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Crítica de cine: “Vivir es fácil con los ojos cerrados”, la bella lógica del desamparo El filme del director español David Trueba se estrenó en el XIV Festival de Las Condes

Crítica de cine: “Vivir es fácil con los ojos cerrados”, la bella lógica del desamparo

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Casi un desconocido en Chile, la figura de este multifacético artista madrileño (quien también es un destacado novelista en la escena cultural de la península), sobrepasa con creces el prestigio de un realizador más, para transformarse en una verdadera celebridad mediática de su país, al igual que su hermano mayor, Fernando, el famoso realizador. Esta cinta, que se adjudicó seis premios Goya durante el año pasado (2014), incluyendo las categorías de mejor película, actor y guión original, marcó un regreso a las principales cualidades de su autor, luego de varios largometrajes, en los que al parecer, había extraviado la brújula: el genio literario de sus libretos, la virtud de su fotografía y una cámara documentalista en el registro del espacio circundante. 


“A veces se te oprime el corazón cuando piensas en las cosas que habrían podido ser y que no fueron. Teníamos por delante y a distancia la línea del horizonte, allá, hacia el infinito”.

Patrick Modiano, en En el café de la juventud perdida  

Vivir es fácil - Poster oficial

A David Trueba (1969), le fascinan las historias de losers, de personajes que poco o nada tienen qué decir, después de ser aplastados por el peso de la vida, luego de ser goleados por los desafíos que les impuso el discurrir de las horas, los retos de unos partidos que no supieron enfrentar con una estrategia adecuada. De hecho, su novela más lograda, se titula así: Saber perder (2008).

Y en los tres largometrajes de ficción que han sido acogidos por la crítica con una bienhechora aceptación, se repite aquel común denominador, uno que es de índole dramática, pero también de búsquedas existenciales, y que asimismo, es la indagatoria de un lenguaje cinematográfico, uno que pugna por salir a cámara, por enfocarse en el cuadro del lente: La buena vida (1996) –que quizás inspiró al chileno Andrés Wood para bautizar su película homónima-, Soldados de Salamina (de 2002 y basada en la exitoso texto de Javier Cercas, en el que aparece Roberto Bolaño como un personaje) y esta obra que ahora analizamos: Vivir es fácil con los ojos cerrados (2013). Todas, escritas y dirigidas por el mismo David Trueba.

El último título anotado, es uno de esos filmes llamados de época. Situado en el tiempo diegético de la España franquista de 1966, se encuentra protagonizado por el actor Javier Cámara (Antonio), la veinteañera Natalia de Molina (Belén) y el adolescente Francesc Colomer (Juanjo). Una temporada en la que The Beatles se haya en el apogeo de su fama, y una semana donde el cuarteto de Liverpool, se encuentran rodando How I Won the War, en las cercanías de la ciudad de Almería, al sureste de la península ibérica.

Antonio es un profesor de inglés, cuarentón, soltero y solitario, que enseña el idioma en una escuela secundaria, y lo único que anhela, es aprovechar la inédita circunstancia de que el conjunto está grabando en suelo hispano, para conocer a John Lennon en persona. Así, y con ese propósito, solicita el permiso correspondiente en el colegio donde trabaja, y emprende un viaje iniciático tardío, en pos de ese encuentro casi imposible.

Vivir es fácil 2

En el camino, conoce a otro par de seres que, también, insertos en distintas edades y circunstancias, añoran rastrear un lugar físico y abstracto, que les permita asentarse con los dos pies en la realidad: Belén y Juanjo, éste de 16 años, y quien ha huido de casa, porque ya no soporta ni a su padre ni menos a sí mismo. Ese jefe de familia, castigador y autoritario, es interpretado por un rostro que ya parecía caído en la acción de cada día del cine español: nos referimos al señero Jorge Sanz.

