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“Recuperemos la capacidad de soñar: restablezcamos la industria del cine chileno” Opinión

“Recuperemos la capacidad de soñar: restablezcamos la industria del cine chileno”

Bruno Bettati, Director FICValdivia


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Si algo podemos celebrar en estos 20 años de Festival, es la recuperación de un antiguo sueño: el de tener un proyecto de industria cinematográfica nacional. Años atrás otros chilenos ya lo habían intentado, impulsando iniciativas que tristemente no prosperaron. Me refiero al proyecto que en 1942 impulsó la creación de ChileFilms, cuyo objetivo consistía en ser la gran productora de filmes para Chile y América Latina, y más tarde en 1967, gracias a la promulgación de dos leyes de franquicia tributaria que impulsan una prolífica producción de películas independientes, recogidas por Aldo Francia a través del Festival de cine de Viña del Mar. El fin de estas iniciativas se debió al cese de ciertas políticas estatales, en un caso, y al golpe militar, en otro, suspendiendo por largo tiempo ese sueño.

Es esto, precisamente, lo que a mí, que nací en febrero de 1973, más me afecta: haber nacido en un país sin sueños. Pero el cine es la máquina de hacer sueños. Es la chance de vivir la vida de los otros. De hecho, es la oportunidad de vivir muchas vidas, además de la propia. Por eso adoro el cine.

Durante mi infancia, fueron las películas las que me llevaron a otros mundos, lejos de ese horroroso Chile en tinieblas. El cine me permitió escapar del apagón cultural, el que a mi juicio todavía hoy no termina. Me ayudó a vivir, en medio de la muerte y el sufrimiento que nos circundaba.

Por ello también, el cine nunca fue para mí una mera «entretención». Fue mucho más. Recuerdo tantas veces correr o bicicletear por las calles de Santiago, como si mi vida dependiera de ello, apurado, transpirando, para alcanzar a ver una función, casi siempre atrasado. Solía dirigirme al Cine Arte Normandie, al Biógrafo, a la sala Espaciocal. En esa época no había mucho más para encontrarse con la cultura, el cine u otras expresiones artísticas. No teníamos verdadera prensa ni televisión, anegada ésta de propaganda prodictatorial. A lo más, habían algunas radios, donde encontré otro escape: la música. En gran medida, el deseo de vivir dependía de accesar estas expresiones.

Hoy, a 40 años del golpe, y a 20 del origen de nuestro Festival, la pregunta es ¿qué tenemos? Sin duda, hay una evolución notable en nuestra industria audiovisual. En el video con que abrimos la ceremonia de inauguración del vigésimo FICValdivia, rendimos homenaje al rostro del cine chileno. Qué impresionante fue ver las caras de Gloria Münchmeyer, de Patricia Rivadeneria, de Paly García. Me corrijo: qué impresionante fue ver el rostro de La Loca Manuela, de la Lucrecia, de la Gloria, la otra Gloria, el personaje. El cine tiene la fuerza de revivir el pasado, pero también de dar a Chile un nuevo rostro, a través de sus personajes.

Este rostro, que hoy se exhibe en el extranjero por doquier, me parece mejor, más elaborado, más profundo, con más capas y relecturas. Una nueva manera de resignificar el vocablo «Chile», mirando al presente sin dejar el pasado en el vacío del olvido.

Fallecieron hace poco Naum Kramarenco, Pablo Krögh, Carlos Álvarez, todas figuras de nuestro cine chileno. Se acrecienta el panteón, los rescatamos del olvido en ceremonias… pero ¿hasta cuándo? ¿Dónde encontrar un filme de Kramarenco? Están todos en la cineteca nacional, menos mal. ¿Dónde encontrar una película de Pablo? Hay que recolectarlas aún. ¿Y qué podemos decir de Carlos Álvarez, el espíritu que animó a una generación completa de cineastas que se tomaron el FICValdivia el 2005? ¿Hasta cuándo la muerte será la energía principial que redacta la historia audiovisual de Chile?

¿Sabían ustedes que Pablo Krögh era el albacea literario de la obra del dramaturgo Jorge Díaz? Ahora que los dos han muerto, ¿qué será del patrimonio que constituyen sus obras, más allá del efímero homenaje?

Hoy nuestro cine crece y se dispara en varios sentidos: en mano de obra, en recursos públicos, pero también en talento, en exportación. Hay cine chileno en las pantallas de todo el mundo. Tenemos la chance de constituir por fin UNA TRADICIÓN. Yo la siento al ver esos videos con los que recordamos momentos memorables de nuestros actores y actrices, la percibo al escuchar a Carlos Cabezas y recordar sus diversas bandas sonoras para películas. El cine chileno va de camino a alcanzar la excelencia y el Festival de Cine de Valdivia tiene el mejor derecho a ser EL evento anual de fortalecimiento de esa tradición.

Recuperemos entonces la capacidad del sueño: establezcamos una industria audiovisual. Hagamos del cine algo tan importante hoy como lo ha sido el VINO para Chile, un producto que para ser elaborado, requiere de MUCHOS CHILENOS, delante y detrás de cámara. Se necesitan más de 300 personas para completar una sola película, y actualmente estamos haciendo unas 25 al año. Y me falta todavía sumar las inolvidables series recientemente producidas desde el sector independiente, y que se llevan el crédito de elevar decisivamente la calidad de la televisión abierta.

Pienso que alguien como Lucy Berkhoff, que soñó algo tan loco como un festival internacional de cine en una pequeña ciudad de Los Ríos, es parte clave de ese grupo de personas que finalmente inspiran, que empujan lo que se queda con nosotros en el tiempo. Y así como el Cineclub de Viña del Mar fue el antecedente directo de Aldo Francia y del Festival de Viña del Mar, el Cineclub de la Universidad Austral fue el punto de partida para este, el Festival de cine más soñador de Chile.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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