Su arte podrá apreciarse en el próximo laboratorio “Danza y resistencia”, a realizarse entre el 12 y 16 de septiembre en el espacio NAVE (Libertad 430, Metro Cumming), donde se trabajará con movimientos provenientes de danzas que fueron llamadas “rituales” por los antropólogos del siglo pasado. Al cabo de los cinco días, el taller culminará con una muestra para mostrar el resultado del trabajo al público.
Amanda Piña (Santiago, 1978) probablemente sea uno de los secretos mejor guardados de la danza contemporánea nacional. Coreógrafa y bailarina radicada en Viena, Austria, miembro de una familia mexicano-chileno-libanesa, se fue de Chile a los 20 años y una larga carrera en España, Francia y Austria sin duda la convierte en una de las más destacadas exponentes del género de nuestro país.
Su arte podrá apreciarse en el próximo laboratorio “Danza y resistencia”, a realizarse entre el 12 y 16 de septiembre en el espacio NAVE (Libertad 430, Metro Cumming), donde se trabajará con movimientos provenientes de danzas que fueron llamadas “rituales” por los antropólogos del siglo pasado. Al cabo de los cinco días, el taller culminará con una muestra para mostrar el resultado del trabajo al público.
Asimismo, el 18, 19 y 20 de enero Piña exhibirá en el centro cultural GAM su obra “War”, realizada junto al artista visual suizo Daniel Zimmermann, en el festival teatral Santiago a Mil. “La obra debate sobre qué es lo contemporáneo, por qué ciertas cosas tienen acceso a lo contemporáneo y otra no. Por ejemplo, las formas de arte que emergen con el turismo”, adelante la creadora.
“Cuando terminé la escuela, mis opciones para quedarme y trabajar era dar clases, porque vivir del teatro y la danza en esa época era muy difícil, más que ahora”, dice Piña para explicar las razones de su partida. “Yo no me sentía preparada para enseñar algo sin experiencia previa. Me fui porque quería trabajar profesionalmente en esto, en danza, performance, y quería vivir de eso, formarme en eso, de una manera muy seria”.
Hoy, al cabo de los años, señala que Europa le aportó enormemente, entre otros a nivel teórico. “Mi formación, en Francia sobre todo, fue súper crítica y cabezona. Es bastante intelectual la formación allá, y eso te permite hacer un trabajo que está bien pensado y bien planteado conceptualmente”, explica, donde en una sola escuela le permitía aprender “no una, sino muchas líneas”.
Piña estudió teatro físico en Santiago de Chile, antropología teatral en Barcelona y danza clásica, moderna y contemporánea en México, Barcelona, Salzburgo (SEAD) y Montpellier (Centro Coreográfico de Montpellier).
Su trabajo coreográfico se centra en el potencial político y social del movimiento, introduciendo referencias y perspectivas culturales no occidentales en el ámbito del arte contemporáneo.
Su primer impulso por salir fue familiar: su padre es mexicano y ella le había prometido que pasaría un año con él. Ya había estudiado Escuela Internacional del Gesto y la Imagen “La Mancha” en Santiago, “pero quería estudiar algo que combinara” distintas artes como la danza y el cine. “Me fui un poco siguiendo una intuición”, relata.
En México tomó varios talleres, pero no encontró una escuela que la convenciera. Otra familiar, su madrina, que es catalana, la invitó entonces a Barcelona. “Me dijo que había muchas escuelas que preparaban a la gente para entrar a academias profesionales”. Piña se marchó entonces a Cataluña, donde viviría tres años para estudiar danza clásica y contemporánea, en la escuela privada AREA.
Su trabajo rindió frutos: fue aceptada en la Salzburg Experimental Academy of Dance (SEAD), donde estudió otros tres años gracias a una beca. Sus compañeros eran de todo el mundo: Estados Unidos, Francia, Bélgica, Holanda y Eslovenia. Sólo había dos latinoamericanas: Piña y la argentina Cecilia Bengolea, conocida en la escena por su trabajo junto al francés François Chaignaud.
“Luego me ofrecieron hacer un posgrado en coreografía en Montpellier, con Mathilde Monnier. Yo había hecho un taller con ella y era una coreógrafa que yo admiraba mucho”. Era el renombrado Centre Chorégraphique National de Montpellier, uno de cuyos fuertes es la danza conceptual, “que acerca la danza al discurso pero también al arte visual”.
Piña se mudaría luego a Viena, invitada a trabajar con la coreógrafa austriaca Claudia Heu, para después ingresar a la Casa de Danza de Viena (“Tanzaqueartier”). “Es un centro súper interesante, muy importante en Europa. Hice una audición y postulé a una beca y me la dieron. Por un lado te daban dinero y por otro la posibilidad de mostrar tu trabajo”.
