Publicidad
Raquel da Silva Barros: “Hay mujeres de calle que se visten de hombres para no ser abusadas” PAÍS

Raquel da Silva Barros: “Hay mujeres de calle que se visten de hombres para no ser abusadas”

Publicidad

Esta psicóloga y activista brasileña es una de los muchos invitados al 27 seminario de la Red Iberoamericana de ONGs que trabajan en drogas. La cita pone el acento en género y consumo: las mujeres drogodependientes son menos que los hombres, pero casi no son consideradas en terapias y tratamientos.


En Sao Paulo, donde trabaja la psicóloga y activista social Raquel Barros, hay un barrio enorme y degradado: Cracolândia, conocido como la tierra del crack. Es el lugar donde “la cocaína de los pobres”, el basuco o pasta base, se vende como la fruta en las ferias libres. 

Brasil  es el sexto país más grande del mundo y la novena economía mundial. Es además la segunda nación con mayor consumo de cocaína, después de Estados Unidos. Si se suma el consumo de todos los derivados de la coca (crack incluido), la cifra de consumidores es de más de 6 millones de personas en un país de 211 millones. 

¿Explicación? Es barata. Si el gramo de cocaína en los tres países productores –Perú, Bolivia y Colombia–, en 2022, era de 1 dólar, en Brasil era de 5, lo mismo que un paquete de cigarrillos. Eso, mientras en Estados Unidos el precio era de 30 a 50 dólares el gramo, y en Europa, entre 58 dólares y 180. Un “placer” transversal. Para todos los estratos sociales brasileños. 

Sin embargo, las poblaciones más pobres y vulnerables, consumen crack, fuman cocaína impura,  toman la peor de la cachacas. “Llamamos ‘brisa’ a ese momento en el que la sustancia te sube y sientes que eres una superheroína capaz de conquistar cualquier cosa. No te das cuenta de que estás en un lugar inmundo”, explicó una usuaria de larga data en un artículo al diario El País, dedicado a Cracolândia, el enorme barrio que bien conoce Raquel Barros.

La experta en rehabilitación de drogodependencia en mujeres y personas trans, es una de las expositoras invitadas a la versión número 27 del Seminario de la Red Iberoamericana de ONGs que trabajan con Droga (RIOD, es la sigla). Con la organización de SENDA y la participación de Hogar de Cristo, entre otras fundaciones, el tema es “Género, drogas e interseccionalidad”. De eso, hablamos con ella en un contacto virtual para el programa Hora de Conversar.

Vestirse de hombre

–¿Qué significa en palabras simples aplicar la “perspectiva de género” a la drogodependencia en el caso de las mujeres?

–Significa que tenemos que mirar las personas desde sus capacidades, habilidades, especificidades. Trabajar, por ejemplo, con población vulnerable, con hombres, es diferente de hacerlo con mujeres. Y ambos casos son diferentes a hacerlo con población trans. Cada uno trae su propia característica, su propio modo de entender el mundo, su propio valor. Trabajar con perspectiva de género es poder acercarse mucho más a la persona por lo que ella es, por lo que ella piensa, por las dificultades que sufre, por las habilidades que tiene y, a partir de ahí, crear mucho más vínculo, mucho más conexión. El tema del consumo de drogas no ha tenido aproximación de género históricamente.

–Ha sido abordado siempre desde una mirada masculina.

–Sí, y eso dificulta que las mujeres salgan de la drogodependencia. Como tenemos esta mirada masculina, hemos creado soluciones que son mucho más adecuadas para los hombres. No se considera, por ejemplo, que las mujeres tienen hijos, momentos premenstruales, son mucho más sensibles. Así, las propuestas de tratamiento, de intervención, se alejan mucho de lo que necesitan. Al hablar de mujeres, se tiene que considerar en primer lugar la protección contra la agresión. La agresión sexual, la violación. Ellas tienen mucho más dificultad para empezar un proceso de tratamiento, pero cuando lo inician son mucho más capaces de continuar y terminarlo con éxito. Pensar con perspectiva de género las adiciones es pensar en algo que logre resultados. 

