
La Gabriela Mistral que fue Lucila Godoy y su innovación ancestral de la dicha
En el libro “Innovación Ancestral de Mujeres Negras: Tácticas y Políticas del Cotidiano”, la intelectual brasileña Bianca Santana (2020), plantea que la innovación no se reduce a lo digital ni a la invención técnica, sino que incluye formas de transmisión del conocimiento basadas en la colectividad, en la oralidad, el afecto y el cuidado de la ancestralidad; un archivo vivo de la memoria colectiva.
Este imaginario sobre la innovación social puede aplicarse a Gabriela Mistral. Su poesía, ensayos y prácticas pedagógicas constituyen dispositivos de transformación cultural que desafían las lógicas coloniales del saber. Su obra leída desde esta perspectiva, permite trazar un puente conceptual con el proyecto educativo que Mistral diseñó para José Vasconcelos en México en los años veinte, promoviendo la educación, no como un acto de transmisión unidireccional, sino como una práctica espiritual, social y profundamente latinoamericana intrínsecamente relacionada con la “defensa de una raza cósmica”. Una que en palabras de Vasconcelos, es indígena y mestiza y distinta del hombre blanco.
Más allá del canon literario y del brillo del Nobel, debemos situar a Mistral como una figura cardinal para construir un proyecto latinoamericano de justicia social, alfabetización crítica y emancipación femenina. Su legado no es solo poético: es una innovación ancestral; una pedagogía insurgente y una práctica viva de transformación colectiva.
En su ensayo “El magisterio y el niño” (1927), Mistral sostiene que educar es sembrar: una siembra paciente, comunitaria y afectiva. Así, su pedagogía se distancia de los moldes industrializados de la educación moderna y se enraíza en una visión relacional del saber, donde el cuerpo, el territorio, la memoria y el cuidado son ejes estructurales.
Desde su visión, las bibliotecarias, por ejemplo, son mujeres apasionadas por la lectura y que al compartir sus libros favoritos entusiasman y promueven la transformación de sus entornos. Ellas pueden contagiar su amor por los libros y con eso permitir la aparición de las “madrinas de lectura”: mujeres que comienzan a sostener comunidades lectoras y que acompañan procesos de dignificación social, que en aquellos años, promovían la alfabetización. Para Mistral, la bibliotecaria, no es una simple gestora de archivos, sino una mediadora afectiva, una sembradora de sentido y libertad. Así mismo, en este texto, la biblioteca se nos presenta como un centro de innovación social, un espacio para la práctica de la dicha, del afecto y de la sanación colectiva.
Por otra parte, en “Lecturas para mujeres” (1923), Mistral seleccionó textos latinoamericanos orientados a la formación de una conciencia crítica en las lectoras. Al incluir a autores como, Jose Vasconcelos, José Marti, Rubén Dario, Maria Monvel, Juana de Ibarbourou, María Enriqueta Camarillo y Juana Borrero, Gabriela promovió una genealogía anticolonial de la lectura con un fuerte sentido latinoamericano, siendo parte de un accionar político que visibilizó la relevancia de la mujer y las infancias en la sociedad, así como de los pueblos originarios y de una línea de colaboración latinoamericanista.
El poema “Procura ser dichosa”, publicado en la revista Acción Femenina en 1934, opera como una verdadera tecnología de la palabra, un dispositivo espiritual reimpreso recientemente en Chile por la editorial Granizo. Su uso individual pero con fines colectivos, sitúa a la alegría no como un lujo, sino un derecho y un acto de resistencia colectiva.
“Procura ser dichosa. La dicha es una forma de coraje”
Como ha desarrollado el historiador Maximiliano Salinas, Mistral encarna una ancestralidad mestiza que no responde al individualismo ilustrado, sino a lo comunitario, a lo femenino- territorial, profundamente ligado a la tierra, a los pueblos originarios y a la vida rural. Su figura de madre soltera, por voluntad propia, lejos del estigma, la transforma en un símbolo de una maternidad otra, de mujeres dignas de dicha y de infancias dichosas.
Mistral innova en su imaginario, pues construye una madre que debe ser enaltecida y cuidada no desde la subordinación ni el sacrificio, sino desde la dignidad creadora. Esta potencia subversiva, lejos de visiones conservadoras, la despojan de una maternidad sacralizada, domesticada en su rol cuidador y desvinculada de toda pasión, conflicto o ambigüedad. Su maternidad y su disidencia afectiva, determinan su pensamiento radical sobre la nación, la educación y la justicia social.
En la actualidad, sigue siendo una tarea pendiente implementar lo que Mistral propuso para la biblioteca pública; un lugar de cuidado para quienes cuidan: madres, bibliotecarias, educadoras y un espacio dispensador de dicha, que en la visión mistraliana, es comunitaria y reparadora.
Volver a Gabriela Mistral no es un ejercicio de nostalgia, sino una urgencia política. Entender tanto su obra, como su accionar político y su experiencia de vida, nos ofrece claves para imaginar el devenir de las pedagogías e instituciones otras: las emancipadoras y sensibles, que crean la interdependencia entre seres y especies. Nuevas formas de ensamblaje social.
Desde esta perspectiva mistraliana, la innovación ancestral debe entenderse como el cuidado de lo colectivo y significa, obligatoriamente, habilitar las bibliotecas comunitarias para la dicha, dignificar las aulas rurales, incorporar las prácticas de lo colectivo como la celebración y el festejo y preocuparnos, muy especialmente, de la salud de las madres y las infancias. Es reconocer y fortalecer la creación de comunidad, de conversación y lectura, de encuentro y debate. Es la creación de una política alegre y honesta que opera para una vida digna y una actividad cívica que procure ser dichosa. Es des-elitizar el imaginario de la innovación y disponerla como infraestructura pública de atención y cuidado; una innovación pública para la promoción de la alegría.
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