Publicidad
Denisse Lazo:  “Me enamoré de la coca” PAÍS

Denisse Lazo: “Me enamoré de la coca”

Publicidad

“Yo sabía que lo estaba perdiendo todo, pero no podía parar”. Denisse es una de las tantas mujeres que ha podido rehacer su vida gracias al programa terapéutico residencial de Quilicura, donde pasó diez meses junto a su guagua. Hoy, en tratamiento ambulatorio, vuelve a construir lazos con sus hijos.


–Me inicié en el consumo de cocaína a los 28 años, después puede haberme separado del padre de mis dos hijos mayores: Anaís, de 13, y Emilio, de 10.  Fue el día de mi cumpleaños. Yo me había alcoholizado con tequila esa noche. Perdí la inhibición, el control. Y, al jalar, sentí que estaba bien, como si no hubiese tomado nada. Yo conocía otras drogas: marihuana, pastillas, pasta base. Las conocía por mi familia, porque mi papá, mis tíos, todos eran drogadictos. Vengo de una familia donde está instalada la droga, la delincuencia. Mi mamá me intentó alejar de eso. Ella me encerró, intentó cuidarme.  

Denisse Lazo tiene 32 años. Hace un par de meses egresó del PTR (Programa Terapéutico Residencial) que Hogar de Cristo administra en Quilicura. Es uno de los pocos centros que trata a mujeres drogodependientes con sus hijos pequeños en todo el país. 

Se calcula que en la población chilena de entre 12 y 64 años, unas 650 mil personas presentan consumo problemático de alguna sustancia, ya sea alcohol, psicofármacos u otras drogas. De ese total, unas 110 mil alguna vez en el año señalan requerir algún tipo de apoyo, pero apenas unas 30 mil acceden a tratamiento. De esas 110 mil que requieren tratamiento, un 21% son mujeres, pero menos del 10% accede a programas de rehabilitación específicos para ellas. De ahí la importancia del 27 Seminario Anual de la Red Iberoamericana sobre Drogas y Cooperación (RIOD) que tendrá a Santiago de Chile como sede, entre el 12 al 16 de mayo, con el título: “Género, drogas e interseccionalidad”. 

Denisse es una de las afortunadas que logró acceder a terapia, pero antes vivió un duro y largo calvario. Aunque partió consumiendo de adulta, las causas de esa conducta están muy atrás, en su infancia. Con valentía y honestidad, nos narró su historia en Hora de Conversar. 

Un amor tóxico

–Yo era una mujer muy hogareña, dueña de casa, trabajadora, madre. Iba del trabajo a la casa. Siempre estuve como en una burbuja. Mi expareja no me dejaba hablar con nadie. Era muy celoso y machista y no me dejaba hacer nada. Nunca salí y me salté todas las etapas. Nunca decidí por mí: ni qué quería hacer, ni quién quería ser”. Entonces, cuando me separé y empecé a ver cómo era el mundo, se me soltaron las trenzas. Yo estuve con él en pareja desde muy joven. Desde los 14. Al separarnos, empecé a salir, a conocer gente, a tener amistades, a estudiar, que era lo que yo más quería. Yo soñaba con estudiar, con hacer tantas cosas. Me separé en 2019 y al otro año se produjo la pandemia. Estábamos en la casa de mi mamá, quien me acogió con mis hijos. Todo funcionaba online: los estudios de ellos y los míos, porque entonces tomé un curso de cajera bancaria. 

La convivencia no fue fácil. Su madre, que es sorda y poco expresiva, crió sola a Denisse, sin herramientas ni contención. Sin palabras. “Nos agarrábamos todos los días. Yo trataba de explicarle lo que me pasaba, pero no podía. Y ella tampoco entendía. Nunca supimos comunicarnos”.

Encerrada en esa casa, sin poder hablar con nadie, algo dentro de ella empezó a buscar escape. La libertad, que por primera vez asomaba en su vida, empezó expresarse de la forma más nefasta: en el consumo de cocaína. “Cuando la probé, me enamoré. Es como lo que te explican: uno se enamora de la droga. Es un amor tóxico, pero real, poderoso”.

Se había matriculado en Ingeniería en Administración de Empresas en INACAP, con mención en Finanzas. Fue su forma de decirse a sí misma y a los demás que podía. Que quería avanzar, ser independiente, “convertirme en alguien de quien mis hijos se sintieran orgullosos”, explica. 

–Quería sacar una carrera, trabajar, mejorar para mis hijos. Pero, por el consumo, no me daba la cabeza. No retenía nada, no me concentraba, no podía decidir.

