laboratorio del entendimiento futuro. Somos los de hoy, pero nuestro reto es el mañana. Aunque parezca raro -y más de alguno podría agregar que peligroso para nuestra popularidad-, no es malo que nos alejemos de la contingencia, aunque si llega a ganar José Antonio Kast…

“Tercera semana de trabajo de las Comisiones Temáticas y ya se puede apreciar que avanzamos de manera seria en el desafío de los contenidos de la nueva Constitución. Es una señal muy valiosa para la ciudadanía que, sugiero, debemos comunicar todos las y los convencionales”, sostuvo Hernán Larraín, contradiciendo el tono belicoso con que sus ex compañeros de bancada, udis y republicanos, acostumbran despotricar. “Creemos en un proceso que garantice cambios, paz, justicia, libertades políticas y civiles, y además un desarrollo sustentable. Tenemos todas las ganas de cooperar, de conversar, de dialogar, de encontrar acuerdos. No creemos en las trincheras, ni tampoco en las ideologías extremas. Lo que queremos es unirnos en este objetivo común que es sacar adelante una nueva constitución que siente las bases para un nuevo Chile, en el que todos tengan espacio…”, había dicho Bárbara Rebolledo minutos antes, cuando comunicó al pleno la escisión de los miembros de “RN, Evopoli e independientes” del resto de la derecha obstruccionista. Se trata del hito político más importante desde el inicio de la Convención: mientras afuera sus partidos cierran filas con José Antonio Kast, aquí adentro crece la amistad cívica. Esa tarde, en las mesas del jardín, Giovanna Grandón (la tía Picachú), Alejandra Pérez y Tania Madariaga -todas ex Lista del Pueblo- bromeaban con la Bárbara que debieran unirse en la misma bancada, mientras colaban juntas.  

Esta semana aprobamos el cronograma general, algunas comisiones temáticas comenzaron a recibir audiencias: estudiosos de sistemas políticos, dirigentes sindicales, economistas… Invitados como conocedores de sus respectivas materias, porque a partir de este martes comenzarán a llegar aquellos que se inscriban llenando los formularios disponibles en nuestra página web. Hasta comienzos de enero, la Convención escuchará a quienes lo soliciten y recibirá iniciativas populares. Sólo después comenzará a zanjar normas. 

En mi comisión, la de Derechos Fundamentales, acordamos unánimemente el modo en que estructuraremos el trabajo por venir. Si en un comienzo parecía reinar un cierto caos, el jueves desembocamos en un cauce. No todo sucedió en los tiempos de las sesiones formales. Constituimos en sus pausas grupos espontáneos en rincones del hemiciclo, donde representantes de todos los sectores -unos de pie, otros sentados o apoyados en las barandas y también intercambiando cigarrillos en torno a las mesas del jardín-, encontramos juntos la solución más eficaz para avanzar en el diseño de aquel listado de derechos que constituye el corazón de la nueva Constitución -porque su cerebro está en las comisiones orgánicas-, aquello a lo que el Estado se comprometerá con todos sus habitantes, es decir, lo que nos deberemos unos a otros de manera insoslayable, porque no estamos solos, sino que vivimos en comunidad. 

Oí contar que otrora, cuando en Persia/ hubo no sé qué guerra,/ en tanto la invasión ardía en la Ciudad/ y las hembras gritaban,/ dos jugadores de ajedrez jugaban/ su incesante partida”, escribió Fernando Pessoa. Aquí no somos dos, sino 154. Y sí nos “importa la carne y el hueso/ de las hermanas, de las madres y de los niños”, a diferencia de en esa partida ensimismada. De hecho, como reconoció en su discurso la convencional Rebolledo, “creemos que la participación ciudadana es un eje fundamental de este proceso”. Pero también es cierto que ahí adentro estamos llamados a que algo “en la historia aprendamos/ de esos calmos jugadores de ajedrez”: que en nuestro tablero, no se juegan batallas inmediatas, sino reinos imaginarios que estarán otros llamados a realizar. Imaginarios, pero no imposibles. 

Mientras tanto, es de esperar que no “Caigan ciudades, sufran pueblos, cesen/ la libertad, ni la vida”, porque si levantamos la cabeza, lo cierto es que la cosa no se ve fácil: el miedo y la incertidumbre despiertan los monstruos autoritarios, el deseo de orden sustituye a la esperanza y cuidar lo que se tiene pone en jaque a los esfuerzos progresistas. ¿Seremos capaces de mantener viva y creíble la idea de una transformación tranquila, de que la paz se construye escuchándonos y no haciendo callar? No debemos escatimar esfuerzos para conseguirlo.

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