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Opinión: El desastre y la capacidad de los artistas de articular redes A propósito del incendio de Valparaíso y el trabajo cultural

Opinión: El desastre y la capacidad de los artistas de articular redes

Nicolás Eyzaguirre Bravo, director artístico de Teatro Container


Columna publicada en la edición nº 7 de La Juguera Magazine

En un comienzo este artículo trataría sobre el IV Festival Teatro Container y su primer ciclo programático “Tránsito y migración”. Pretendíamos en él compartir una evaluación del proyecto artístico Origami, contar sobre sus presentaciones y narrar la metamorfosis del contenedor que Silvain Ohl y Satchie Noro desarrollaron durante marzo pasado en Valparaíso, logrando transformar un objeto comercial globalizado en un espacio cultural humanizado y establecer un encuentro cultural entre Valparaíso y San Antonio.  Queríamos plantear que los procesos artísticos se vuelven políticos en la medida en que dialogan con su entorno, que observan con ojo agudo el contexto en el que se desarrollan, que se implican en la realidad que los circunda.

Pero nuestra realidad cambió drásticamente tras el incendio que afectó a miles de vecinos. Un gran fuego encendió la parte alta de nuestra ciudad, visibilizando un sector postergado y excluido de la postal del patrimonio de la humanidad. El fuego, elemento de vida y de muerte, de hogar y de destrucción, arrasó con barrios enteros quemándolo todo a su paso. Casas, autos, almacenes y botillerías desaparecieron, desnudando la geografía natural y al mismo tiempo las profundas fracturas sociales pre-existentes. Pensamos, entonces, que tal vez no conocíamos Valparaíso sino sus fachadas, las mismas que ya no están.

Tras la catástrofe, la ayuda. El Parque Cultural de Valparaíso se transformó en centro de acopio y distribución de materiales para los damnificados. 24 horas al día, miles de voluntarios organizaban cadenas humanas para movilizar la ayuda. Pero entre botellas de agua, útiles de aseo, toneladas de ropa y de comida, aparecía algo mucho más fuerte que aún es difícil comprender: el lugar se activaba como nunca, se volvía necesario, se conectaba verdaderamente con las circunstancias de la ciudad. Entonces cobraban fuerza las palabras de Ardenne en su Arte Contextual: “El artista es un gestor de contingencias”. Esa frase nos representa tanto en nuestro proyecto artístico teatral (un festival que se nutre del espacio público que interviene), como en las actividades de “ayuda humanitaria” que hemos realizado desde la catástrofe.

Teatro Container, junto a artistas y gestores culturales de la ciudad, levantó la campaña “Un niño, una mochila”, acción que nos involucró por completo en el acontecimiento. No se trataba exclusivamente de juntar materiales escolares, había que encontrar a los niños, saber cuántos son, qué edad tienen, dónde viven y a qué escuela van. Ante las dificultades de acción rápida y efectiva por parte de la institucionalidad, se desplegó una red de individuos y organizaciones independientes que -hasta ahora- no había sido dimensionada en la ciudad. Decenas de colectivos culturales se esparcieron por el territorio, generando catastros, distribuyendo ayudas, captando necesidades y creando soluciones ágiles, como las más de 30 cocinas colectivas actualmente en funcionamiento. Pareciera que los agentes culturales, acostumbrados a la precariedad, se movían como peces en el agua mientras las autoridades aún discutían sobre si el tema era municipal, regional o nacional, entre otras preguntas, por cierto, importantes, pero de escasa urgencia.

Cuando la contingencia es tan fuerte y evidente, se presenta una oportunidad para alinear a esa gran fuerza que antes estaba dispersa y a esos actores que muchas veces encontraban en simples detalles razones suficientes como para dividirse. Hoy, esos detalles son irrelevantes, y aparece en primer plano la capacidad de los colectivos culturales de articular redes, de generar espacios de encuentro y propiciar la participación activa de los vecinos en las acciones de reconstrucción tanto material como inmaterial. En estas circunstancias, Teatro Container replantea su ciclo y sus actividades, en el convencimiento de que la “cultura” es una palabra que abarca mucho más que un conjunto de intervenciones artísticas y que la palabra “solidaridad” no es simplemente un montón de ropa y comida para quienes, por estas mismas circunstancias, ya no la tienen. Tanto la “solidaridad” como la “cultura” apuntan, más bien, a un mismo problema fundamental, válido tanto en situaciones de urgencia como de normalidad: el problema de cómo vivir juntos, cómo cohabitar en un mismo espacio o, incluso, cómo crear espacios que nos permitan vivir mejor, potenciando acciones colectivas y, sobre todo, organizadas.

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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