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Crítica de cine: “Los Jetas”, la feria de las vanidades del circuito audiovisual chileno Una película dirigida por el realizador nacional Emilio Romero

Crítica de cine: “Los Jetas”, la feria de las vanidades del circuito audiovisual chileno

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La cinta con la que debuta en la pantalla grande el autor de la exitosa serie homónima transmitida por la web, es una jocosa y entretenida comedia. Un largometraje que, teñido con aires de sátira grotesca, exhibe, mediante los empeños laborales de un par de amigos reunidos en una pequeña productora de trabajos publicitarios, el arribismo innato de la clase media alta santiaguina, la precariedad de las empresas dedicadas al rubro documental y las mentiras primarias que oculta un determinado estilo de vida. Una obra regular sin ser discreta, rica en matices y de tipos sociales nuestros, a la que reprochamos, sin embargo, el fallido montaje televisivo de sus primeras y de sus últimas secuencias.    


“La mojón, La mi tierra, La vida privada / de la Historia de Chile”.

Diego Maqueira, en La Tirana

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Lo primero para entender las siguientes líneas. No es que Los Jetas – La revolución es interior (2014), del director nacional Emilio Romero, se trate de un título inolvidable en la filmografía local, dentro del género específico de la ficción: pero su temática es original, poco vista en el cine de estas latitudes, y su propuesta estética –para nada perfecta- provoca artísticamente al espectador, se sostiene conceptualmente, y se apoya en una fórmula de realización bastante rescatable.

Tampoco “goza” de fallas de continuidad narrativa evidentes durante el transcurso de su historia, y sus roles estelares son creíbles y su fotografía y su dirección de arte, se encuentran arriba de la media chilena, aunque están lejos de ser formidables; y sin embargo, poseen la calidad suficiente para exhibirse en festivales internacionales de segundo o de tercer orden, y en cualquier sala comercial del país.

Insisto, la fortaleza de esta película arranca por su singularidad dramática y su aceptable cometido fílmico. Porque, más que una parodia de figuras reconocibles de la vitrina urbana y social de la capital de Chile, este es un crédito cuyo tópico central, se centra en el universo humano y comercial, que conforman las infinitas compañías dedicadas a grabar títulos audiovisuales de los más diversos tipos, ubicadas en las oficinas de la principal ciudad de la Región Metropolitana.

Y ese tópico, atractivo y gustador por sí mismo, el realizador lo aborda a través de un lenguaje fílmico “conseguido” para una comedia, que hace guiños a un documentalista mayor de nuestro cine como lo es Ignacio Agüero, y con una cámara que se esfuerza por registrar la labor de un equipo que se desempeña en el ámbito descrito, dentro de un constante plató en movimiento, pero al interior de otro rodaje. En su primera película, asimismo, Romero cita, quizás sin desearlo, a dos compañeros de ruta cercanos, por lo demás contemporáneos suyos: al Che Sandoval y su Soy mucho mejor que voh (2013) y a Sebastián Silva, y su Crystal Fairy y el cactus mágico (2013).

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La relación con Agüero y su largometraje documental Como me da la gana (1985), requiere una justificación un poco más detallada. Ya dijimos en este análisis, que antes que un retrato de ciertas estampas propias del arribismo social chileno, el filme aquí analizado se inspira en una vívida sátira del mundo audiovisual santiaguino, del menos exitoso, de sus productores y de sus realizadores más extravagantes, y de sus actores y de sus financistas.

Y en esa línea de crítica, primero de carácter cinematográfico, y luego de una índole argumental, la influencia que significa el título anotado unas pocas líneas más arriba es, anótese con méritos, en este caso, de carácter elemental. No comparo, ni en ningún caso afirmo, que Los jetas las ejerza de un título esencial del séptimo arte chileno, sólo manifiesto y dejo en claro, ciertos ascendientes, los que son deber consignar.

Los cineastas nacionales, de esta manera, tanto de ficción como de largometrajes documentales, serían en Chile, algo parecido a unos fabricantes de piezas artísticas que se hacen y se exhiben para un cerrado grupo de personas y de consumidores, a veces, grabados sin más impulsos y requisitos, que la propia voluntad y perseverancia del director de turno.

Aquello, fue retratado con una veracidad que ronda lo esperpéntico y lo grotesco, por Ignacio Agüero hace 30 años, y eso registra, bajo un formato narrativo de imágenes diferente, ahora, Emilio Romero en Los Jetas (guardando las distancias, claro está): la apariencia e irrealidad de horizontes y de sus posibilidades fundamentales de la industria, la precariedad material y el frágil entusiasmo “metafísico”, con que se mueven y se desarrollan muchos proyectos del rubro audiovisual, por estas esquinas.

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Dos secuencias se hallan compuestas con ese motivo cinematográfico. La primera, es la escena que encuadra a una cámara registrando el casting de la actriz que ayudará al Tommy (Rodrigo Pardow) y al Manu (Roberto Fuentes), para armar su obra publicitaria acerca de “la ruta del Spa”; y la segunda, es la toma que registra el proceso creativo del dúo: un plano general cerrado, que desde un ángulo oculto, en diagonal, los muestra insertos en su trabajo de filmación, con el elemento árido del desierto en el fondo, y una motocicleta que se acerca. El fotograma concluye con el juicio lapidario de Tomás, quien improvisa y termina grabando, otra acción y otro parlamento, al relatado por su libreto.

Ese, a fin de cuentas, constituye el acierto básico de esta ópera prima: exhibir, mediante un lente que mezcla planos y ángulos inherentes unos, al cine de ficción, y otros, al formato documental, una lograda historia (tres autores participaron en la redacción de su guión) de dos adultos “treintones”; los que, gracias a sus apellidos y aspecto físico, pueden sostener la quimera –que les resulta- de reunir fondos, con el propósito de llevar a cabo truncos e improvisados trabajos audiovisuales, ya sea en los andenes y los refugios de Los Farellones, ya sea en los alrededores místicos de San Pedro de Atacama.

La deficiencia más notoria, a este respecto, de la estrategia fílmica de Romero, se encuentra en torno a las técnicas de montaje utilizadas en las primeras y últimas secuencias, cuando la cinta todavía tributa, en su lenguaje y narración cinética, a la exitosa serie web de televisión que posibilitó esta versión definitiva para la pantalla gigante.

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Otros influjos que se traslucen en este crédito, devienen de la obra del español Santiago Segura, en especial de la saga de Torrente (mencionada por los protagonistas en uno de sus diálogos) y de una pieza casi desconocida del vasco Álex de la Iglesia, que se estrenó durante el pasado invierno en Santiago: La chispa de la vida (2011).

Los Jetas, en conclusión, se trata de una película muy digna de verse, interesante no sólo por su especulación argumental (el arribismo, la “apelliditis” y la “siutiquería” chilena, empero, han sido profusamente abordados, tanto en la literatura como en el teatro local), sino que en lo esencial, sugerente en su meditación artística: sus planos y sus cuadros, nos revelan a un director con un estilo definido, pese a que comentamos su largometraje inaugural. Y las actuaciones de Rodrigo Pardow y del Poroto Fuentes, a los se les suma la personificación de Tamara Tello (quien encarna a María Ignacia Vacaretta), apuntalan, en buena forma dramática, la “oferta” propuesta frente al foco.

 

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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