
Incluir no alcanza: por qué la cultura organizacional debe ir más allá del discurso
En un 2025 marcado por discursos polarizantes y un clima que pareciera invitar más al silencio que a la visibilidad, hablar de diversidad en los espacios laborales se ha vuelto, nuevamente, un desafío. Mientras algunas organizaciones abogan por una supuesta “neutralidad” en pos de la eficiencia o la estabilidad interna, los datos muestran que seguir avanzando en inclusión LGBTI+ sigue siendo clave para construir entornos de trabajo más seguros, productivos y sostenibles.
En los últimos años, muchas empresas han avanzado en la incorporación de políticas de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI), en programas de bienestar específicos y en acciones concretas que apoyan a personas de la diversidad sexual. Estos pasos reflejan una toma de conciencia institucional significativa. Sin embargo, el contexto actual —cada vez más volátil y desafiante a nivel global— nos enfrenta a una nueva complejidad: no basta con haber avanzado, ahora es imprescindible planificar con más rigor, profundidad y visión estratégica. Tener una política escrita no garantiza que todas las personas se sientan libres de ser quienes son ni que el entorno sea, efectivamente, inclusivo. Las buenas intenciones sin planificación pueden ser tan inofensivas como ineficaces.
A esto se suma un escenario global cada vez más hostil hacia estos temas. En muchos contextos, las organizaciones enfrentan reacciones conservadoras, discursos que cuestionan el valor de estas iniciativas o directamente intentan deslegitimarlas. En ese clima, no es raro que aparezca también una fatiga comunicacional: equipos que sienten que ya se ha hablado demasiado del tema, o que perciben estos esfuerzos como acciones aisladas, sin impacto real.
Por eso, incluso con las mejores intenciones, si no hay una estrategia clara, medible y adaptada al contexto, una empresa puede terminar desperdiciando su inversión y energía. La inclusión no puede quedar atrapada entre campañas desconectadas de la realidad del negocio y del sentir de sus colaboradores. Necesita liderazgo, coherencia y planificación.
Y cuando hablamos de inclusión, no podemos limitarnos a lo más visible o comprensible. Aún existen barreras sutiles que excluyen a personas no binarias, a quienes no se ajustan a las narrativas más conocidas, o a quienes simplemente no se animan a hablar. La diversidad es amplia, y una cultura realmente inclusiva debe estar preparada para reconocer esa amplitud y actuar en consecuencia.
El mensaje es claro: no basta con declarar, hay que implementar. La inclusión efectiva se construye con políticas internas coherentes, objetivos medibles, formación continua, espacios de confianza y una evaluación sistemática del impacto. Y, sobre todo, requiere consistencia en el tiempo, incluso cuando los entornos cambian o se vuelven más complejos.
La diversidad no puede ser una declaración ocasional. Debe ser parte integral —y activa— de la cultura corporativa.
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