Los nudos dramáticos del trayecto y de la necesidad de perseguir la propia identidad, se funden con una cámara y una dirección de arte y de fotografía, que buscan instalar a ese singular trío, en el paisaje cálido y a la vez melancólico y grandilocuente, de la Andalucía española. Una puesta en escena “metafísica”, que Luis Buñuel siempre intentó recrear en los estudios de México, y un tópico audiovisual que se proyectó con maestría -sin que su equipo de producción, jamás haya pisado suelo almeriense-  en la espeluznante cinta polaca El manuscrito encontrado en Zaragoza (1965), de Wojciech Has.

Porque esa sequedad que no es desértica, muy semejante a la del sur italiano y a los calores de las islas del Mediterráneo, se presta para retratar, de una manera fílmica satisfactoria, esos estados psicológicos y espirituales, que se refieren a la aceptación de la resignación y de la monotonía, inseparables de la vida de cada ser humano.

Vivir es fácil 4

En esa reflexión argumental y cinematográfica, la pieza de Trueba resulta sencillamente, una película hermosa. Rodada con una estética que reverencia a lo mejor que ha producido su hermano mayor, a créditos firmados por el catalán Vicente Aranda (recomiendo intensamente su versión de Carmen (2003), basada en la novela del francés Prosper Mérimée y su Juana la Loca (2001), estelarizada por Pilar López de Ayala); a fotogramas inventados por el valenciano Luís García Berlanga (en especial a su París Tombuctú, de 1999); y a algunas obras de los italianos Vittorio y Paolo Taviani (viendo este filme, me acordé mucho de La notte di San Lorenzo, de 1982) , y de ciertas comedias de Dino Risi (lo anoto aquí por Il Sorpasso, de 1962; y por su Profumo di donna, de 1974).

La construcción literaria del libreto, en tanto, es de primer nivel. Bueno, Trueba es antes un aplaudido escritor que un celebrado cineasta, pero hacer las dos tareas con una gracia digna de destacarse, resulta dificilísimo: si no, pregúntenselo a Woody Allen, o en el más allá, a Francois Truffaut. En efecto, roles como los de Antonio (con sus declamaciones de los versos de su tocayo, el poeta Machado) y de Ramón (encarnado por el actor barcelonés Ramón Fontseré), se observan delineados y conformados, con una profundidad que es propiedad de las buenas novelas, y de los diálogos y parlamentos, pertenecientes a piezas teatrales que se montan a cada rato. Y, quizás, Javier Cámara, junto a Javier Bardem y Penélope Cruz, sean los intérpretes españoles que prevalecen sin rivales en esta hora.

Vivir es fácil 6

Audiovisualmente, por añadidura, el filme es potentísimo. La fotografía y las ambientaciones de época, como lo afirmábamos más arriba, se asemejan a la calidad de los trabajos que citamos del longevo Vicente Aranda. En específico, por el uso que en esta ocasión se da, a los factores de la luz y de las sombras, sobre la composición del cuadro cinematográfico: técnicamente, equivalentes a las calificaciones que alcanza cualquier mega producción norteamericana o australiana, que echa mano al factor estético del desierto, de lo árido y del vacío espacial, a fin de imaginar la ambientación y el trance interno, por el que atraviesa su reparto. Y el sonido: con certeza diseñado, casi sin apelar a la música, y donde las voces de los protagonistas, castizas y regionalistas, según la procedencia de los actores, jamás son vencidas por el ruido de los motores en la carretera, o por un castellano de un acento cerrado o mal pronunciado.

Desprovistos de oportunidades, derrotados por secuencias francamente adversas (el abandono, el agobio de la soledad, el bulto de un embarazo no deseado, la ceguera de la opresión paterna, que se confunde en lo temporal con la represión política de la dictadura de Francisco Franco); los personajes de David Trueba se debaten en ese campo, en el que la inmovilidad sigue al espasmo, y después, a la aparición de la posibilidad, de la esperanza. Luego, irrumpen el futuro, el horizonte y el infinito.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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