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Édouard Louis, el escritor revelación francés y su brutal autobiografía colmada de humillación y violencia El autor estará en un conversatorio en el Instituto Francés de Chile

Édouard Louis, el escritor revelación francés y su brutal autobiografía colmada de humillación y violencia

Su primer libro, «Para acabar con Eddy Bellegueule» (2014), donde relata la dura infancia que vivió en la provincia gala, vendió 250.000 ejemplares sólo en Francia y ha sido traducido a 20 idiomas. «No hubo un día de mi infancia en que no pensara en el suicidio», confiesa.


Una de la revelaciones de la literatura francesa, Édouard Louis (Picarde, 1992), llega a Chile. El joven mismo que conmocionó a su país con «Para acabar con Eddy Bellegueule» (Editorial Salamandra), un libro desgarrador que narra su desgraciada infancia en la homófoba provincia gala.

Louis estará este viernes en un conversatorio a las 19:00hrs en el Instituto Francés de Chile (Francisco Noguera 176, Providencia).

Además participará en dos actividades de la Universidad Diego Portales: el lunes 2 de mayo, de 10:00 a 11:20 hrs, en el Auditorio Facultad de Ciencias Sociales e Historia de la Universidad Diego Portales (Av. Ejército 333, Santiago), conversará con los alumnos de sociología en torno a Pierre Bourdieu, mientras el día siguiente, a las 11:30 horas, será parte de la Cátedra abierta en homenaje a Roberto Bolaño, en la Facultad de Comunicación y Letras UDP (Auditorio. Vergara 240). Allí conversará con el escritor Mauricio Electorat.

Fuente de vergüenza

En su primer libro, denuncia la dura realidad de una parte de la sociedad francesa. “Hablar de la violencia es una forma de combatirla”, asegura este autor, que incluso decidió cambiar su nombre (en realidad se llamaba Eddy Bellegueule) para salir adelante.

«Salí corriendo de repente», escribe en su debut literario. «Sólo me dio tiempo a oír a mi madre, que decía, ‘¿pero qué hace ese idiota?’. No quería estar con ellos, me negaba a compartir con ellos ese momento. Yo estaba ya lejos, había dejado de pertenecer a su mundo, la carta lo decía. Salí al campo y estuve andando gran parte de la noche: el ambiente fresco del norte, los caminos de tierra, el olor de la colza, muy intenso en esa época del año. Dediqué toda la noche a elaborar mi nueva vida, lejos de allí».

Hoy explica que «la rebelión contra mis padres, contra la pobreza, contra mi clase social, su racismo, su violencia, sus atavismos, fue algo secundario. Porque, antes de que me alzara contra el mundo de mi infancia, el mundo de mi infancia se había alzado contra mí. Para mi familia y los demás, me había convertido en una fuente de vergüenza, incluso de repulsión. No tuve otra opción que la huida. Este libro es un intento de comprenderla».

Un libro con influencias de Marguerite Duras, Jean-Luc Lagarce, Toni Morrison y William Faulkner, en palabras del autor, para quien estos autores «dieron espacio a los que están condenados al silencio: los homosexuales, las mujeres, los locos o los negros norteamericanos, las clases populares», según comenta a El Mostrador Cultura+Ciudad.

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«No pasó un día de mi infancia sin que pensara en el suicidio»

– ¿Cómo surgió este libro?

– Fue un largo proceso de trabajo. Es siempre así cuando se escribe: la primera versión nunca es la correcta. Se requiere, como decía Beckett fracasar, fracasar de nuevo, fracasar mejor. Como punto de partida de mi escritura, partí con las ganas o la necesidad, seguramente ambas cosas, de escribir sobre mi infancia y más precisamente sobre el mundo de mi infancia — un mundo de pobreza, de exclusión social, el mundo de los que, en el siglo pasado, habrían sido obreros pero que hoy son cesantes, en las zonas relegadas, los espacios invisibles. Pero no basta vivirlo para escribirlo. Tenía que presentar todo lo que había vivido como un conjunto de problemas, de cosas decibles, explicables, cuestionables. Fue escribiendo, y durante el trabajo de escritura cuando descubrí mi infancia. Había vivido y sentido muchas cosas, pero sin darme cuenta de que, estas experiencias eran de cierta manera determinantes y que al mismo tiempo, eran experiencias que decían mucho sobre lo que constituye una vida: la familia, la violencia, el deseo, etc.

– Usted vivió muchos maltratos, de sus compañeros de colegio, de su familia. ¿De dónde sacó fuerzas para sobrevivir a los abusos que narra?

– No lo sé realmente. Como muchos niños y niñas gays y lesbianas, pensaba mucho en el suicidio. No hubo un día de mi infancia en que no pensara en el suicidio. Tal vez resistí porque no entendía completamente la violencia que experimentaba. Escribir «En finir avec Eddy Bellegueule» (el título original) significaba también escribir contra la visión que Eddy Bellegueule tenía de su propia infancia.

– ¿A qué se refiere?

– Existe un conjunto de violencias que viví en mi infancia pero que vi más tarde, en el momento de la escritura, como lo decía antes. Cuando digo en el libro que en mi familia no comíamos todas las noches porque a veces faltaba el dinero para comprar comida, Eddy Bellegueule lo encontraba desagradable, porque tenía hambre, no comer le irritaba, pero no lo encontraba violento. Tuve que abandonar mi infancia, arrancarme de mi infancia y enfrentarme a otros mundos para ver que esta ausencia de comida a veces, era consecuencia de la exclusión social, que un niño de familia burguesa no se enfrentaba nunca a ese tipo de dificultades. Había violencias que se repetían de manera tan sistemática que acabábamos llamándolas “la vida” y ya no “la violencia”, terminaban pareciendo normales, cobrando lo que Bourdieu llamaba “la evidencia del siempre así”.

