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Atentado en cuesta Las Achupallas: el día que Pinochet creyó que la CIA lo quería asesinar PAÍS

Atentado en cuesta Las Achupallas: el día que Pinochet creyó que la CIA lo quería asesinar

Carlos Basso Prieto
Por : Carlos Basso Prieto Unidad de Investigación de El Mostrador
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Inmediatamente después del atentado por medio del cual el FPMR intentó aniquilarlo en septiembre de 1986, el dictador culpó en primer lugar a otros uniformados. Luego cambió de parecer y pensó en la CIA y, en tercer lugar, en el Partido Comunista. Meses antes de ese hecho, la CIA emitió al FBI una curiosa petición de información sobre Augusto Pinochet y su familia, para “un estudio” que –si existió– no fue desclasificado. En 1987, pese a que ya estaba claro que el ataque había sido perpetrado por los frentistas, Pinochet insistió en su tesis de la CIA, en una entrevista con el diario Le Monde.


No es difícil imaginarse la escena que se vivió durante la tarde del 7 de septiembre de 1986 en la cuesta Las Achupallas, en el Cajón del Maipo, luego de que “Sebastián Larraín” –el nombre falso que usaba Guillermo Teillier, por aquel entonces encargado militar del Partido Comunista– diera luz verde al brazo armado del PC, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), para que este ejecutara la llamada “Operación siglo XX”, es decir, el plan para asesinar al dictador Augusto Pinochet. Muchos, al principio, cuando Televisión Nacional comenzó a informar al respecto, se negaban a creer las noticias y pensaban que, seguramente, no era más que otra maniobra comunicacional, un montaje destinado a victimizar a Pinochet.

Sin embargo, la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA) tenía las cosas bastante claras y entendía muy bien la mecánica de los acontecimientos. Un documento secreto de dicha organización señala que aquella tarde Pinochet no tenía presupuestado regresar ese día a Santiago desde la mansión que se había construido en El Melocotón, pero a último minuto tomó la decisión. Contrario a su costumbre, no viajó en helicóptero, sino en una de las clásicas caravanas presidenciales, las cuales –afirmaba la agencia norteamericana– “son habitualmente precedidas por varios contingentes de seguridad, que se apostan en diferentes puntos a lo largo de la ruta, y brindan cobertura desde el aire por helicóptero. Esto no se hizo en esta ocasión”.

En el auto, además de Pinochet y su nieto Rodrigo, viajaban también –de acuerdo con el documento– el edecán naval y un conductor. La CIA describió el inicio del ataque de modo cinematográfico, relatando que el marino “vio una explosión correspondiente, aparentemente, a uno de los autos de escolta que fue alcanzado por un cohete, y luego numerosos flashes de disparos”.

Pinochet, según el relato estadounidense, “tomó una ametralladora que mantenía cerca de él y trató de salir del auto. El edecán naval lo alejó de la puerta y le dijo que se lanzara al suelo, cubriendo a su nieto, y ordenó al conductor poner reversa y salir de la emboscada. Cuando retrocedía, el auto de Pinochet se enredó con otro, que se pensó era aquel donde iba el médico de Pinochet y guardaespaldas adicionales, y lo hizo salirse del camino”.

Siempre de acuerdo con esta versión, más tarde se determinó que el móvil chocado por el Mercedes de Pinochet “era uno de los vehículos de los terroristas, que de algún modo se las arregló para unirse a la caravana presidencial”.

De regreso en la mansión de El Melocotón, lo primero que Pinochet pensó fue que los autores del ataque eran otros miembros del Ejército, según la CIA. No hay que olvidar, para comprender dicha idea, los problemas que había tenido incluso con miembros de la Junta Militar y la espada de Damocles siempre pendiente del retirado general Manuel Contreras. Luego, sin embargo, y tras hablar con varios oficiales de alto rango, cambió su posición “y dijo que detrás del ataque estaban la Agencia Central de Inteligencia o el Partido Comunista chileno”.

