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Las experiencias como niño institucionalizado del autor del libro «Mi infierno en el Sename» Extractos del crudo testimonio

Las experiencias como niño institucionalizado del autor del libro «Mi infierno en el Sename»

En el marco de la crisis del Servicio Nacional de Menores, se presenta hoy el libro testimonial «Mi infierno en el Sename (Ansias de libertad)» en el que su autor Edison Llanos se define como un “sobreviviente” y narra en su obra de 230 páginas y descarnada factura, su experiencia personal como niño institucionalizado, puesto en manos del Estado y de sus victimarios. «Al cruzar las rejas jamás imaginé que mi primera noche sería la más larga de toda mi vida».


Un libro con la cruda experiencia que le tocó vivir como interno del Servicio Nacional de Menores (SENAME) lanzará este jueves Edison Llanos, en medio de los duros cuestionamientos que sufre actualmente la entidad.

La presentación de «Mi infierno en el Sename (Ansias de libertad)» será a las 19:00 horas en la Sala Master de la Radio Universidad de Chile (Miguel Claro 509, Providencia), y contará con la presencia de la periodista Paula Dragnic, del cirujano James Hamilton y del diputado Ramón Farías, además del autor.

«El libro es vivencial, por lo que cada palabra, cada historia me costó redactarla», comentó recientemente Llanos, estudiante de Derecho, a El Mostrador Cultura+Ciudad. «Es un libro que está hecho con lágrimas y sangre, lo que allí dice es una marca en mí, cada capítulo es importante».

«Yo acuso»

El autor de «Mi infierno en el Sename» se define como un “sobreviviente” y narra en su obra de 230 páginas y descarnada factura, su experiencia personal como niño institucionalizado, puesto en manos del Estado y víctima de los abusos de sus “protectores”.

Interno en hogares de acogida desde los dos años de edad y en centros de reorientación (cárceles de menores) a partir de los siete, por su libro pasan torturadores, violadores y abusadores, ya sean educadores, miembros de la estructura de la Iglesia Católica o funcionarios.

Como testigo y declarante ante las Comisiones Investigadores SENAME I y II, el autor expuso su verdad ante los parlamentarios. Hoy, tras el rechazo a los informes de dichas Comisiones, el libro se transforma en un “Yo Acuso” de proporciones descomunales, con secuelas que quedan hasta hoy.

«Cada vez que algo se cae al piso o se quiebra, intuitivamente mis manos se van a la cabeza como un reflejo que aún no logro desarraigar de mi inconsciente, es como si actuara por inercia, el querer protegerme», escribe Llanos.

A continuación algunos extractos.

La cárcel

«Al cruzar las rejas jamás imaginé que mi primera noche sería la más larga de toda mi vida. Dormíamos casi cincuenta internos en una misma ala, los dormitorios eran cerrados con candados. Agradezco que jamás hubo catástrofe alguna o derechamente habríamos muerto en el lugar. Mi inocencia me hacía creer que estos compañeros eran amigos de juego, como en el internado anterior, pero me equivoqué», escribe Llanos.

«Bastó con acostarme para que empezaran. Nunca olvidaré el nombre de mi primer agresor, Nelson: delgado, alto, piel morena, pero en vez de su nombre lo llamaban Perkin. “¡Ya Perkin, enséñale al nuevo! -refiriéndose a mí- ¡A obedecer!” Y así fue como Nelson se levanta y comienza a golpear fuertemente mis costillas».

«Yo, debilucho, flaco y mucho más bajo, no tenía forma de ganar esa pelea. Me dejé golpear hasta que se cansara. La golpiza duró al menos veinte minutos que, entre puñetazos y patadas, tenía que asumir que por esta puta vez no tenía ni una posibilidad de evitar lo que me estaba pasando».

Castigo por no comer

Otro episodio, ocurrido cuando el autor tenía seis años, dice relación con los maltratos sufridos a manos de una monja. Llanos la recuerda «tomándome fuertemente del cabello, apretándome la nariz con un perro de madera de esos que se usaban para tender ropa, y golpeando fuertemente mi rostro con cachetadas que marcaban mis pómulos, gritando que comiera».

«Yo solo lloraba con ese agrio compuesto en mi boca, tratando de tragarlo. Sentía que no podía existir peor cosa en mi vida. Todos mis compañeros estaban asustados, la orden era que nadie se levantaba de mi mesa si yo no terminaba, ellos me miraban con pena. En su intento por solidarizar, Johnny López, comienza a comer de mi comida, se sumaron Olavia y Bairon, todos se metían una cucharada a la boca. Cuando ya nada quedaba, la monja Soledad nos pilla».

«Era pleno invierno y, a eso de las diez de la noche, nos mete con ropa a la 36 ducha con agua helada, golpeándonos como una enferma. Media hora duró la tortura, esa media hora que fue eterna. Al momento de salir con las ropas mojadas, nos las hizo sacar, puso a los hombres calzones y nos hizo salir al patio dónde estaban todos los demás esperando formados para ir a la cama, las únicas vestidas fueron las niñas, todos nos miraban, y ella gritaba que eso les pasaría a si le desobedecían, que si creían que
ella les iba aguantar mal comportamiento estaban equivocados».

«Me pregunto, ¿con solo seis años y medio, qué mal comportamiento podrías tener? Así, caminamos descalzos y en calzones hasta los dormitorios que estaban en la sección de arriba por lo que debimos cruzar casi quinientos metros a la intemperie con un frío que calaba los huesos. Sin embargo y pese a los golpes y tortura recibidos, Johnny, Bairon, Olavia y yo caminamos de la mano».

Sin identidad

Un lugar donde los niños perdían hasta la identidad.

«La primera pregunta que me hace es por mi nombre. Y le respondo tal cual lo conocía y como había sido llamado desde que tenía uso de razón.

-¡Ángel!

Su reacción fue un golpe que me volteó el rostro, con un rotundo “NO”, golpeado y fuerte.

-De nuevo, ¿Cuál es tu nombre?

-¡Ángel!

Nuevamente me llegaron bofetazos. Así estuvimos entre 30 a 40 minutos, ya no sentía mi rostro pues había recibido tantos cachetazos que olvidé el número. De hecho, para golpearme, este monstruo se mojaba las manos por lo que sentía el golpe mucho más fuerte. Lo peor de todo era que ni siquiera me decía cómo quería escuchar que le dijera, al parecer, y esto consta, disfrutaba dando golpizas. En eso me muestra un papel con un nombre escrito a mano y comienza a decirme:

-¡Así te llamarás desde hoy, Danilo! ¿Entendiste?».

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