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La transparencia de lo real en la filmografía de Isabel Coixet Comentario de cine

La transparencia de lo real en la filmografía de Isabel Coixet

Enrique Morales
Por : Enrique Morales Académico de la Escuela de Ciencia Política de la Universidad Católica de Temuco.
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Enrique Morales Lastra. Periodista


Film: La vida secreta de las palabras

Film: La vida secreta de las palabras

“Escucha: / Hubo una vez, hace mucho tiempo, en este instante, / en este mismo instante, / una mujer y un hombre, / un amor, / un instante”.
Eduardo Anguita, en “Venus en el pudridero”

La profundidad, la audacia, la carga emotiva, y el sentido de la esperanza que sostienen y dan vida al cine de la directora catalana Isabel Coixet (1960), resultan difíciles de encontrar, con semejante genio creativo, en la obra de otros realizadores contemporáneos a ella. Todavía recuerdo la impresión que produjo en mí su primera cinta, “Cosas que nunca te dije” (1996), la que rodó en los Estados Unidos, entre perdidos y melancólicos poblados de la remota Oregon, que bordean el Columbia River.

Extraños el lugar y las condiciones, para el debut de una cineasta hispana; con actores norteamericanos, una película hablada en inglés y una estructura narrativa que, por cronología y talento, antecedió y fue una de las puntas de lanza, del filme que cambió la manera de relatar una historia coral en el circuito independiente del país del norte: la “Magnolia” (1999), de Paul Thomas Anderson.

Luego, descubrí por una reseña, que compartíamos afinidades literarias. Gracias a las elogiosas palabras que le dedicó a una novela del escritor francés Patrick Modiano, llegué a apreciar y hacer mías, las reverencias prodigadas con justicia al postergado autor que obtuvo el Premio Goncourt por la “Rue des Boutiques Obscures”. Así es Isabel Coixet: como su filmografía; generosa, sin reservas, entregando todo lo que guarda, mediante su arte, al público que la admira y la observa.Cosas1

Con el tiempo revisé otras cintas suyas, las que han tenido una mejor difusión entre nosotros: “Mi vida sin mí” (2003), “La vida secreta de las palabras” (2005) y “Elegy” (2008), la que basada en una ficción del conocido novelista Philip Roth, fue protagonizada por Ben Kingsley y Penélope Cruz. Aún así, yo me quedo con la humilde, si se quiere, pero más pura, sincera, intimista y metafísica, “Cosas que nunca te dije”.

La ópera prima de Isabel Coixet tiene repartidos en sus roles estelares a Lili Taylor (Ann), al enigmático Andrew McCarthy (Don Henderson), y a Seymour Cassel (Frank). En una de esas ciudades que parecen dormidas en un otoño perpetuo y lluvioso sobre los márgenes del río Columbia, a mediados de la década de los ’90, aterriza Ann, una mujer que bordea los 30 años, provista de la motivación de acompañar a su novio, un ingeniero que trabaja en la región. Por el momento, el hombre está de viajes, mientras atiende sus asuntos laborales en Europa.

Al llegar a la localidad, y después de aceptar un sencillo empleo en una tienda de artículos de videos y de cámaras fotográficas, la joven recibe un imprevisto mensaje de su prometido, vía telefónica: el profesional le dice que lo perdone, pero que él no volverá con ella, pues ha encontrado el amor, sin proponérselo, junto a otra mujer, cuando alojaba en Praga. El mundo se viene abajo para Ann, quien ha dejado sus días anteriores, con el propósito de salvar su relación con el ingeniero. Desesperada, bebe media botella de quitaesmalte de uñas, por error.

La grave intoxicación que padece debido al gesto involuntario, hace que la deriven a una clínica, donde creen que se ha intentado suicidar. En el lugar, y en el trámite de otorgarle el alta médica, la psicóloga del centro asistencial le anota un número al que marcar, en el trance hipotético de que se sienta mal y deprimida, y no tenga a nadie cerca para acudir: el fono de “La Línea de la Esperanza”.