“Me veía muy mal”

–La sociedad tiene roles tan estrictos sobre qué es ser hombre y qué es ser mujer. A las mujeres se nos exige ser más efectivas emocionalmente, contener, estar siempre para los demás. Lo del hombre es más concreto: llegar con el dinero, ser el jefe de hogar. Pero nosotras tenemos muchas responsabilidades afectivas, además de las prácticas. Los niños, la casa, el trabajo. Cuando empecé con el consumo fue como desligarme de mis responsabilidades. Pero consumir, de inmediato, te vuelve una mala madre. Y eso te lleva a consumir más. Es un círculo vicioso. Durante tres meses estuve desaparecida, porque me daba vergüenza que me vieran así. 

–¿Qué hizo tu mamá cuando desapareciste, porque entonces estabas viviendo con ella?

–Estaba mal por mí. Porque yo no volví a la casa. Aunque nunca llegué a estar en situación calle, porque vivía en la casa del papá de la Trini, mi bebé. Ahí estábamos los dos encerrados, consumiendo. 

El padre de sus hijos mayores se hizo cargo de Anaís y Emilio, y hoy están con él. “Yo le entregué la tuición de los niños. Ahora me gustaría tener la custodia compartida. Hoy veo a mis hijos fin de semana por medio. Ellos están acostumbrados a ese régimen y estoy recuperándolos. Yo los apoyo como puedo en lo económico y mi mamá me ayuda mucho. Con ella, hemos superado el quiebre que se produjo en mi periodo de mayor consumo”. 

Era el tiempo en que ella trabajaba como cajera en un banco, estudiaba administración por las tardes y después carreteaba y consumía. “No dormía, trabajaba, estudiaba, pero no me entraba nada”. Ahí conoció al papá de su guagua. Hoy reconoce: “Yo lo metí en el consumo, la verdad es esa. Él algo había probado, pero yo lo inicié en la cocaína”. Cuenta que él sigue siendo su pareja, pero que se ven poco. “Él trabaja mucho”. Y asegura que, como ella, también dejó el consumo.  

–Pero los hombres también son distintos a nosotras en eso. Ellos dicen que pueden salir solos de la droga, que no necesitan terapias o apoyo especializado. Yo a todos los que conozco y les he hablado de mi caso, me celebran que haya logrado salir, pero me dicen que ellos lo hicieron por sí mismos, sin ayuda especializada. Ese es el caso del papá de la Trini.   

–En tu peor etapa, ¿te dabas cuenta de que te estaban haciendo daño?  

–Siempre me di cuenta, pero, pero como te dije, me enamoré de la droga. Yo soy una persona vanidosa, muy pretenciosa, entonces me miraba al espejo y no me gustaba lo que veía, pero no podía dejar de consumir. Me veía mal, estaba muy delgada. Tuve problemas cognitivos, pérdida de memoria, nula retención, la cabeza no me daba. Lo único que quería era drogarme, drogarme, drogarme. Cuando me quitaron a mis hijos, yo lo acepté porque no estaba bien. Si no podía cuidarme a mí misma, cómo los iba a cuidar a ellos. 

“No quiero que me quiten a la Trini”

Denisse estuvo drogada prácticamente todo su último embarazo. Pero, cuando Trinidad, su preciosa niña hoy de un año, nació –prematura, de sólo 7 meses–, se produjo el cambio.  

–Más que hacerme cambiar, ella me devolvió a la vida. Yo ya no sentía amor, no quería el cariño de nadie, estaba anestesiada emocionalmente. Eso provoca la droga: te anestesia. Yo soy alguien que “sobrepiensa” y la cocaína me callaba la mente. Yo me refugié en eso, en no pensar. Cuando llegué al hospital, no tenía ni siquiera un pañal, ni una ropa y me sentía muy mal, lo que se vuelve peor por el trato que te dan. “Tu hija salió positiva en toxicológico”, me decían. Siempre culpando, asustando, dando un mal trato. Pero cuando me la pusieron en el pecho por primera vez, supe que no podía seguir así, que debía hacerme cargo.  

Es elocuente, cuando afirma: “Yo sabía lo que le podía pasar a la guagua por mi consumo, pero no podía parar. Era algo similar a los antojos: quieres eso y no te importa nada”. 

–Dices que la gente del hospital te censuraba. ¿Nadie durante el embarazo, en los controles, te tendió una mano? 

