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Destrucción de cabañas de entrenamiento de la Dina: ¿qué hacer con los símbolos de la violencia política? El Ejército destruyó el centro de instrucción de agentes secretos en Santo Domingo

Destrucción de cabañas de entrenamiento de la Dina: ¿qué hacer con los símbolos de la violencia política?

En noviembre, el complejo de cabañas donde se habría entrenado a agentes de la Dina en los primeros años de la dictadura fue demolido por el Ejército, luego de que el alcalde de Rocas de Santo Domingo planteara que el lugar estaba lleno de ratones. Aparte del rechazo que han generado esos argumentos tanto en víctimas como en analistas culturales, su desaparición revive una discusión universal en los países que han sufrido violencia política, ¿qué hacer con ellos?: ¿borrarlos del mapa, convertirlos en museo o resignificarlos simbólicamente para darles una nueva utilidad?


¿Qué hacer con aquellos lugares que hoy se erigen como símbolos de la decadencia moral? No importa cuánto tiempo haya pasado, lo cierto es que el destino de estos espacios físicos usados como unidades de detención, tortura y exterminio, nunca se ha resuelto a cabalidad. Han surgido soluciones de todo tipo: unas que van desde la demolición para “dar vuelta la página”, otras como la perpetuación del sitio transformado ahora en calidad de museo para la educación moral del futuro, hasta aquellas de resignificación simbólica que buscan conservar el pasado otorgándoles una utilidad nueva.

En Alemania, donde esta discusión se ha tornado permanente y en la que existen múltiples ejemplos de museos de la memoria –como el centro de exterminio nazi de Auschwitz, o el Checkpoint Charlie, que recrea el punto exacto en Berlín donde estuvo a punto de explotar la tercera guerra mundial en plena Guerra Fría–, también se han valido de la resignificación del espacio para preservar la memoria brindándole una utilidad nueva, tal como pasó con el proyecto inmobiliarios nazi “Fortaleza a través de la Alegría”, que era una mole en la ciudad de Prora destinado a preparar a los hombres para la guerra a través de actividades de ocio y que hoy está convertida en un hostal de recreación veraniega para estudiantes.

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En Chile, existen los mismos ejemplos. Como centro de preservación de la memoria a través de los museos de sitio están Villa Grimaldi, Londres 38 y José Domingo Cañas, pero también el Museo de la Solidaridad, que es un Museo de Arte Contemporáneo que fue emplazado en el mismo lugar donde antes estaba la central de intervención telefónica de la CNI.

Demolición de las cabañas de Santo Domingo

La polémica en nuestro país surgió nuevamente cuando se supo que el Ejército, hace poco días, había destruido un conjunto de cabañas de la DINA en las Rocas de Santo Domingo. Javier Rebolledo, autor del libro El despertar de los cuervos, aclara que las cabañas desmanteladas, ubicadas en el balneario Rocas de Santo Domingo, junto con el subterráneo del casino de oficiales del Regimiento de Ingenieros Militares Tejas Verdes y el parque de materiales del regimiento, recién ocurrido el Golpe militar, conformaban un triunvirato. “El casino de oficiales se acondicionó como centro de torturas, el parque de materiales como centro de detenidos y conejillos de indias para torturas, y las cabañas fueron el lugar donde se enrolaron los primeros agentes de la DINA”, cuenta.

“Vivían ahí entre tres semanas y tres meses, recibiendo instrucción de parte de Cristián Labbé, Miguel Krassnoff y Manuel Contreras, entre otros. Prácticamente todos los célebres agentes de la DINA se formaron ahí, entre ellos Basclay Zapata (colaborador de Romo), Samuel Fuenzalida y Juvenal Piña (asesino de Víctor Díaz). Existen testimonios que señalan que ahí mismo en las cabañas también se torturaba a los detenidos que alojaban en el parque de materiales. Entonces las cabañas de Rocas de Santo Domingo fueron el primer centro de adiestramiento y tortura que tuvo la DINA”, explica Rebolledo. El autor recalca además que “el sitio tenía salón de pool, casino, lugares para hacer asados, etcétera, todo lo necesario para la estadía de los agentes”.

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La demolición se habría llevado a cabo a fines de noviembre por instrucción del alcalde de Rocas de Santo Domingo, Fernando Rodríguez Larraín, quien planteó esta solución al Ejército en el marco de la habilitación de la playa Marbella, ya que las cabañas -de acuerdo a lo informado por el Ejército- se encontraban en estado de abandono y daban mala presencia al lugar, no se encontraban en condiciones de ser habilitadas y además constituían un foco de riesgo sanitario por la presencia de roedores.

Esa observación, sin embargo, es desmentida por Ana Becerra, sobreviviente de Tejas Verdes, quien junto a otros ex prisioneros eran de la idea de transformar el lugar en un memorial. “Eso no concuerda con el monitoreo y seguimiento que había de nuestra parte a esas cabañas, ya que el 14 de septiembre de 2013 estuvimos dentro del recinto mas de 200 personas y no existía ninguna plaga de ratones”, remarca.

Originalmente dichas cabañas habían sido construidas para ser usadas por trabajadores y sus familias, dentro de un programa de balnearios populares concebido por el gobierno de Allende. Tras el Golpe, los militares se apropiaron de las dependencias, que por ese entonces pertenecían a organizaciones sindicales. Aunque actualmente aún el Ejército no tiene claro el destino que se le dará al terreno, el alcalde de Santo Domingo pretende que la institución militar se lo entregue en comodato para construir estacionamientos para una urbanización de lujo situada en este balneario.

