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La vida tras la violencia en el matrimonio: el crudo relato de tres mujeres que vivieron para contarlo BRAGA Crédito: Kat Jayne.

La vida tras la violencia en el matrimonio: el crudo relato de tres mujeres que vivieron para contarlo

Natalia Espinoza C
Por : Natalia Espinoza C Periodista - Contacto: braga@elmostrador.cl / (sólo wsp) Fono sección: +569 99182473
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“Lo conocí en 1959, cuando yo tenía 17 años, él era muy galante y caballero, pero algo que me marcó la vida fue cuando me arrastró del pelo por toda la casa, lo tenía largo y me lo tuve que cortar por esa razón”, cuenta el relato de Cecilia Del Carmen Castillo, una mujer de 77 años quien sólo pudo hallar la paz y la libertad luego de enviudar.


Flores, citas y romanticismo, promesas de una familia y una vida feliz, dos personas que motivadas por un gran amor podrían construir un futuro juntos.  Sin embargo, todo cambió, la luna de miel se volvió amarga, el hombre que se había presentado como un príncipe era mucho menos que un sapo: era un abusador. Cecilia Castillo, vecina de San Miguel, estuvo 23 años casada con un esposo maltratador. Golpes, insultos y miedo eran el pan de cada día.

Admirado por su belleza y longitud, el rasgo que más caracterizó a Cecilia en su adolescencia fue su cabello, era un gran símbolo de confianza y amor propio. “Marco jamás me dijo una mala palabra durante el pololeo, él siempre se mostró muy bueno conmigo, hasta que nos casamos…”

La violencia intrafamiliar en Chile es un tema lamentablemente legendario, reflejen o no las cifras oficiales esta realidad, es una práctica sumamente arraigada en nuestra sociedad y comenzando con la manipulación y la violencia verbal, sigue creciendo hasta los golpes e incluso el femicidio.

Crédito: Pixabay

“No me dejaba salir, me golpeaba si llegaba tarde y me insultaba a diario, me decía que era fea, que era tonta y que no sabía nada”. Un día Cecilia tuvo que cortar su pelo y lo mantuvo así durante más de 30 años, ya no era un símbolo de confianza ni amor propio, Marco lo transformó en un peligro, en una herramienta de maltrato.

“Sal de ahí”, “amiga date cuenta” son frases que en pleno 2019 las mujeres escuchan a menudo, pero hace años atrás “aguanta por tus hijos, mantén unida a la familia” sonaba mucho más fuerte.

Cecilia aguantó por la familia, por los hijos, por el temor de enfrentarse al mundo sola y al él, sin embargo “a la edad de 40 años a Marco le dio una trombosis, durante el día falleció y yo tomé esa noticia con mucha preocupación por cómo iba a criar a mis dos hijos, pero a la vez sentí tranquilidad y paz, porque por fin estaba tranquila”.

Después de que él falleció, Cecilia comenzó a trabajar y a “ejercer como persona” se sentía feliz de poder realizarse y se dio cuenta que ella era más que suficiente para darle felicidad a sus hijos, sin embargo, “lamentablemente nunca quise volver a tener una relación”, ya que le quedó grabado el miedo de volver a encontrar a alguien así.

Cuando la justicia viene de la vida y no de la fiscalía

En nuestro país, las cifras de denuncias por violencia intrafamiliar han disminuido considerablemente, el año 2011 eran 113.421, históricamente fue el año con la tasa más alta, y el año 2018 se dio la más baja: 82.378, según datos entregados por la Subsecretaría de Prevención del Delito. Sin embargo, ¿Hay menos violencia intrafamiliar o hay menos personas denunciando?

A los 19 años, Carolina, vecina de El Bosque, conoció a su exesposo cuando llegó a un nuevo trabajo, se casó enamorada, se mudaron juntos y estaban listos para iniciar esta nueva etapa, pero al igual que en el relato de Cecilia, el matrimonio develó el verdadero rostro de un hombre que lo que menos sintió, fue amor.

“Me dislocó las muñecas y el hombro, y entre todos los abusos quedé embarazada, nunca pensé en abortar eso sí, pero no siento el amor de madre por mi hijo”.

Carolina logró alzar la voz y pedir ayuda entre sus cercanos y a la justicia, pero lo único que recibió fueron portazos en la cara, “nadie me ayudaba y tuve que salirme sola”. Carolina escapó del abusador y volvió con sus padres, pero eso no terminó el abuso, su expareja la acosaba constantemente, iba a amenazarla con piedras a su casa, “venía volado y curado, luego de esto me seguía casi todos los días, aparecía en los sectores por donde yo andaba”. En muchas de estas ocasiones él la atacó en plena vía pública, haciendo que ella conserve hasta el día de hoy las marcas en su cuerpo que quedaron por defenderse.

