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“Falsificadores del alma”: La naturaleza difusa de las convenciones teatrales Crítica teatral

“Falsificadores del alma”: La naturaleza difusa de las convenciones teatrales

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El director pone en escena a siete interpretes, quienes personifican a un grupo de actores chilenos que luego de regresar desde el exilio, intentan montar una obra a modo de resumen de su experiencia, y que se inspira especialmente en una obra capital de Grotowski, “Apocalypsis cum figuris”, estrenada en 1969. De acuerdo a su formación, Santana busca en la práctica actoral (en el oficio y el método) un camino de conocimiento del ser humano, y es por ello que las fronteras representacionales se difuminan en un ejercicio que ocurre entre el público (que está instalado en tres de los cuatro muros imaginarios del escenario) y donde los actores son parte de ellos por momentos.


Estamos a ante un ejemplo extremo de libertad formal en el lenguaje escénico. El actor, director y dramaturgo Claudio Santana, con un paso formativo en el Laboratorio Permanente di Ricerca sull’Arte dell’ Attore de Torino, Italia, lleva hasta las últimas consecuencias en “Falsificadores del alma”, su concepción del trabajo teatral en relación al cuerpo del actor como un gran escenario posible.

Inspirado en el método del director polaco Jerzy Grotowski, publicado bajo el título de “Hacia un teatro pobre”, este montaje prescinde de las convenciones más clásicas del lenguaje teatral (escenografía, música, iluminación, texto predeterminado), para intentar una escritura formal que nace desde el origen mismo del trabajo, el método y el proceso creativo. Suerte de “obra gruesa” de un montaje convencional, la pieza se basa en la práctica y la acción como ejes de un concepto que Santana llama “Dramaturgia práctica” y que en la práctica es un ejercicio minimalista que parece ser una larga improvisación que va encontrando su sentido en la permanente combinación de estímulos y recursos expresivos.

En el Teatro del Puente Santana pone en escena a siete actores (entre ellos él mismo), quienes personifican a un grupo de actores chilenos que luego de regresar desde el exilio, intentan montar una obra a modo de resumen de su experiencia, y que se inspira especialmente en una obra capital de Grotowski, “Apocalypsis cum figuris”, estrenada en 1969. De acuerdo a su formación, Santana busca en la práctica actoral (en el oficio y el método) un camino de conocimiento del ser humano, y es por ello que las fronteras representacionales se difuminan en un ejercicio que ocurre entre el público (que está instalado en tres de los cuatro muros imaginarios del escenario) y donde los actores son parte de ellos por momentos.

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Apelando al teatro físico y al absurdo, por momentos se emparenta con el clown y juega a la multirrefencialidad para construir un corpus premeditadamente desordenado, a veces incomprensible y donde el uso de varias lenguas es vital para producir ese efecto de vertiginosidad y extrañamiento en que este grupo de intérpretes busca encontrar un hilo conductor.

Jugando a desacralizar con humor e irreverencia el apropiamiento de una obra extranjera que pueda dar cuenta de las problemáticas del exilio y la naturaleza creadora del arte, uno de los méritos de Santana es combinar los tonos que van desde la abierta parodia hasta el convencimiento serio de la necesidad de convertir algunas reflexiones ajenas en material propio y local. “No son nuestros sonidos, son fonemas robados del aire. ¿Dónde está nuestro silencio?”, dice uno de los personajes para intentar una cierta pertenencia a las interrogantes del grupo de actores.

Pese a lo árido de algunas reflexiones tomadas de Grotowski y los por momentos incomprensibles movimientos coreográficos, el conjunto se deja ver al entrar en el nivel más lúdico de la representación más que del fondo. Sin pausas, Santana apela a múltiples referencias donde, por ejemplo, junto a la presencia de Grotowski aparece Peter Brook, el otro gran creador del teatro de la segunda mitad del siglo XX, junto a referencias de la cultura chilena, la militancia política en forma de himnos, y guiños a la estética de los cineastas Andrei Tarkovski y Glauber Rocha.

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Autor y director también del montaje “Perdiendo la batalla del ebr(i)o”, Santana (con casi el mismo elenco) apela a una estética similar en cuanto a los postulados de su método: la desnudez expresiva casi completa, las diferentes corporalidades que se superponen en tonos, intensidades, ritmos y energía física, y una cierta embriaguez de un relato que se resiste a ser clasificado bajo un concepto aristotélico. Es un teatro pasional antes que intelectual, de notoria audacia en su falta de límites y apasionante en su verborrágica conjunción de lenguajes y referencias.

Quizás el costado menos logrado en el juego meta teatral entre los actores chilenos retornados y su contexto “real”, jugando a ser los actores polacos de Grotowski. Por momentos se pierde ese vínculo justamente por ser el nivel más convencional de una trama que visto desde el papel, podría ser una reflexión cliché sobre las disquisiciones actorales, y se convierte en escena en un ejercicio que desafía nuestra estructura mental como espectadores invitándonos a un juego cuyos límites terminan por escabullirse.

Un proyecto de Performer Persona Project
Dirección: Claudio Santana Bórquez
Producción, gráfica y documentación audiovisual: Francesca Bono
Espacio e iluminación: Matías Ulibarry
Elenco: Juan Pablo Vásquez, Vicente Cabrera, Braulio Verdejo, Freddy Araya, Félix Venegas, Eduardo Silva y Claudio Santana.

“Falsificadores del alma”

En Teatro del Puente

Hasta el 18 de Diciembre. Viernes a Sábado: 21:00 hrs. Domingo: 20:00 hrs.

General $6.000, Estudiantes y Sidarte: $3.000, Tercera edad: $4.000.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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