Resignificación simbólica

Para Ramón Castillo, director de la Escuela de Artes Visuales de la UDP, lo que acontece con este tipo de acciones pone en jaque dos memorias que son importantes de leer y que acontecen en este lugar: la que tiene que ver con el proyecto original de dar vivienda y habitación de casa de veraneos para familias populares, la del proyecto del gobierno de Allende, con la clara perspectiva de uso del lugar; y por otro lado, después del Golpe y a partir del día 11, el uso de dichas instalaciones como centro de detención y tortura. “Entonces hay otra memoria que se instala sobre el mismo lugar. Sin duda tenemos dos momentos muy distintos que habría que preservar”, dice el académico.

“Echar abajo eso es, por un lado, erradicar esa memoria, que por muy dolorosa que pueda ser, es una resonancia del futuro. Hay una frase de Shakespeare que es muy lúcida en ese sentido, que tiene que ver con que en el presente estamos escribiendo la portada del futuro. Si nosotros borramos lugares como estos, estamos borrando también la posibilidad de no equivocarnos y de que no vuelva a ocurrir esto como país, entonces un lugar como este debe preservarse”, reflexiona Castillo.

Por otra parte el académico cuestiona el destino que se le pueda dar a este tipo de lugares y propone una interesante alternativa de resignificación simbólica. “Es fácil determinar que este lugar de memoria se mantenga como tal y convertirlo en un museo de sitio. Yo creo que en este caso, desde mi perspectiva, sería mucho más interesante, incluso en términos de reparación simbólica y metafórica, que se convirtiera en un centro de veraneo y volviera a la misma lógica original. Sería interesante recuperar esa utopía de la Unidad Popular y convertir este lugar en un lugar de veraneo, asequible a familias de escasos recursos. ¡Por qué no dar la oportunidad a familias que viven en precarias condiciones de que tengan vacaciones! Eso sería más hermoso y más potente que pensar en un museo de sitio que ya sabemos, por experiencias anteriores, se convierten es espacios fosilizados, sin recursos para mantenerlos”.

Para Ana Becerra, sin embargo, el lugar no puede ser otro que un museo de los Derechos Humanos. “Nosotros como Agrupación Rocas de Santo Domingo por la Memoria tenemos desde hace años la idea de recuperar ese espacio para convertirlo en sitio de la memoria y queremos ahí tener un museo y un centro de conferencia y educación sobre DD.HH., además de un parque de la memoria con árboles con placas que lleven el nombre de cada uno de nuestros muertos”, sostiene. Becerra estuvo detenida en el campo de prisioneros de Tejas Verdes desde septiembre del 73 hasta febrero del 74. Tras salir en libertad, fue detenida nuevamente el 9 marzo del 75 y luego trasladada hasta las cabañas de Rocas de Santo Domingo. “Esa detención fue muy dura. Mi recuerdo más recurrente son las amarras en mis piernas. Hasta el día de hoy puedo en ocasiones sentirlas, sé exactamente dónde estaban, ya que durante todo ese período permanecí vendada y amarrada a un camarote”, recuerda la mujer.

Un espacio para recorrer el horror

Contrario a lo que se pensaba, hace unos años cuando se llegó a decir que ya se había escrito todo respecto del pasado reciente y que ahora era el turno de la ficción, Javier Rebolledo, quien también participó en la investigación del premiado documental “El Mocito”, publicó dos libros que revisan el pasado de la DINA y que se convirtieron en éxito de ventas: La danza de los cuervos y El despertar de los cuervos. Respecto a la relevancia de la investigación en el segundo libro, Rebolledo cuenta que Rocas de Santo Domingo fue parte “de una estructura fríamente pensada, donde los agentes recibieron conocimientos específicos que luego pusieron en práctica en el resto de Chile. Este lugar es ‘la escuela’ de los torturadores, lo que desmiente una vez más la tesis de los abusos aislados o los excesos, para ponerle el nombre bien claro de crímenes de Estado, premeditados y con alevosía”.

El autor opina no estar de acuerdo con haber convertido este espacio -que ya fue borrado- en parques por la vida o por la paz, pues para él el valor simbólico está en una emoción completamente distinta: está en el horror. “Un horror que no se debe olvidar nunca para no repetirlo”. Desde ese punto de vista, manifiesta que le “gustaría que este tipo de lugares se mantuvieran intactos en su esencia, o que sean reconstruidos. Y con una señalética que permita recorrerlos desde principio a fin, para tratar de sentir lo que ahí se llevó a cabo”.

El verdadero responsable para Rebolledo de que este lugar haya sido borrado del mapa no es el alcalde, “porque un alcalde así de ignorante no se le puede pedir mucho” y tampoco el Ejército, sino que es el Estado. “Me refiero a Bienes Nacionales, que tiene un catastro de centros de tortura; no se les puede perdonar. Ellos eran los llamados a cautelar el patrimonio histórico de Chile y transformar Rocas de Santo Domingo en un monumento. No lo hicieron de forma oportuna con la Villa Grimaldi, ni con Londres 38 ni tampoco con José Domingo Cañas, porque no existe la cultura ni el interés de hacerlo. Existe en cambio la ignorancia y la invalidación de estos lugares como constitutivos de una memoria histórica reflexiva” sostiene el autor.

Acerca de la interrogante de si los centros de torturas constituyen un patrimonio nacional cuyo destino debe ser la apropiación por parte del Estado y su posterior transformación en espacio público, Rebolledo está a favor de esta idea, arguyendo que la historia, independiente de si se es de un lado u otro, les pertenece a todos. “Y aquí estamos hablando de cosas que nos competen a todos como país, que nos afectaron, nos afectan y nos van a seguir afectando. El no tomarle el peso sólo demuestra la ignorancia e indolencia de un país que no tiene idea de cómo ir hacia adelante”.

 

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