Ediciones UC publica “La cara oculta del cine”, una recopilación de ensayos que exhibe la mirada estética y multidisciplinaria de Gastón Soublette, mítico pensador nacional, en torno a once piezas del séptimo arte del último medio siglo.
“Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. — Y la encontré amarga. — Y la injurié”.
Arthur Rimbaud, en Una temporada en el infierno
La figura de Gastón Soublette Asmussen (Antofagasta, 1927), sobrepasa con largueza los márgenes del simple profesor universitario: escritor, musicólogo, filósofo, investigador de las ciencias tradicionales, pianista aficionado. Un hombre que desde la cátedra docta, la redacción de estudios estéticos y la divulgación de la cultura popular chilena, se ha erigido con el paso de los años, en el último gran maestro de las humanidades locales, más allá de un nivel que trasciende lo meramente “científico”.
De esa manera, el autor de La estrella de Chile sigue un camino que orientaron en estas latitudes, pensadores e intelectuales como Lola Hoffmann, Oreste Plath, Mario Góngora, Hernán Godoy Urzúa, Martín Cerda o Fidel Sepúlveda Llanos, por citar a algunos nombres, entre varios que se nos escapan en el injusto olvido.
Asistir, entonces, a las clases que Gastón Soublette imparte en el Instituto de Estética de la UC, se ha transformado, para un grupo de privilegiados de todas las generaciones, en una etapa de iniciación en los afluentes de la hermenéutica artística y el catolicismo esotérico más antiguo y original. En el desarrollo de sus módulos se tiene la sensación de estar en un centro místico de carácter universal, donde se unen las tradiciones de occidente, oriente y la de los pueblos originarios.
Bajo esa línea, debemos abordar el libro que presentamos en esta oportunidad: La cara oculta del cine (2011), un texto que se exhibe como la continuación de otro publicado hace más de una década por la Editorial Andrés Bello, Mensajes secretos del cine (2001).
En ambos, Soublette entrega su visión del séptimo arte en tanto una formulación teórica que escapa de la simple retórica visual, para situarse en el cruce interdisciplinario de las ciencias sociales y de las humanidades en general. Así, el estudioso nos ofrece un análisis de las películas escogidas, que abarcan conceptos y conocimientos que van desde la filosofía, la literatura, la música docta, la psicología, hasta pasar por tópicos de la psiquiatría, la sabiduría popular y la sociología.
La senda interpretativa seguida por el autor de Mahler: Música para las personas (2005), escapa sin duda de los parámetros convencionales que utiliza una amplia mayoría de la crítica especializada y parte de la academia, a fin de abordar la producción cinematográfica. En palabras de Soublette, la elección de esta última opción —que privilegia los factores técnicos y narrativos de un filme, en desmedro de otros más sutiles—se debería, antes que nada, a la falta de elementos de juicio y de formación intelectual que se necesitarían, realmente, para llegar a comprender el “ethos” simbólico de un largometraje.
Dentro del muestrario de las películas que el profesor encara, en esta reseña revisaremos especialmente un par, con el propósito de ilustrar la forma en que éste profundiza en su peculiar visión de las mismas.
La primera que consignaremos es la célebre Muerte en Venecia (1971), del director italiano Luchino Visconti, obra que Soublette disecciona en el capítulo “No puedes ir a la belleza, si la belleza no viene a ti”. Compleja es la perspectiva que el investigador presenta acerca de este clásico en la filmografía del príncipe milanés, quien a su vez se inspiró en la novela La muerte en Venecia (1912), del escritor y Premio Nobel de Literatura alemán, Thomas Mann.
Antes que una historia de amor homosexual imposible entre un hombre de 50 años y un adolescente, el catedrático de la UC mira la caída de un famoso compositor frente a las trampas de la belleza y del amor, que irrumpen con toda su fuerza en la vida agotada de este personaje, justo cuando va a buscar la paz perdida y el sosiego del espíritu, luego de la muerte de su única hija y de su esposa, en la ciudad de los canales, la Plaza de San Marcos y el balneario del Lido.
Gustav Aschenbach (una simbiosis de Thomas Mann y Gustav Mahler para Soublette), se desmorona emocionalmente al mirar por primera vez los rasgos apolíneos y feminoides de Tadzio, en la sala de estar del Hotel des Bains, en una clave artística que comienza en el Gustave Flaubert de La educación sentimental, y concluye en la Lolita de Vladimir Nabokov.
No hay detalle que se le escape en su ensayo a Soublette. Sus referencias van desde la mitología griega y sus viajes mortuorios en barca, hasta las partituras que eligió Visconti para sonorizar ciertas escenas, las actuaciones del reparto, la música de Mahler y Anton Bruckner, la filosofía de Nietzsche, la distinción y la apostura de Silvana Mangano, el materialismo marxista, algunos accesorios de utilería que capta la cámara en su encuadre, y pasajes de las vidas del mismo Mann y de su compatriota compositor. Son encomiables la cultura que despliega el catedrático y su pluma ágil, clara y sencilla, con el propósito de expresar ideas profundas y esclarecedoras, en torno al sentido final de esa atormentada y lúcida existencia.
La sensibilidad del maestro, aquí tiene sus cimas cuando analiza la soledad fundamental de Aschenbach, el reconocimiento desgarrador que hace el artista del hecho de que se ha enamorado de una imagen inaccesible, y la revelación que obtiene de su verdadero yo, como resultado postrero de un viaje iniciático y de amor, que sólo lo conducirá a la más triste de las muertes. Aunque todavía quede espacio para la esperanza y la ilusión de la posibilidad, en ese saludo correspondido sobre un mar y una playa infectos de cólera y de melancolía.
Otra cinta que Soublette aborda con especial interés en nuestra óptica, es el filme La habitación del hijo (2001), obra del también italiano Nanni Moretti, quien ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes de esa temporada con este crédito.
El imprevisto fallecimiento, a causa de un absurdo accidente acuático, del primogénito de una familia de la exitosa clase media romana y profesional, desata una serie de cuestionamientos y reflexiones en el seno de sus tres restantes integrantes. Los que se interrogan por la vida que llevan y la manera de resolver la ausencia de una trascendencia ontológica que guíe sus derroteros. Eso, por lo menos, es lo que plantea el académico de la UC.
Si bien el autor insiste en que Moretti no entregaría las respuestas para conseguir la liberación de un grupo familiar de las reglas y coerciones que le impondrían la moral burguesa, a fin de recuperar la espontaneidad y una mirada poética del acontecer cotidiano y del día a día; el peninsular propondría —de acuerdo a Soublette—, en las críticas de Marcuse, formuladas en Eros y civilización, una de los conductos posibles con el objeto de resolver este sensible asunto.