Pueblo chico, infierno grande

– El hecho de haberse criado en la provincia al parecer empeoró las cosas. ¿Cree que la provincia puede ser un «pequeño infierno» sin importar que sea Primer o Tercer Mundo?

– Sí, es lo que Pierre Bourdieu, otra vez él, llamaba el “principio de conservación de la violencia: cuando se es golpeado por la violencia todo el tiempo, sin tregua, permanentemente como lo son las clases populares rurales que describo en Eddy Bellegueule, existen alta probabilidades de reproducir esa violencia sobre otros individuos, por otros medios y a otras escalas.

– ¿A qué atribuye la homofobia en el ambiente donde se crió?

– Cuando vemos las leyes homofóbicas promulgadas por el régimen de Putin en Rusia, el Estado Islámico que define a los homosexuales como un blanco prioritario para destruir, las discriminaciones que hacen que en la mitad de los países del mundo, las lesbianas y los gays no se puedan casar, exactamente como los negros no podían casarse con los blancos en la América segregacionista, nos damos cuenta de que la homofobia es una de las formas de odio más violentas y de las más violentamente presentes actualmente.

– La discriminación era muy explícita…

– Por supuesto, En el pueblo donde crecí, todas las relaciones entre los individuos están determinadas por la exclusión de la homosexualidad: convertirse en hombre, significa “no ser maricón”. Y las mujeres deben tener hijos muy jóvenes, de lo contrario, son sospechadas de ser lesbianas. Todo ello lo describo en el libro. Incluso las relaciones entre clases sociales son formuladas en términos homofóbicos: cuando mi padre insultaba a los burgueses, criticaba por ejemplo el hecho de que los hombres de la burguesía cruzan las piernas cuando se sientan o que los burgueses hacen caprichos al comer “pequeñas porciones” y no grandes porciones de comida que “duran en el cuerpo”, “comida de hombre”, el tipo de comida valorado en mi familia. Evocar la homosexualidad en literatura, equivale a tratar del mundo social en su conjunto. Por esa razón, no existe tema más general que el de la homosexualidad en la literatura.

Cuestión de identificación

– Si el libro tuviera un mensaje, ¿cuál sería?

El mensaje sería: huir. Porque cuando hablo de la huida de Eddy, no me refiero solo a él ya que la huida, incluso individual, es siempre necesariamente colectiva, no hay realmente frontera entre ambas situaciones. Cuando, en el Siglo XIX, millones y millones de negros huían del sur de Estados Unidos para escapar de la segregación racial, esas partidas eran individuales, salidas de individuos o de familias aisladas, quienes, considerados como un conjunto, produjeron una transformación radical de los Estados Unidos. Se podría decir, de alguna manera, que cada huida individual producía otras huidas individuales, que se proliferaban y se proliferaban otra vez, hasta el infinito, y que hacía que se huyera de los Estados del Sur. No existe acto, incluso el más singular, el más aislado, que no tenga un alcance colectivo.

– Su libro tuvo gran éxito. ¿A qué lo atribuye?

– Al contar la infancia de Eddy Bellegueule, al hacer el retrato de su pueblo, de la gente que lo rodea, ante todo quise mostrar la experiencia de la dominación. La violencia, la humillación, que atraviesan nuestras vidas, que son los fundamentos más o menos visibles de nuestras existencias. ¿Quién no ha vivido algo similar? No me gusta mucho la idea de universalidad, pero si hay algo que se acerque más a ella, sin duda es la dominación. El hecho de ser mujer, homosexual, judío, inmigrante, provenir de clases populares, de llegar a la capital desde la provincia…

– Muchos se habrán sentido identificados…

– Todo el mundo o casi, en un momento de su trayectoria, es marcado por la experiencia del insulto o de la inferiorización. Creo que es eso precisamente que pasó con “Para acabar con Eddy Bellegueule”: la identificación. Ya que la dominación es el tema central del libro y que como lo muestra Didier Eribon, nacimos casi todos bajo la dominación. Para la mayoría de los individuos, el insulto es casi como un acto de nacimiento.

– ¿Qué feedback ha tenido de sus lectores? 

– Un día, una estudiante en Italia me dijo: «antes de leer su libro, era homofóbica, ahora ya no lo soy». Es la frase más hermosa que he oído.

– ¿Cómo reaccionó su familia frente a la publicación?

– No hablaba con mi padre desde hacía cuatro años cuando se publicó “Para acabar con Eddy Bellegueule”. Cuando salió el libro, me llamó por teléfono y me dijo, “Edouard, papá está orgulloso de ti”. Era la primera vez en su vida que me llamaba Edouard, se enojó con el cambio de nombre porque fue él quien eligió “Eddy”. Compró por lo menos veinte ejemplares del libro para regalarlos a todos sus amigos, pegaba los artículos que salían sobre mí en el local de aseo donde trabaja.

– ¿Y su madre?

– Ella reaccionó muy mal, dijo que en el libro todo era falso, pero es parte de los desafíos de la literatura, desplazar la mirada sobre la realidad, presentar el mundo de otra forma, de que no sea un pleonasma del mundo. Lo que hace que necesariamente, los individuos del libro no se reconozcan. Mi padre tuvo una buena reacción pero no por eso se reconoció. Basta con ver todos los juicios por los que atravesó la vida de (el escritor austriaco) Thomas Bernhard para convencerse de ello. Creo que la literatura es un instrumento particularmente potente para decir la verdad, pero bien se sabe que decir la verdad provoca siempre tormentas.

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