
Gonzalo Rojas Sánchez y libro sobre la felicidad de Tironi: «Transita del consejo ridículo a enfoques sensatos»
Si usted lee mis críticas con agrado, comience por el Capítulo 12, donde el autor valora en buena medida lo que a este columnista lo hace feliz y lo que lo preocupa. Así llegará más equipado para soportar el primer tercio. Y si usted abomina de mis enfoques, parta por el comienzo, pero yo se lo advierto: el final le resultará poco grato.
Por allá por la página 123, cuando terminan una serie de consejos ridículos sobre los modos de “comprar felicidad”, el libro me tenía disgustado. Pero por allá por la 237, cuando terminan unos sutiles análisis sobre las razones de la felicidad en Latinoamérica -y su frágil estado actual- el libro me había compensado las molestias iniciales.
Que Montaigne haya estado presente con frecuencia en los primeros capítulos mitigó en parte el desagrado que me producía el cúmulo de referencias a Freud para explicar los procesos de búsqueda de la felicidad. Pensé -mal pensamiento por cierto- que Eugenio Tironi había escrito un refrito de citas de autores consagrados mezcladas con artículos pseudo científicos de psicólogos y sociólogos probablemente poco felices. Todo aliñado, además, con premios Nobel de Economía opinando sobre la nueva “ciencia de la felicidad”.
Me equivocaba. El libro vale mucho la pena y es serio. Aporta información de investigación, especulación ensayística y referencias literarias. No siempre logra Tironi, eso sí, aclarar el diferente valor que esos tres fondos debieran tener para sus tesis.

Por eso, si usted logra superar aquel primer tercio -especialmente el manual de compras aludido- se encontrará más adelante con una obra digna de ser trabajada en grupos y seminarios. Tironi conduce al lector en esos segundos dos tercios hacia tesis con las que hice sintonía fácilmente y que al comienzo parecía que no se iban a hacer presentes: la importancia de Dios, la importancia de la familia, la importancia del trabajo, la importancia de los vínculos voluntarios, la importancia de la escuela. Eché de menos, en un old georgian como yo, una mayor referencia a la naturaleza humana, pura y dura, como soporte de toda la búsqueda y consecución de la felicidad. Está, pero algo oscura. Bueno, es sociólogo el hombre.
Quizás fue una buena estrategia -si así lo pensó el autor- el conducirnos desde una ilustración supuestamente fundamentada de la felicidad terrenal (afirmación que marqué con signos de molestia, porque la felicidad de los cristianos de todos los tiempos aquí, en esta tierra, ha sido comprobada mil veces) hasta un catolicismo que el autor valora en su versátil manera de ofrecer alternativas espirituales (aunque Tironi va un poco lejos al defender el “catolicismo a la manera de cada uno”).
Por eso, si usted lee mis críticas con agrado, comience por el Capítulo 12, donde el autor valora en buena medida lo que a este columnista lo hace feliz y lo que lo preocupa. Así llegará más equipado para soportar el primer tercio.
Y si usted abomina de mis enfoques, parta por el comienzo, pero yo se lo advierto: el final le resultará poco grato.
Gonzalo Rojas Sánchez
Académico
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