De esa forma, comienza “Cosas que nunca te dije”, con la sensitiva música compuesta por el barcelonés Alfonso de Vilallonga extendiéndose de fondo; y la presentación y el contexto de los distintos personajes, que tomarán parte de su múltiple historia, unos más centrales que otros, pero en la cual todos estarán relacionados, de alguna manera.

Don Henderson se empina por los 34 años de edad, fue a la universidad, concluyó sus estudios, y se desenvuelve como corredor de propiedades, en la compañía de su padre (Frank), es soltero; también trabaja de voluntario en la mencionada línea de servicio social (la de la Esperanza), contestando los telefonazos de quienes necesiten su ayuda y orientaciones.

Una triste noche, con el vapor del río Columbia evaporándose por la oscuridad, y sentado al frente de su escritorio, luego de dar vuelta encima una taza de café que se iba a servir, Don recibe el llamado de una desconocida que lo cautiva, por las ideas en torno al amor, y a la existencia que le transmite, desde un teléfono público en la intemperie. Sin saberlo, Henderson se ha comunicado con Ann, en el lapso de una recaída nerviosa de ésta.

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En una opción estética que apuesta por las misteriosas coincidencias de la vida, por las uniones que entrelazan sin razones ni mayores explicaciones a los seres humanos, y en encuentros en los que cualquier hecho puede suceder, Coixet —quien también escribió el guión de su cinta—, abre la rendija para que Don se cruce, nuevamente, en el camino de la joven. Necesitado de una máquina fotográfica, con el objetivo de realizar sus actividades comerciales, Henderson entra al local en el que se desempeña Ann.

En la escena que retrata el diálogo de la pareja, separados por el mostrador, y las consultas de rigor de Don para proveerse del artefacto, el hombre reconoce una de las reflexiones que la mujer le confidenció durante esa breve conversación a distancia, compartida hace unas semanas. La transparencia de la casualidad, remueve al vendedor de departamentos y de casas de condominio. Agitado, se instala con su adquisición, en la cafetería ubicada al lado de la tienda de Ann: la misión es esperar su salida de la jornada regular, y de esa manera, poder abordarla.

Pese a su aparente tranquilidad, y de no evidenciar con un semblante y comportamientos tan claros, las carencias sentimentales del rol interpretado por Lili Taylor, Don Henderson, igualmente, arrastra cierto descontento esencial con la vida. En lo fundamental es un solitario, que reparte sus horas entre las ocupaciones descritas, a fin de evitar pensar en sí mismo y sus circunstancias.

La madre de Don, que jamás es exhibida, aguanta un coma que la tiene postrada e inmovilizada, y sus relaciones con la figura paterna, tampoco son lo estrechas que una coyuntura como esa, podría sugerirnos. En varias oportunidades, Henderson se niega a concederle el abrazo que éste le solicita.

Con un parlamento provisto de una decena de lúcidas frases y monólogos con tintes filosóficos para atesorar. “Sé que es muy difícil dejar de querer a alguien a quien apenas has conocido”, dice Don, por ejemplo; “Cosas que nunca te dije” trasciende los límites de un filme inaugural. Bueno, es verdad, Isabel Coixet registraba 35 años de edad al minuto de grabarlo, y yo, bajo ningún precepto, soy un comentarista imparcial.

¿Sus escalas en el mapa? La ilusión y el peligro de hallar el amor en otra persona, el impulso psíquico que representa esa imagen en la expectativa de mejorar nuestro itinerario, y así rozar en algo, el sueño de alcanzar la felicidad; la obligación de reconstruir la propia identidad —evento imperioso—, después de sufrir un importante altibajo anímico; la indiferencia y la soledad de la urbe posmoderna: de esos restos y deshechos se cimienta esta lograda obra de arte.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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