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Violencia en los estadios: el costo para jugadores, hinchas y el fútbol Sociedad Crédito: El Mostrador.

Violencia en los estadios: el costo para jugadores, hinchas y el fútbol

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María Ignacia Olave Hola
Por : María Ignacia Olave Hola Periodista de El Mostrador.
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Los incidentes en Avellaneda, durante el partido entre Universidad de Chile e Independiente, reabrieron un debate que trasciende la cancha. La violencia en los estadios también erosiona la salud mental de futbolistas y fanáticos, además de desnudar problemas sociales y organizativos.


Un hincha se desvanece luego de ser golpeado con un fierro en la cabeza. La escena, ocurrida la noche del miércoles 20 de agosto en Avellaneda, condensa en segundos una realidad: la violencia enquistada en el fútbol sudamericano.

Fue durante el duelo entre Universidad de Chile e Independiente, por los cuartos de final de la Copa Sudamericana, cuando disturbios en las tribunas obligaron a suspender el partido. ¿El resultado? 19 hinchas de la “U” hospitalizados y 101 detenidos en Argentina. 

No fue un hecho aislado. Hace unos meses, en Macul, los incidentes en el partido entre Colo Colo y Fortaleza recordaron que la violencia puede irrumpir en cualquier estadio, en cualquier torneo, desplazando el foco del juego a escenas de caos. Estos episodios reabren un debate que trasciende lo deportivo: el impacto psicológico, social y organizativo que genera la violencia en torno al fútbol

El miedo en la cancha

Para quienes estaban en la cancha, el fútbol se volvió un detalle. El psicólogo deportivo Alexi Ponce, afirma que no son situaciones agradables para los jugadores. “Les generan preocupación y temores. Seguramente tienen gente conocida dentro de las que estaban mirando el partido entonces también hay una cercanía, son sus hinchas por lo tanto hay un tema afectivo ahí también de empatía y la incertidumbre de lo que vieron y de lo que vivieron”, explica Ponce.

De hecho, en una conferencia de prensa, el director técnico del “equipo azul”, Gustavo Álvarez, declaró que su hijo estuvo presente en el estadio esa jornada. “Lo de esa noche lo sintetizo en una palabra, que es locura. No tiene explicación racional. Tengo un hijo de nueve años que estuvo encerrado una hora y media en un palco, con hinchas del otro equipo amenazándolo. Cuando lo vuelvo a ver, cerca de la 1 o 2 de la mañana, me hizo tres preguntas que no tuve respuesta. Fíjese lo difícil que es reenfocarse. Te hace replantearte todo”, reveló.

Ponce añade que dentro de la cancha los jugadores intentan sostener la lógica de su profesión, pero todo lo que escapa de su control —lo que ocurre fuera del campo— los deja “desamparados”. Ese doble escenario se traduce en un estrés constante: competir con normalidad mientras el entorno se derrumba.

El efecto no se limita a los protagonistas del césped. Los hinchas también sufren las consecuencias. “No hay una sola manera de ser hincha”, afirma Ponce. Para algunos, presenciar disturbios significa trauma, miedo, rechazo a volver a un estadio. Para otros, según el psicólogo, que están más habituados a entornos violentos, lo ocurrido no es más que una extensión de su vida cotidiana. “No podemos poner a todos los hinchas bajo la misma mirada”, insiste. 

Crédito: JAVIER VERGARA/PHOTOSPORT

Factores que explican la violencia

El sociólogo Bernardo Neira, académico de la Universidad Andrés Bello, sostiene que lo ocurrido en Avellaneda no se entiende sólo en clave futbolística. Según el sociólogo, las raíces sociales y culturales tienen su origen en países de América Latina altamente desiguales. “Los datos como los que se miden con el índice GINI indican una mantención y profundización de las desigualdades sociales, tanto en ingreso, como en acceso a los servicios públicos y al empleo. De esta manera, el Estado deja de estar presente en las políticas públicas y sociales, lo que se define como violencia estructural”, explica.

En el caso argentino, Neira añade que las barras bravas operan como organizaciones paralelas de poder: controlan estacionamientos, comida, seguridad e incluso la venta ilegal de entradas. “Muchas veces tienen más poder y movilizan más recursos que los mismos clubes.”, advierte.

A este factor se suma uno cultural, que se explica desde la sociología y la psicología. Neira explica que “esto se configura estableciendo límites con otros grupos en donde se destacan las características propias como positivas y fuertes, y las características de los otros grupos se muestran como amenazantes, diferentes e inferiores. Así se transita del estereotipo, a la discriminación y de la discriminación a la violencia para preservar la identidad construida”.

Rodrigo Figueroa, académico de la Universidad de Chile, coincide en que hay un componente cultural. “Tienen códigos, que tienen rituales, que tienen ciertas consignas, que es un ritualismo que define al equipo rival como un enemigo y al enemigo hay que aplicarle la violencia, o estigmatizarlo, humillarlo, de una lógica de una parte que no es la mayoritaria, pero es una parte importante de las hinchadas que se comportan de esta forma”, agrega Figueroa.

Crédito: EFE.

Organización bajo la lupa

Los especialistas apuntan también a la falta de planes de contingencia. “Hay elementos en la organización del espectáculo, estos son eventos de alta complejidad. Hay un movimiento de alrededor de 3.500 hinchas, de lo que podríamos llamar el equipo visitante, que se mueven, que van a la ciudad y que, muchos de ellos, también tienen la  condición de ser barrabrava y eso requiere medidas de control, de contención, de supervisión, de vigilancia policial, y ahí hay un tema organizativo”, sostiene Figueroa.

Ese vacío se traduce en escenas de pánico, como la del hincha que cayó desde la tribuna. Con eso, se erosiona la confianza en un espectáculo que alguna vez se pensó familiar.

¿Qué hacer? Neira menciona dos modelos. El primero, Inglaterra en los 80, con control de identidad de los hooligans, confinamiento de grupos violentos y restricciones de alcohol alrededor de los estadios. El segundo, Francia, con un enfoque preventivo en barrios vulnerables, incorporando a psicólogos, monitores deportivos y médicos en programas comunitarios.

Crédito: GETTY.

Consecuencias en la memoria del fútbol

La violencia también altera la forma en que el fútbol es recordado. Neira advierte que las consecuencias pueden ser arrasadoras.

El sociólogo explica que históricamente, el fútbol fue un espacio común, de movilidad social, donde las multitudes se encontraban, pero “si la tendencia en Argentina y en nuestra América sigue con expresiones violentas y con la proliferación de organizaciones de crimen organizado en las barras, lo que probablemente ocurra es una disminución en la asistencia a los estadios por el temor, por desencanto o por medidas como las que se están tomando en nuestro país de restringir o definitivamente impedir el ingreso de ciertas barras a algunos estadios, como el que se inauguró recientemente en Santiago, decisiones que se toman, ya no como castigo, sino como prevención de actos violentos o delictuales”.

Ese desencanto erosiona la percepción histórica del fútbol como fiesta popular. Lo que antes era sinónimo de alegría y comunidad se transforma en un espectáculo riesgoso, donde el miedo es protagonista.

“Sin público en los estadios, se muere el deporte”, sentencia Figueroa. Sin embargo, el público no volverá si no se siente seguro.

Lo que ocurrió en Avellaneda es una alerta más en una larga lista de episodios que ya “mancharon la pelota”. Lo que está en juego no es solo el resultado de un partido, sino la posibilidad de que el fútbol siga siendo un espacio de encuentro y no de fractura.

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