Claro, era lógico pensar en el PC o más bien –como sucedió– en su aparato armado, el FPMR, pero la mención a la CIA, la misma que había planificado un golpe de Estado contra Allende en 1970, es un tanto extraña, pero a la propia agencia no le llamaba la atención en lo más mínimo. En el mismo cable, de hecho, se indicaba que “muchas autoridades del gobierno, de línea dura, y oficiales militares, creen que el gobierno de Estados Unidos posee un plan para derrocar a Pinochet, y que ha desarrollado una extensa red de oficiales navales y de la Fuerza Aérea para este fin. Pinochet también cree que este es el caso, y considera a su peor enemigo al Departamento de Estado y la CIA. El PC es un problema menor”, decían los agentes de la estación de la CIA en Santiago, el 21 de noviembre de 1986.

Lejos estaban los años en que las relaciones entre Pinochet y la CIA eran estrechas, siendo uno de los principales hitos de esos vínculos el entrenamiento provisto por la entidad estadounidense para el ejército privado de Pinochet, la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), efectuado en la casa del Cajón del Maipo que había pertenecido a Darío Sainte Marie (“Volpone”), donde instaló su Escuela de Inteligencia y luego una brigada, que fue responsable –entre otros crímenes– de la desaparición de parte de la cúpula del PC en 1976, en el marco del caso conocido como Conferencia.

Ese fue el año en que, justamente, la relación entre la dictadura y sus antiguos aliados de la Agencia Central de Inteligencia estadounidense llegó a un punto de quiebre. Si bien desde 1974 que tanto la CIA como la DIA (la Agencia de Inteligencia de la Defensa) de EE.UU. venían advirtiendo internamente acerca de las violaciones a los derechos humanos y del poder omnímodo de la DINA, lo que realmente convirtió a Pinochet en persona non grata en Estados Unidos fue el crimen de Orlando Letelier y Ronni Moffitt, cometido en septiembre de 1976 en Sheridan Circle, Washington DC.

Ello no solo significó que los republicanos en el poder tomaran cuanta distancia pudiesen respecto de una dictadura que había cometido un atentado terrorista a 15 cuadras de la Casa Blanca, sino que también los demócratas levantaron la famosa enmienda Kennedy, bloqueando la venta de armas contra la dictadura. Aunque la llegada de Ronald Reagan al poder (en 1981) fue un respiro para Pinochet –como lo describía días atrás Boris Yopo, en una columna publicada por El Mostrador y titulada “Cuando Estados Unidos decidió abandonar a Pinochet“–, el inicio de las protestas en 1983 comenzó a quebrar de nuevo la relación y, para 1986, como lo reflejan los documentos, Pinochet estaba convencido de que Estados Unidos lo quería asesinar.

La mala opinión que las administraciones estadounidenses terminaron teniendo de dictador chileno se refleja en un informe de su personalidad confeccionado en 1988 por los norteamericanos, en el cual dicen que el militar poseía una personalidad paranoica, afectada por cambios de humor bipolares, con poca tolerancia a la frustración y –entre otras cosas– con un sentido mesiánico del deber.

Aquello contrastaba notablemente con los elogiosos perfiles que la CIA había confeccionado de él en 1974 y 1976 (antes del crimen de Letelier), en el último de los cuales, por ejemplo, se señalaba que estaba dedicado a borrar cualquier vestigio del marxismo, que tenía una “preocupación por la gente” y que era “genuinamente popular en Chile, a pesar de las severas críticas a su persona en el exterior”. Por cierto, allí se relataba que estaba casado con Lucía Hiriart, y que tenía cinco hijos y siete nietos. También lo calificaban como un hombre que podía ser “cálido y paternal”.

