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Crítica de cine: “Mariposa”, no digas que fue un sueño Película de apertura y de clausura del primer Festival AMOR LGBT+

Crítica de cine: “Mariposa”, no digas que fue un sueño

El séptimo largometraje del director argentino Marco Berger, y que fue premiado en el último Festival de San Sebastián (como mejor filme latinoamericano en competencia), es un audaz intento por trasponer distintas realidades ficticias, en el desarrollo de un relato audiovisual, mediante el uso argumental de las decisiones autónomas, el azar, y las hipótesis, que transforman las biografías y los derroteros humanos para siempre. A un libreto y a un montaje ambicioso, se le adjuntan una fotografía excepcional, y la admirable actuación estelar de Ailín Salas.


“Déjame dormirme en tus rodillas / y soñarlo sobre tu regazo / en paciente espera de la hora / de precipitarme entre tus brazos”.
Gabriela Mistral, en Almácigo

Mariposa (2015), del realizador bonaerense Marco Berger (1977), se encumbra como un filme de categoría muy por sobre el nivel al que acostumbran a grabar los directores sudamericanos, por lo general, antes de cumplir los cuarenta años de edad: en valentía temática, en originalidad de planos y de meneos de cámara, en fin, en la valiosa autenticidad creativa (necesaria) para hacer dialogar a esa serie de dispositivos que conforman el quehacer intelectual de producir un artefacto cinematográfico. Un hecho artístico que refuerza la indudable supremacía de la industria audiovisual argentina al sur del Río Grande, en estrecha y pareja competencia con el circuito (del rubro), instalado en la Ciudad de México.

Romina (Ailín Salas), es la protagonista de este título galardonado en el Festival de San Sebastián, España, de la temporada recién pasada, reconocimiento obtenido gracias a lo complejo de su propuesta narrativa y filmográfica. Al comienzo de su vida, una decisión de la que ella no es parte (en tomarla), afecta y cambiará el transcurso de la existencia de la niña, y después esta joven mujer, en esa dimensión diegética inventada por Berger. El argumento de Mariposa se hace cargo de aquellas dos posibilidades, y de la bitácora vivencial y sentimental de ese par de “Rominas”, bajo una u otra perspectiva de realización biográfica.

Ailín Salas (una actriz brasileña radicada en Argentina, y nacida en 1993), es tal vez, la mejor intérprete menor de 30 años que trabaja y se presenta en las salas de cine hispanoamericanas. Su papel como esa doble Romina resulta brillante, inolvidable, y expuesto de una forma convincente, y evocativa: uno se queda en cierta medida “prendado” estéticamente de esa joven morena, bella, sensible, esbelta y romántica, dispuesta a envolverse sentimentalmente con el objeto humano (y amoroso) de sus deseos.

Filmada en el Distrito Federal (en las afueras del Gran Buenos Aires), en una zona de pueblos tranquilos y de “countrys”, con estanques naturales y piletas para bañarse, en Mariposa se ejercita una singular estrategia de grabar en primeros planos, y encuadres que destacan la luz natural de las ambientaciones y su puesta en escena, hecha con detalles y elementos compositivos, de intenciones claramente pictóricas. La idea es apelar a las sensaciones lúdicas que cruzan y transitan por cualquier adolescencia y primera juventud humana. Y el amor nace, surge, crece y se evapora, como una nube después de esas espontáneas e impredecibles tormentas porteñas.

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La articulación dramática del montaje y del libreto, demuestran un oficio y una experticia llamativa, por parte de los encargados respectivos. Recordemos que se trata de relatar una historia con conjeturas de nudos sobre caminos de acciones distintas, pero extrañamente unidas por el azar y las circunstancias. Berger cita y apela, sin duda, al polaco Krzysztof Kieślowski y a su teoría de que algunos seres humanos se hayan enlazados, y sus destinos compenetrados, por coincidencias y coyunturas que deben de alguna manera, entrar en contacto, irreversiblemente, con el propósito de resolverse, a modo de karma y de rueda de la fortuna.

Romina, en efecto, y bajo una y otra red de supuestos acontecimientos que la “marcarán”, de acuerdo a la trayectoria de los senderos y derroteros que puede llegar a vivir, termina por relacionarse, y vincularse, paradójicamente, con el mismo grupo de personas, tal y como les sucede a los roles de la obra maestra del estadounidense Michel Gondry, Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004), pese a pagar, y a exigir, para que les borren la memoria y las emociones truncas de ésta. En la expansión de esa noción argumental, aparecen las mejores secuencias y diálogos de Mariposa: declaraciones y promesas de amores imaginarios, una mano que se aproxima inocente a la otra, cuerpos tersos y en plenitud, que se rozan y se acarician sin buscarlo, inconscientemente, de pura e inaudita casualidad.

Marco Berger es un director de propósitos artísticos bastante pensados, meditados, por calificarlo de una forma sencilla. Y sus guiones contienen narraciones con temáticas difíciles de abordar (en un sentido que caracteriza a los mecanismos que utiliza para expresar sus inquietudes intelectuales y creativas); y sin embargo, simple y directo para incrustar esas ideas, en el “alma” de fotogramas bellos e inspiradores. “Te imaginé siendo mi novia”, le dice uno de sus galanes paralelos a Romina, y la luz y el rostro de la actriz, y la música de Pedro Irusta (que hace lo suyo), sintetizan el equivalente a la página de una novela, o al lienzo de un pintor contemporáneo al uso, empeñado en retratar gestos y situaciones, de una manera real y sensible. O bien, una motocicleta avanza, gira por una calle, y esa hermosa mujer que es Ailín Salas, abraza, se afirma y se agarra de ese mismo pretendiente, con la elocuencia de los que afirman querer y desear a otro u otra, en una sintaxis velada de la gramática interna.

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Analizar lo complejo de lo doble (ojo, no de lo torcido), guían la cavilación audiovisual de Berger, y por supuesto, que también su postura vital ante las distintas manifestaciones de la sexualidad humana, sin que esta pieza, sea para nada su producto simbólico más acendrado o dispuesto, a fin de catalogarlo como un autor que persistentemente escudriñara en los conceptos de la teoría de género y de sus implicancias, por más que en sus anteriores filmes, lo hace con frecuencia (en Plan B, Hawaii, y Ausente, así lo realiza, por ejemplo).

La periferia urbana como espacio de lo romántico y como catalizador del anhelo y la presencia del delirio amoroso (fuera de la metrópolis, cualquier cosa puede pasar, en un motivo que es un clásico de la literatura y del cine argentinos); lo variable de nuestros afectos, cuando la formación y la estabilidad emocional son todavía una quimera; el acto y el hecho del enamoramiento, la inocencia y la fabricación de situaciones, a fin de enmascarar la necesidad de una caricia, o de un beso, y la insinceridad que contendría cualquier racionalización alrededor del deseo erótico y de las inclinaciones sentimentales, suponemos, son los puntos cardinales que con maestría, talento y ambición narrativa y cinematográfica, Marco Berger dilata, cuestiona y disecciona, en Mariposa.

Una obligada e imperativa advertencia: sin las señas de Ailín Salas (¡cómo me acuerdo de la Maribel Verdú de los comienzos, al transcribir su nombre y su apellido!), presentes en su elenco, dudo que lo hubiese logrado, o bien haberse acercado, el director, al notable título que produjo y creó, finalmente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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