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Giorgio Jackson y las lecciones del general chino Sun Tzu

Giorgio Jackson y las lecciones del general chino Sun Tzu

Hoy parte El Poderómetro, una nueva sección de El Mostrador, cuyo objetivo es diseccionar en clave interpretativa, semana a semana, los intersticios del poder, los poderosos y sus relaciones con la política, los negocios y el público.


Ser un estratega nunca es algo sencillo y la experiencia (o la falta de ella) cobra sus cuentas, por más libros sobre poder, estrategia o táctica que alguien haya leído, o por muchas veces que haya visto la saga de El Padrino, House of cards o Borgen, o todas juntas.

Eso fue lo que le ocurrió a Giorgio Kenneth Jackson Drago cuando por fin llegó a “habitar el cargo” de ministro, primero en la Segpres y luego en Desarrollo Social. Dotado de una fuerte experiencia como dirigente estudiantil y como diputado, cometió varios errores –como toda persona– que, en el fondo, se resumían en una palabra: soberbia, la cual quedó prístinamente dibujada cuando dijo aquello de que “nuestra escala de valores y principios dista de la generación que nos antecedió”.

Por supuesto, eso no era cierto y si algún margen de duda quedaba al respecto, los cheese & wine de Pablo Zalaquett en su departamento de Lo Barnechea terminaron por sepultar la idea de la pureza moral de los antiguos impugnadores de los poderosos, que antes de llegar a ocupar el Palacio de La Moneda prometían en forma taxativa que nunca participarían de cocinas o componendas, que combatirían con fiereza el lobby o que no contratarían a sus amigos o familiares en el Gobierno, por ejemplo.

Sin embargo, la soberbia no se basa en hechos concretos, observables o cuantificables, sino en intangibles, en abstracciones, en cuestiones etéreas, inasibles. Como lo explica el diccionario de la Real Academia, algunos de sus sinónimos son “altivez, orgullo, inmodestia, presunción, altanería, arrogancia, vanidad, envanecimiento, engreimiento, jactancia, suficiencia, fatuidad, pedantería, endiosamiento, aires, humos, ínfulas”.

Al mismo tiempo, la soberbia es una característica de la personalidad. Se es o no se es soberbio y sería inoficioso pedirle a alguien que renuncie a ella, especialmente a aquellos que están en el juego del poder. De hecho, es una cualidad casi inseparable de quienes están en ese juego.

Mal que mal, hay que tener mucha confianza en uno mismo como para creer que se tienen las capacidades necesarias para conducir correctamente los destinos de miles o millones de personas y, además, se debe tener una creencia pétrea en orden a que no hay nadie mejor para esa misión, algo que es bastante difícil de conciliar con la humildad.

Sin embargo, la soberbia nunca es bien vista y, por ello, alguien que se jacta de ser un estratega –como el caso de Jackson– debería conocer a la perfección uno de los principios esenciales acuñados por el general chino Sun Tzu hace 2.500 años, en El arte de la guerra, libro en el cual señala que la guerra “se basa en el engaño. Por lo tanto, cuando se es capaz de atacar, se ha de aparentar incapacidad; cuando las tropas se mueven, se debe aparentar inactividad. Si se está cerca del enemigo, hay que hacerle creer que está lejos; si se está lejos, hay que aparentar estar cerca”.

Lo más probable es que el doble mimético del Presidente Boric haya leído varias veces esas mismas líneas, pero –como se indicaba antes– ponerlo en práctica es distinto, sobre todo cuando falta experiencia de vida. Claro, cualquier buen político sabe que hay cosas que no se dicen en público y una de esas es despreciar a sus colegas de alianza como si fueran unos carcamales corruptos.

Todo lo ocurrido es aprendizaje, es experiencia, es background de vida para el aún joven Giorgio Jackson, quien reapareció la semana pasada iniciando acciones judiciales en contra de quienes lo injuriaron, luego de que alguien llamara desde la cárcel diciendo ser él, para sustraer computadores y la caja fuerte desde el Ministerio de Desarrollo Social.

Una de las grandes preguntas que circuló cuando emergió de las miasmas del olvido fue por qué lo hacía ahora, cinco meses después de su abrazo de despedida con el Presidente, y al respecto circularon varias teorías, la más repetida de las cuales fue que estaba esperando a ver qué ocurría con la acusación constitucional en contra del ministro Carlos Montes.

Puede ser. Sin embargo, lo que es claro es que Jackson –que sabe muy bien que en política no hay cadáveres– comenzó a conciliar la teoría con la experiencia, pues, como dice también Sun Tzu, “nunca se debe atacar por cólera y con prisas”, a lo que añade que “triunfan aquellos que saben cuándo luchar y cuándo no”.

No hay cómo saber cuál será el destino judicial de sus acciones, ni el efecto final que tendrán en términos de la relación entre las dos almas del Gobierno, pero Jackson evidenció la semana pasada que se rearma para regresar al poder, quizá como presidente de un futuro partido llamado “Frente Amplio”, quizá como candidato a algo en un par de años más, quizá como un simple estudiante de máster en Europa que, en realidad, teje relaciones por todas partes.

No hay cómo vaticinarlo, pero es claro que aquilató a la perfección aquello que Sun Tzu califica como una de las claves del arte de la guerra: “Ataca al enemigo cuando no esté preparado, y aparece cuando no te espera”, algo que solo hace una persona que ha sido golpeada por la vida y la política y que, por ende, ha comenzado a domesticar las pasiones juveniles. Experiencia, como le dicen.

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