Raquel refuerza la idea de que esto procesos consideren a mujeres especialistas para tratar a las mujeres drogodependientes. No necesariamente deben ser sólo mujeres, pero importa mucho que los terapeutas sean personas que entiendan a las mujeres, que consigan conectarse con ellas. Que sepan descubrir sus habilidades, su potencial, su sensibilidad. Para que se produzca el cambio, la adhesión al tratamiento del consumo, hay que conectar con cada persona, una a una. 

–¿Cuál es la diferencia fundamental entre un hombre y una mujer drogodependientes? ¿Qué los distingue?

–Para la mujer dar visibilidad a su drogodependencia es más lento, más complejo, porque efectivamente en nuestra sociedad la mujer es muy censurada, muy castigada. Para ellas es mucho más difícil solicitar ayuda; sienten mucha vergüenza. Y cuando lo hacen, ya están en una fase mucho más avanzada de su dependencia de las drogas. La diferencia fundamental es lo del estigma, del castigo social. El prejuicio lo dificulta todo. Si una mujer no tiene un comportamiento “normal”, no está en su casa, cuidando a los hijos, es censurada, por eso, no habla, disimula, no pide ayuda. Ellas se nos esconden y nos cuesta mucho más ayudarlas. 

“Son un desafío para nosotros”, afirma, concluyente. Porque están escondidas. “Recién cuando gritan de desesperación, se las ve. Conozco muchas mujeres en situación de calle, que se visten como hombres para protegerse, para ampararse dentro de la cultura machista. Saben que si aparentan ser hombres serán menos maltratadas, menos agredidas. Vestirse de hombres una manera de protegerse”

El abuso sexual desde la infancia

–¿Qué consumen las mujeres? ¿Qué es lo más generalizado? ¿Hay diferencia entre el consumo de las mujeres pobres y las mujeres más acomodadas en las distintas sociedades de nuestros países? 

 –Yo puedo decir que en la población con la que trabajo, mujeres y personas trans de alta vulnerabilidad, la droga más común es el crack. La pasta base o sulfato de cocaína impura. Otro grave problema son los medicamentos para dormir y los antidepresivos y los ansiolíticos. Ahí el consumo es mucho mayor entre las mujeres, porque es una suerte de droga “legal”, al ser un medicamento. Dentro de la población vulnerable, la marihuana es muy común, casi trivial, pero lo que más daña y genera consecuencias más graves es el crack. 

–En Chile, hoy se habla de “la clonasour”, mujer de clase alta, que vive “empastillada” y se alimenta de puro pisco sour, un cóctel, que le aporta la energía, y no come nada más para lucir delgada. ¿Se da eso en Sao Paulo?

–Yo tengo mucho más contacto con población vulnerable, así es que no sabría decirte de algo equivalente acá en Brasil. Pero sí es efectivo que las medicinas contra la ansiedad son muy utilizadas para emagrecer

“Emagrecer” es adelgazar en portugués. “Esas pastillas para adelgazar son muy abusadas entre las mujeres en mi país. Hay muchas farmacias clandestinas que alientan esa dependencia”, precisa Raquel, quien tiene un español casi perfecto, pero a ratos se le cuelan palabras de su idioma.  

–¿Cómo sale del consumo una mujer vulnerable? 

Nosotros vamos trabajando con fases de riesgo. Lo primero es impedir que ella muera en la calle. Es necesario sacarla de ahí. Buscar una solución institucional. Y luego descubrir en cada una de ellas cuáles son sus “activos”, sus recursos, para salir del consumo. Así, a una mujer que le gusta cantar o hacer manualidades, la vas alentando a que desarrolle esa fuerza. Buscamos que ella se fortalezca dentro de sus habilidades. Eso es lo primero, y en ese trabajo logramos vincularnos con ellas, porque son comprensiblemente muy desconfiadas. A partir de esa escucha, donde salen historias de vida muy fuertes, muy duras, en que el abuso sexual y la violación están presentes desde la infancia, vamos descubriendo quién es esa mujer. Hay que entender siempre que la droga es un síntoma, no es el problema. El problema siempre es anterior al consumo.