“Y era un miedo que tenía porque no sabía si andaba con algo para atacar, dos veces me dislocó las muñecas en la calle, hice constatación de lesiones, me tomaron declaración y luego de todo lo humillante que me hacían pasar, el tribunal cerraba el caso por no tener suficiente evidencia…”

Crédito: Juan Pablo Serrano.

El calvario de Carolina terminó un 26 de marzo del 2013, 12 años después de que empezó, cuando una viga le cayó en la cabeza a su expareja terminando instantáneamente con su vida. “Tuve que ir a reconocer el cuerpo y nuevamente pasar por ese miedo de que te encuentras con personas cercanas a él y que te vuelvan a amenazar una y otra vez, me dio una angustia gigante porque si no iba yo no entregaban el cuerpo, ya que estábamos casados y el poder lo tenía que firmar yo para sacarlo del Servicio Médico Legal”.

Para la psicóloga, Camila Talamilla Soto, la muerte de un agresor podría significar en la víctima la oportunidad de “poder vivir y, además, renacer”. Esto conlleva muchos malestares psíquicos, si bien, fallece el agresor, consigo muere un vínculo que en la mayoría de los casos, es el único que tiene la víctima con otra persona,  ya que “la exclusión social está desplegada en estas relaciones; que el agresor fallezca nos habla de que perece el sufrimiento que no se ha problematizado o concientizado, pero a su vez, podríamos pensar que implica el hecho de dejar de sobrevivir y entregar el paso a vivir, con las emociones y sensaciones que implica romper un vínculo contaminado por coerciones”, expresó.

A veces la muerte se lleva a la persona equivocada

Los testimonios de estas mujeres han podido tener un crudo final feliz y la posibilidad de rehacer sus vidas, sin embargo, ¿Qué pasa con las familias que quedan atrás cuando la muerte a quien se lleva es a la víctima?

Este es el caso de Belén Aguilera Curilaf, hija de Sandra Curilaf, quien lamentablemente nunca pudo salir del círculo de la violencia. “Desde muy niña vi la violencia de mi padre hacia mi mamá, siempre la golpeaba y dejaba inconsciente, se separaron por las infidelidades de mi padre, pero llegó a su vida alguien peor”.

Sandra conoció a Patricio por amigos en común pertenecientes a una iglesia mormona, “él llegó siendo amigo a la familia y de a poco fue conquistando a mi madre, ella se enamoró tontamente de él”. Las primeras señales de abuso se dieron en cosas insólitas, como prohibirles que usaran “buenos shampoos” y cremas capilares.

Esto empeoró cuando su madre quedó embarazada. “Cuando nació mi hermanita, él llegó con mi mamá del hospital y esa misma noche intentó apuñalarla con una tijera, mi hermanito que era pequeño, como de 5 años, despertó y se lanzó encima de mi mamá para que no se las enterrara. Otra noche él intentó tirarse por la ventana con la bebe de 3 días, los vecinos llegaron a pegarle y llamaron a Carabineros, se lo llevaron, pero mi mamá de nuevo lo perdonó”.

Crédito: Kat Jayne.

Así, desde los 8 años Belén fue testigo de la despiadada violencia que Patricio ejercía tanto sobrio como borracho, no sólo contra su madre, sino que, contra sus hermanos, intentó pedir ayuda a su papá biológico, pero este se hizo el desentendido. A los 11 años Patricio intentó violarla, pero Belén se defendió golpeándolo con un fierro en la cabeza. “A partir de eso, tomé una actitud más protectora con mis hermanos, por lo que me llevaba la mayor parte de los golpes, mi madre, sometida totalmente ya, no sé si por amor o por no sé qué, no nos defendía ni protegía como debió hacerlo”.

Después de varios años, Belén apenas pudo se independizó y comenzó a formar su propio hogar, sin embargo, la preocupación por su madre era una gran angustia en su corazón, siempre trató de ayudarla, le ofreció todo para que se fuera con ella, pero Sandra no lo hizo. El año 2018, en agosto, le diagnosticaron cáncer de estómago, la operaron, pero ya se había ramificado. Cuando la dieron de alta para que hiciera reposo en su domicilio, los maltratos continuaron, “después de la operación, este infeliz saltó arriba de ella, la aplastaba y le decía que se iba a morir, se burlaba de ella” el 31 de octubre de ese mismo año falleció, tras 17 años de relación.

“Toda nuestra vida fue un miedo constante, terror, pero a mí como hija creo que la indolencia de Patricio fue total, al ver a mi mamá casi a días de su muerte, gritarle, humillarla por su condición de salud y su discapacidad, y ni siquiera respetar que estaba recién operada, haber saltado encima de ella, haberla ahorcado y reírse porque se iba a morir, creo que eso es lo que más me duele”.

Respecto de esto, según la psicóloga, el apego emocional extremo de una víctima a su abusador se debe a que este emplea “distintas tácticas emocionales que nos hace sumirnos en que este tipo de vínculo es el que merecemos, tenemos y debemos acatar”, explicó la experta.

Crédito: Engin Akyurt.

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