–No. Yo tampoco hablé ni pedí ayuda. Era mucha la vergüenza. Quieres pedir ayuda, pero el estigma, la censura, te frenan. Nadie te ayuda, todos te critican. Es que tampoco saben cómo hacerlo y uno más se calla y más se hunde. Por vergüenza. No pude ni por mis hijos mayores, no pude ni por mí misma. Pero, por ella, sí pude. Por la Trini. En cuanto me la pusieron sobre el pecho, después del parto, pedí ayuda al tiro. Al psicólogo, a la asistente social. Les conté que ya no aguantaba más, que no podía dejar de consumir y que necesitaba ayuda. Que no quería que me quitaran a mi guagua. Ahora estoy en seguimiento judicial. Este primero de julio tengo audiencia para ver qué pasa con ella. 

Bendito PTR

Denisse se ríe cuando menciona la sigla PTR, que significa Programa de Tratamiento Residencial. Se ríe por todo lo que significa para ella. “Llegué al PTR de Quilicura porque le pedí ayuda a la psicóloga del Hospital San José. Una psicóloga joven, que se llama Macarena y es bien bonita. Una buena persona. Yo a ella le lloré y le dije lo que me pasaba. Fue muy tierna, muy cariñosa. Sentí su calor humano. ¡Cuando me abrazó supe que podía estar tranquila y confiar! Que ella no me juzgaba. Eso es lo que más a uno le hace falta: confiar. Ella y la asistente social me ayudaron a postular al PTR, donde me recibían con la bebé. La otra opción era uno en  Rancagua, pero era muy lejos para mí. En cambio, el PTR del Hogar de Cristo en Quilicura, está en la misma zona norte donde vivo yo”.   

–¿Qué encontraste en ese lugar, en el PTR? 

–Primero, tenía mucho miedo, porque era algo nuevo, desconocido. Yo veía mucho “Mea Culpa” y me pasaba películas. Llegué, cuando la Trinidad tenía un mes de vida y seguía internada en el Hospital. Tuve que estar un mes sola ahí. Me dejaban ir a verla todos los días, de 3 a 6 de la tarde. Que me dejaran ir sola era un voto de confianza para mí. No me encerraron por 21 días, como dicen que se hace en casos como el mío. Así es que todo bien. Cuando la Trini cumplió dos meses, ya pude llevarla conmigo al PTR. 

–¿Cómo fue la experiencia, la convivencia, el trabajo terapéutico? 

–Difícil, aquí no hay magia. Hubo mucho alto y bajo, yo creo que ahí las viví todas. Pero me dieron la contención que necesitaba, la posibilidad de conocerme, de saber por qué me refugié en la cocaína. ¿Qué me falta, cuáles son mis carencias, qué es lo que yo quiero? Hacerme esas preguntas fue clave. Coincidir con otras mujeres en situaciones similares también fue importante. No he hecho amigas, que es una palabra muy grande, pero sí establecí muchos vínculos con otras mamitas, que aún están allá. Todas tenemos historias diferentes, pero marcadas por el consumo. Duras todas. Todas comparten una muy baja autoestima. 

Denisse habla de cómo cosas mínimas, pero que revelan atención y cariño, pueden ayudar tanto. “Decirle a una compañera que se ve bonita o celebrarle la ropa, el peinado. Parece nada pero para uno es mucho”.  

–Casi todas compartimos pobreza material, pero sobre todo de afectos. Carencias comunes, como los padres ausentes, porque o no estaban o tenían que trabajar mucho, todo el día, y no estaban con uno y te dejaban a cargo de otros o sola. En mi caso, fue así. Tuve que independizarme muy chiquitita. Aprendí a cocinar a los 12 años, iba sola al colegio. Fui abusada sexualmente de niña, porque mi mamá no estaba. Todas cargamos con esas historias: violencia sexual, intrafamiliar, violaciones desde la infancia. A mí me pasó todo eso y en el colegio me haçían bullying. Lo pasé muy mal cuando era chica.

–¿Cuál es tu sueño ahora?

–Ahora siento que estoy rehabilitada, no sé si se dice así. Digamos, que me siento sana, con las fortalezas y las herramientas para no caer en consumo. Gracias a Dios, llevo un año sin consumo, desde que nació la bebé. Sí he sentido craving, que es el deseo de consumir, pero he sabido cómo contrarrestar ese impulso. 

Sueña con lograr una VAIS (Vivienda de Apoyo a la Integración Social), que entrega el Estado a través de SENDA. Son espacios de residencia temporal para personas en proceso de recuperación de consumo, que no cuentan con un soporte familiar o de una habitación adecuada para llevar adelante su proyecto de vida. 

Denisse explica: “Como no se paga arriendo, uno puede ahorrar para poder arrendar después y mantenerse lejos del barrio que muchos veces contribuyó a tu consumo. Yo ahora estoy bien, pero debo alejarme de todo lo que represente riesgo. Ahora sé que uno necesita protección y seguridad, y que hay que aprender a pedir apoyo”. 


Publicidad