El “copo” medio lleno

Raquel habla de “relaciones personales fragilizadas, de falta de protección”. A la escucha y valoración de talentos y capacidades, suma el componente salud e inclusión económica. “No es posible lograr un cambio de una persona que vive en la calle o en una favela, sin trabajar con ella procesos de inclusión social y laboral que la saquen de ahí”

–¿Hay algún caso de éxito que te conmueva especialmente, que haya tenido un final feliz?

-Varios, muchos. Uno que se me quedó en el corazón es el de María Das Dores (María de los Dolores). Ella es una mujer a la que conocí en la calle, había sido una traficante muy poderosa. Estuvo largo tiempo en la cárcel. Ahí empezamos a trabajar con ella. Nos tomó unos seis meses que abandonara la agresividad, la desconfianza. Finalmente entendió que no estábamos ni para condenarla ni para crucificarla. Primero no quería hablar nada de cambiar, pero todas las semanas nos traía un tejido a crochet. No hablaba, sólo dejaba ese regalo.

El equipo de Raquel juntó esas piezas tejidas y las unió en un gran cuadro. “Fue un acierto: ella vio que valorábamos lo que nos daba. Empezamos un proceso de producción de esos trabajos y, aunque ella volvió a cárcel por un breve periodo, hoy tiene un pequeño taller de artesanía. Se ha reconciliado con una hija, consecuencia del abuso sufrido en calle, y escribió un libro, donde habla de nosotros y de esa construcción común. Es una historia linda porque demuestra cómo una sencilla habilidad que siempre tuvo y que nosotros valoramos, le abrió un camino.  

–¿Cómo se recupera una mujer del trauma que deja toda una vida sufriendo abuso sexual?

–Es necesario resignificar ese sufrimiento. El libro de María Das Dores se llama “Das Dores”, “Los Dolores”. Al procesar por qué rechazaba a esa hija que nació de una violación en la calle, ella entendió todo. Entendió su vida. Nunca se va a borrar el sufrimiento, el trauma, pero se le puede dar otro significado. Es la metáfora clásica. Se trata de o mirar “el copo” medio lleno o de mirar “el copo” medio vacío. 

Reducción de daño 

–Ustedes trabajan desde la perspectiva de género, ¿también lo hacen con una mirada de reducción de daños? Es decir, ¿ustedes no pretenden que una mujer que está metida en el tema del crack rompa rotundamente con ese consumo y quede en abstinencia permanente?

Nosotros queremos que la persona tenga una calidad de vida que esté bien. Ella va a decidir qué es estar bien para sí misma. Nosotros no tenemos el derecho de definir lo que un ser humano tiene que hacer con su vida. Lo que tiene que usar o no tiene que usar. Eso lo define la persona. Nuestro deber es ofrecerle oportunidades para disminuir el riesgo y mejorar su vida. A eso llamamos reducción del daño. 

Raquel insiste en que a las mujeres que quieren salir del consumo hay que hacerles ver sus prioridades. “Fumar crack o hacerte cargo de tus hijos. Esos polos no se equilibran. Hay que priorizar. Hay que tener claro que la droga es una manifestación de un problema. Si fumo crack, no consigo dormir, no consigo comer, estoy débil, no logro avanzar en nada. Entonces se requiere priorizar. Nuestro concepto de reducción de daño no entra en esa óptica de droga no droga, porque para nosotros hablar de droga es muy pequeño. Lo importante es hablar de personas. Entonces, vamos trabajando con personas, no con drogas. 

–¿Cómo trabaja la fundación Empodera de la que formas parte con las mujeres vulnerables de tu país? ¿Cuál es la clave? 

Tenemos el programa “Musas” que funciona como un club que apoya a todas las personas que tienen una inspiración con mucho potencial, pero están en una situación vulnerable. Es inclusión productiva que les permite, con ayuda de muchos, con una gran red de apoyo, sacar adelante su emprendimiento. Es el concepto de economía creativa. Es el taller de crochet y manualidades de María Das Dores, que logra transformar la vida de ella y de otras personas. Aquí la magia es el poder de las redes. El apoyo de otros.  

Publicidad