Curiosamente, en abril de 1986 la CIA andaba muy interesada en nuevos detalles acerca de la familia de Augusto Pinochet, pues ello consta en un documento desclasificado por el FBI, en el cual el director de dicho organismo respondía a su par de la CIA una petición que este le hiciera por télex sobre antecedentes para “un estudio del presidente chileno Augusto Pinochet Ugarte” y su familia. Al respecto, el FBI –que posee habitualmente menos funcionarios que la CIA en embajadas como la de Chile (y, por ende, maneja menos información)– respondía que lo único que habían podido encontrar al respecto en sus archivos era una información relativa a una reunión que Pinochet había tenido en 1975 con un grupo de cubanos anticastristas, a los cuales habría ofrecido interceder ante Paraguay y Uruguay para que los apoyaran.

La obsesión con EE.UU.

En 1987, Pinochet desclasificó públicamente sus sospechas sobre el supuesto papel de la CIA en el atentado, en una entrevista con el diario francés Le Monde, incluso pese a que el propio Frente Patriótico Manuel Rodríguez se había adjudicado el atentado y que, además de las torturas a las cuales habían sometido a los fusileros detenidos, gracias a lo cual los servicios de seguridad de la época obtuvieron las clásicas confesiones, lo cierto es que había evidencia científica que vinculaba al FPMR con el intento de magnicidio, como huellas digitales.

Según la traducción de dicha entrevista, realizada por El País, Pinochet dijo que “poco después de 1973 recibí informes de una persona que trabaja para la CIA, según los cuales ellos no estaban de acuerdo con lo que yo había hecho porque el golpe había sido muy sangriento“.

En el mismo sentido, Pinochet agregó que “esa misma persona me hizo saber, en 1976, que yo estaba en peligro” y que “más tarde, otras dos personas me comunicaron un mensaje del mismo género a propósito de la CIA“. Asimismo, aseveró que “en febrero del año pasado recibí otro mensaje”, en el cual le decían “atención, la CIA está informándose”.

Ante lo anterior, Pinochet dijo haber preguntado sobre qué se estaban informando, frente a lo cual le respondieron: “Ellos están haciendo preguntas…”. Suspicaz, el dictador comentó a su entrevistador que “luego viene el atentado de septiembre. Y yo me dije, entonces, ¿la CIA?“.

Según contó, llamó a uno de los pocos amigos que le iba quedando en Estados Unidos, el general Vernon Walters, quien fue subdirector de la CIA entre 1972 y 1976 y que, en dicho rol, fue autor además de la famosa frase de que “Pinochet será un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta“. Aunque este ya no pertenecía a la agencia desde hacia 12 años, descartó enfáticamente la participación de la CIA en el ataque. Es más, hace un par de años el periodista Amaro Gómez-Pablos recordó en su cuenta de Twitter cuando entrevistó a Walters, quien le confidenció que “lo primero que hizo Pinochet fue llamarme, ‘¿fueron ustedes?’, me preguntó”. 

Ante los dichos del dictador en el medio parisino, el diario chileno La Época –relata un cable de dicha agencia de inteligencia, del 8 de mayo de 1987– publicó un titular que, junto a una foto de Pinochet, decía: “Caramba, caramba, ¿la CIA?”. La Tercera fue un poco más directa en su título: “Mano de la CIA en el intento de asesinato”.

De acuerdo con el texto de La Época, según Pinochet, la CIA ya había tratado de asesinarlo dos veces, en 1973 y 1976, sin dar mayores datos al respecto. El redactor del cable decía que “Pinochet puede creerse muy en serio lo que está diciendo, pero también parece que estas declaraciones se están haciendo para crear un ambiente en el cual virtualmente no pueda haber contacto entre los militares chilenos y la misión (militar) de Estados Unidos”.

Aceptando que no podía decirse con certeza cuáles eran las razones por las cuales el dictador había escogido a la CIA como blanco, el informe menciona que alguien –cuyo nombre está borrado– puede haber “envenenado la mente de Pinochet”.

NOTA: La versión original de este texto fue publicada el 04 de septiembre de 2013 en Documetomedia.org.

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