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El feminismo por delante: claves políticas para un nuevo 8M Yo opino Crédito: Equipo Audiovisual CF8M

El feminismo por delante: claves políticas para un nuevo 8M

Javiera Cabello
Por : Javiera Cabello Encargada nacional Frente Feminista Convergencia Social
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¿Qué rememoramos cuando nos manifestamos el 8M? ¿Qué consignas, luchas, anhelos y esperanzas nos mueven cada marzo para exigir nuestros derechos? Al igual que la historia del movimiento feminista, las demandas y reivindicaciones de los 8M van mutando con el tiempo. Nuestras reivindicaciones y exigencias se transforman de acuerdo al contexto social, al devenir político y a las vicisitudes que año a año plasman las feministas tiñendo las calles de morado, marchando contra la violencia o la precarización de la vida.

El feminismo se ha constituido en uno de los movimientos sociales más importantes del último tiempo, y el 8M, junto con conmemorar a las mujeres trabajadoras, se levanta cómo el hito inicial de un año de luchas, de movimientos y exigencias sociales. El año pasado, en el 8M la Brigada Laura Rodig de la Coordinadora 8M pintaba en la calle un llamativo Históricas, letras que ya aventuraban lo que sería la marcha más multitudinaria desde el retorno a la democracia. Momento que queda en suspenso entre la apertura política posibilitada por el estallido y la inminente llegada de la pandemia del coronavirus. El 2020 marchamos con la alegría y convicción de que las feministas nos aunábamos como cuerpo político, masivo y conjunto, para cambiar la letras de la tradición patriarcal consignadas en la Constitución.

[cita tipo=»destaque»] Este 8M se avecina como una oportunidad para exigir con mayor fuerza que la nueva Constitución sea feminista, inclusiva y disidente.[/cita]

Poco sabíamos en aquel marzo histórico del impacto del 2020. De la cesantía, de la inoperancia del gobierno en la respuesta frente a la pandemia, de las ollas comunes y de la reactivación de la respuesta popular a través de formas y mecanismos de sobrevivencia que rememoran los momentos más oscuros de la crisis del 83’ y de la dictadura. En eso, las mujeres persistimos en el ímpetu feminista. Como la misma revuelta de octubre, la necesidad de articularnos para combatir la violencia de género anidada en nuestras casas, en el silencio de la cuarentena o en la necesidad de responder con sororidad a los llamados de ayuda entre vecinas, amigas y colegas. No estamos solas, y no lo estaremos.

El transcurso del 2020 nos dio esa posibilidad: estrechar nuestros lazos en la adversidad. De abrazar al feminismo con más fuerza, ahí donde la pandemia volvía más patente las labores de cuidado, la caída en la tasa de inserción laboral femenina a un 47% -borrando los avances y superación sobre el 50% de una década en tan solo un mes de pandemia-, el aumento de la violencia graficado en el aumento en más de un 70% de las llamadas al 1455 los primeros meses de cuarentena. Ahí donde creímos estar luchando con más fuerza, en las contradicciones del hogar es donde justamente la pandemia mostraba su cara más cruda.

Es por esto que el 8M que se avecina compone una nueva alternativa, una que requiere con urgencia articular la diversidad de los feminismos en una lucha que ponga al centro el problema de los cuidados. No como algo abstracto, etéreo, sino como una cuestión central que devela la ardua tarea de sostenibilidad de la vida. La crisis del coronavirus refuerza la crisis de cuidados, en tanto permite palpar a vista y paciencia de todas las formas en que las mujeres históricamente hemos tenido que congeniar las tareas de cuidado, alimentación, limpieza, asignadas al espacio del hogar, con las del trabajo remunerado. Las cuarentenas hicieron patente estas contradicciones; las exigencias de productividad neoliberal, con la carga histórica del patriarcado sobre nuestras espaldas.

Este 8M se avecina como una oportunidad para exigir con mayor fuerza que la nueva Constitución sea feminista, inclusiva y disidente. Una Constitución no sólo que consagre la igualdad de género y los derechos de las mujeres, disidencias sexuales y de género y de las personas con discapacidad, sino que también sean reconocidos, promovidos y garantizados. En esto, el cuidado adquiere un aspecto central: el Estado debe consagrar la paridad en todas las dimensiones de la vida en sociedad, como una forma de distribución del poder, y el reconocimiento al trabajo doméstico y de cuidado, su reducción y redistribución entre los hogares, la comunidad y el Estado, propugnando dejar atrás la rígida división sexual entre el trabajo productivo y el doméstico y de cuidados.

En este sentido, una clave política ineludible para este 8M es que levantemos con fuerza el reconocimiento del trabajo doméstico y de cuidados, estableciendo así establecido el reconocimiento del trabajo no remunerado de autosustento y cuidado humano que se realiza en los hogares por miles de mujeres en Chile. La coyuntura constituyente es una oportunidad histórica para las feministas, y hemos demostrado tener la fuerza, voluntad y movimiento necesario para exigir aquello que históricamente nos ha sido negado. Tenemos la convicción de que la organización y articulación feminista es la herramienta clave para hacernos escuchar, como también la necesidad de establecer ejes estratégicos para el avance de nuestros derechos y demandas en la constituyente. No somos dispersión, como decía un titular hace unos días a propósito de la gran cantidad de candidaturas feministas; somos articulación y expresión de nuestras propias diversidades, y no estamos dispuestas a abandonar los espacios de toma de decisiones.

Nuestro objetivo es plantear este 8M como el inicio de un proceso de transformación político social, de cara a una nueva Constitución, donde efectivamente consagremos una constitución tejida desde acción, pensamiento y organización feminista.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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