Piña comenzaría entonces un fructífero trabajo junto a Zimmermann. Hicieron una obra llamada “We”, de gran aceptación, con la cual hicieron un tour por Europa, y que habla sobre “guerra, turismo y danza”.
“Desde entonces vivo en Viena y trabajo en el contexto europeo, tengo coproducción con un teatro en Viena y un teatro en Amberes, Bélgica”. Es con Zimmermann con quien también presentará la obra “War” en enero.
La pareja chileno suiza además fundó la asociación nadaproductions en 2005 y entre otros viajó al Amazonas para hacer un cortometraje que dio origen a otro de los proyectos donde participa: el Ministerio de Asuntos del Movimiento de Austria (BMfB), una entidad particular que “es responsable de apoyar, cuidar y preservar el movimiento libre de los cuerpos en el espacio y promover el potencial del movimiento como medio para la expansión de la conciencia”.
“En el Amazonas nos dimos cuenta que muchos de los problemas que tenemos como sociedad tiene que ver con la forma en que utilizamos el tiempo”, dice. “En el fondo el Ministerio es una apuesta por valorar áreas de la existencia que en los sistemas en que vivimos hoy día, que están muy centrados en la producción, en el consumo, corren riesgo de desaparecer: compartir, hacer cosas juntos, bailar juntos, no bailar por ocio”, sino en el contexto de “una comunidad”.
Un ejemplo de esto pudo verse el pasado martes en la inauguración de NAVE, donde se convocó a varios artistas y gestores culturales a mostrar al público un baile casi ritual.
“La apuesta del Ministerio es decir: la danza no es sólo para bailarines o especialistas, es un motor de aprendizaje, de conocimiento, una forma de potenciar comunidades, de generar autoestima y visión de futuro en jóvenes, adultos, niños”, reflexiona. “No se trata de ser un especialista, sino de volver un poco a la danza humana como expresión básica de la existencia, de estar celebrando la existencia, el hecho de que estamos vivos”.
El Laboratorio de este mes apunta justamente a eso: “rehacer y repracticar movimientos humanos en peligro de extinción, que forman parte del vocabulario ritual de pueblos no occidentales de todo el mundo, y que al ser colonizados fueron excluidas”.
Se trata de prácticas de danzas que “no han sido historiadas porque no han sido valoradas”, y a través de las cuales “sentimos que tenemos acceso a los background culturales de varias culturas”. Son danzas “que emergen en el contexto ritual, que no fueron hechas por un coreógrafo, sino que nacen en la comunidad por necesidades claras, como el agua, cultivar la tierra”, en un contexto “de la privatización y apropiación de los recursos naturales hoy por grandes empresas transnacionales”.
Al cabo de su experiencia internacional, Piña concluye varias cosas.
“En Chile nos falta valorar el arte por lo que es”, afirma, aunque destaca a NAVE como un aporte en ese sentido. “El arte realmente es mucho más importante de lo que se cree, aunque no lo sea a corto plazo”.
“Muchos de los aportes de los artistas entran al mainstream quince años después, pero se convierten en mainstream y hacen que la gente cambie de perspectiva. Pero se tardan y el artista es quien menos capitaliza eso”.
Piña agrega que el arte es un lujo que debiera ser accesible para todos. “El arte tiene un valor que en Chile creo que no se ha entendido porque somos un país altamente neoliberal. A lo mejor existen modelos que fusionan lo privado y lo público para que esta situación se revierta”.
Piña también tiene claridad sobre el trabajo artístico local. “Es igual de interesante que el que podría hacer yo. A lo mejor tiene otro tipo de perspectiva o tiene la limitante de que es más difícil aquí porque al ser un país insular es más difícil salir, mostrar trabajo. Creo que la gran diferencia (con Europa), y la que hizo quedarme allá, es que allá si yo decía que era bailarina o coreógrafa la gente apreciaba mucho eso, y no me preguntaba si trabajaba en la noche, ¿me explico?”.
Para la artista es clave que los artistas trabajen con el entorno local. “De repente el arte moderno es colonial, no en el sentido de que los europeos vengan y sean coloniales, sino que es colonial interno, dentro de las mentes de los artistas latinoamericanos, del público latinoamericano, donde imperan una serie de valores y normas estéticas que vienen de afuera, porque tienen más valor. Entonces qué interesante es arte con temas de acá, valorar lo que ya existe, presentarlo de otra forma, bajo otra luz. Yo, un poco desde un exilio autoimpuesto porque vivo lejos de mi tierra, hago un arte que tiene mucho que ver con temas latinoamericanos, que integra tanto México como Chile. Mis intereses y preguntas con respecto a qué es el arte, qué tiene valor, qué se valora en el arte y qué no, por qué la diferencia entre arte folclórico y culto, danza contemporánea y popular”.