
Salvador de Bahía, retratos de viajero
Las fotografías de esta serie fueron captadas poniendo acento en las personas. Son imágenes de viaje donde uno camina y observa, encuadra y continúa el camino. Son rostros y cuerpos en la tarea de vivir, simplemente vivir.
Las personas y la ciudad comienzan siendo un folleto turístico, un documental o una de las tantas historias que suceden en las novelas de Jorge Amado. Como sea, turismo, televisión o literatura, alguna vez uno llega a Salvador, sabiendo que es un destino turístico secundario comparado con Río de Janeiro o Buzios.


Sin embargo, el lugar es mucho más de lo que parece y sirve para entender Brasil, o un parte de éste. Salvador de Bahía tiene muchas iglesias, se escucha música solamente en portugués, el fútbol, la cerveza y el carnaval los rescatan de todo sufrimiento terrenal.



Conviven a corta distancia, suntuosos y modernos edificios con modestas favelas. Estas últimas nacen como frágiles y precarios refugios de madera y luego de un par de años, las familias comienzan a construir con material sólido y complejas relaciones territoriales que permiten la vida en comunidad.



Así, después de recorrer la ciudad, mirar las playas, conocer los sabores de su comida y escuchar a los guías de turismo, uno aprende un poco más sobre el carácter de los brasileños. En especial su sentido autocrítico para hablar de ellos mismos y esa inusual capacidad de apurarse lentamente.



A diferentes horas del día y en quehaceres tan diversos como el futbol o la espiritualidad, la gimnasia o el rezo, la transmisión televisiva o la auto contemplación, la caminata decidida sobre adoquines o sobre las aguas.



Conviene ir alguna vez a Salvador de Bahía, sin apuro y con una cámara. Tal cual lo hicieron en su momento dos grandes del oficio como son Pierre Vergero y Antonello Veneri. Allí uno puede terminar quedándose, felizmente atrapado en un paisaje humano y material en que conviven la fantasía del carnaval, la violencia pura y dura y por cierto el fútbol bonito.





Fotos: Pamela Daza y Hernán Pereira