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Crítica gastronómica: Casa Botha en Casablanca, la palabra es suculento

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botha1Ser fino y suculento es posible en Casablanca. No se trata de una contradicción, más bien es una analogía con sabor a lo que, por ejemplo, suele hacer el escultor y pintor colombiano Fernando Botero, que ensancha los pliegues de la realidad y por extensión de la belleza que la rodea, sin perder ni personalidad ni alta calidad. Una de las vías más sencillas de conseguirlo ocurre cuando la tierra y lo que sale de ella son –más que cualquier artilugio culinario- los que hablan con voz propia. Eso pasa en la gran cocina italiana, que basa su magia en cuidar el producto… y el resto es música. Quizá, como es el caso de Casa Botha, en la caletera de la Ruta 68 viniendo hacia la costa, eso ocurra bajo un contexto donde la elegancia tenga una forma muy especial.

A David Botha, que las oficia de anfitrión, se le nota que fue marino y sudafricano. Tanto por la bonhomía expresada en su castellano a media lengua, sus ganas de tocar la mandolina frente a los comensales cercanos, como también por los firmes y complejos nudos con que sostiene el cobertor de su terraza interior, con vista al campo y donde dejar pasar las horas es una verdadera delicia. Carmen Panciera, su esposa, es la que prepara cada plato con ese canon peninsular que sólo una nativa de esas tierras lo puede hacer. La sociedad va mucho más allá de lo conyugal, o mejor dicho, esa unión se vuelca a un espacio que semeja un gran barco pegado al camino y donde la calidez hogareña llena todo el espacio. La comida es rica y los vinos también, pero es ese pegamento sentimental el que une todo. Se nota.

La carta es breve: algunas pastas, carnes consistentes y de sabores pronunciados, pescado del día cuando tiene calidad y unos cuántos vegetales que de tan frescos dan ganas de ir por ellos una y otra vez. Nada más. Es que cuando llega una selección de antipastos y, en vez de las carnes y quesos que tiene el plato, lo que luce es la porción de pallares marinados en una deliciosa vinagreta, el paladar se pone en alerta temprana. Cuando en los fondos lucen unos Ñoquis suaves y pequeños, ligeros finalmente, embadurnados en una salsa cremosa de salmón ahumado y un toque vegetal, surge la mejor pasta disponible en toda la Quinta Región. En las masas rellenas se puede hablar tranquilamente de un producto destacado a nivel nacional. El que pruebe su plato más popular, la Lasaña de osobuco, de profundo y enjundioso sabor a carne y salsa, metido en un cazo de greda calientito, conocerá, o mejor dicho sentirá, de qué hablamos cuando hablamos de suculencia gourmet.

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Es un gran espacio a la italiana sin remilgos de gran comedor –como muchos en Viña del Mar, con todo respeto-, de mejor calidad y con un plus expresado en una singular carta de vinos. Son prácticamente todos originarios de Casablanca, muchos elegidos por un dueño criterioso en eso de poner lo que vaya mejor con su comida. Hay tintos costeros de potente expresión frutal, algunos otros de zonas más altas que regalan una curiosa mezcla de calidez y frescura, como también esos sauvignon blanc que son puro filo al paladar y que se han convertido en la bandera de la zona para el mundo. Esa sensibilidad le agrada al pequeño mundo de enólogos y viticultores del valle, que ven en Casa Botha un territorio neutral o bien de todos, cuando se trata de compartir impresiones y sabores de una zona que lo tiene todo para comer y beber con personalidad. Sea a la chilena o a la italiana. Este lugar es la mejor prueba de aquella excelencia.

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