
Paternidad, masculinidad y salud mental en clave de género
No podemos hablar de salud mental materna ni del bienestar de las niñeces sin mirar de frente la figura del padre, del hombre tras esa paternidad.
Este texto es para ellos. Para los hombres que están desarmando mandatos, a veces en soledad, muchas veces en silencio.
La transición a la paternidad es una experiencia transformadora. Sin embargo, mientras crece la conciencia sobre la salud mental perinatal de las mujeres, poco se dice sobre lo que viven los hombres al convertirse en padres. Y menos aún si lo hacen sin referentes afectivos, criados bajo el mandato de “aguantar”.
La evidencia lo confirma: muchos hombres desarrollan síntomas de ansiedad, depresión o estrés postparto. Pero no lo cuentan. Porque no saben que pueden. Porque se les enseñó que ser hombre es resistir, no pedir ayuda, no mostrar fragilidad.
Hace unos días estuve en la casa de un amigo. Uno compartió su duelo tras una ruptura amorosa, otro habló de su salud mental, del pudor de tomar medicamentos, de la culpa que da tomar licencia médica por salud mental, de cómo la psicoterapia va en contra de todo lo que “debe ser un hombre”: ser fuerte, solvente, no llorar.
Se dijeron “te quiero”, se escucharon sin juicios.
Y ahí, en ese espacio íntimo, sentí que estaba presenciando una ruptura de lo que nos dijeron que debía ser un hombre.
Hace algunas semanas, escuché un relato de parto contado por un hombre. Hablaba desde el amor, desde la vulnerabilidad y la ternura. Se definía como guardián, testigo, compañero.
Este mes, me tocó entrevistar a parejas de mis pacientes mujeres, que cuentan lo difícil que es sostener el mandato de “ser fuertes” mientras ellos mismos atraviesan la crisis de la paternidad.
Hay un elemento común en todos esos relatos: : todos estos hombres están corriendo los bordes de lo que tradicionalmente se les impuso. Buscan romper con el mandato patriarcal de la fuerza, la distancia emocional, el silencio. Y eso, aunque esperanzador, no es fácil. Porque no hay mapas. Porque todavía hay mucho juicio y muy poco espacio para la vulnerabilidad masculina.
Ser hombre en una sociedad patriarcal implica ajustarse a una masculinidad hegemónica, esa que según Raewyn Connell exige dureza, éxito, control, poder. Pero muchos hombres no calzan ahí. Y sufren. Se angustian. Se aíslan. Se deprimen.
La OMS (2023) ha alertado sobre la epidemia de soledad que afecta especialmente a los hombres. En Chile, según datos del Encuesta Nacional de Salud (MINSAL, 2017), más del 20% de los hombres presenta síntomas de trastornos de salud mental, pero menos del 10% consulta. En la transición a la paternidad, algunos estudios muestran que hasta un 10% de los hombres pueden presentar síntomas depresivos posparto, y aún así, el discurso público los omite. No se habla de ellos.
La transición a la paternidad en contextos patriarcales no ocurre en el vacío: está atravesada por una masculinidad hegemónica que históricamente ha negado a los hombres el derecho a la fragilidad, al cuidado, al error.
Ser padre, hoy, exige a muchos hombres desobedecer el mandato de dureza con el que fueron criados. Paternar amorosamente, siendo hombres criados en contextos de violencia o abandono emocional, no es fácil.
Sin redes, sin referentes y con altos niveles de malestar psíquico no visibilizado ni atendido, muchos hombres quedan atrapados entre el deber de ejercer una nueva paternidad y la imposibilidad real de hacerlo solos. Pero en lugar de mirar esa complejidad, la respuesta social y política dominante suele ser punitiva: se señala al “mal padre”, se le exige, se le juzga. Así, se castiga el síntoma, pero no se transforma la raíz. Porque una paternidad amorosa no se impone por mandato ni por sanción: se construye con acompañamiento, con cultura del cuidado, y con espacios reales para que los hombres también puedan sanar.
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