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Presupuesto de cultura: Tiempos de recortes precarios CULTURA

Presupuesto de cultura: Tiempos de recortes precarios


“La pobreza no es solo la falta de dinero; es no tener la capacidad de realizar todo el potencial de un ser humano «. – Abhijit V. Banerjee, Poor Economics: Un replanteamiento radical de la manera de combatir la pobreza mundial

En estos días se ha hecho de conocimiento público la disminución del presupuesto para la cultura por parte del gobierno del presidente Piñera por medio de su ministro de hacienda (Felipe Larraín), una instancia que entre recortes, redistribuciones y ajustes presupuestarios significa una merma del 30% del presupuesto del año anterior, presupuesto que ya era insuficiente, que nunca ha sido suficiente, porque solo son presupuestos que buscan la distribución de la precariedad.

En el hacer cultural la lógica del capitalismo no cumple, el chorreo no chorrea y las asistencialidades estatales mediante concursos no alcanzan, pero no es que su corto alcance sea un tema de cantidad de favorecidos, que ya son pocos, sino que no alcanzan ni siquiera para dejar a sus beneficiados por encima de la línea de la precariedad.

El quehacer cultural se realiza a punta de estar siempre en un eterno armado de proyectos, somos entes que están una y otra vez rellenando formularios, asistiendo a reuniones e intentando conseguir los fondos para poder hacer, a costas de nosotros mismos, nuestras obras. Los millones corren por delante nuestro siendo siempre insuficientes, obligándonos a solventar el quehacer con múltiples empleos, con asistencia familiar o simplemente sobrecargándonos de haceres.

Que no se malentienda, esto no pretende ser un gimoteo, habrá lugar para preguntarse por toda la cadena de producción que involucra este entretejido y tratar de vislumbrar posibilidades de solución.

[cita tipo=»destaque»] Ciudades como Buenos Aires, Berlín, París o Londres, son infinitamente más universales por su capacidades de creación cultural que por sus valores de la bolsa. Y a diferencia de otros agentes de la economía, la retribución a largo plazo puede ser infinita, atemporal. El turismo crece ahí donde se reconoce la cultura, nadie va de vacaciones a Washington, probablemente prefiera Nueva York, entre muchas razones porque es “la capital cultural del mundo”. Paris sin su arquitectura y museos probablemente no tendría los millones de visitantes al año, Buenos Aires sin sus teatros, libros y museos tampoco. La Cultura si la queremos entender en términos económicos, no es solo un bien de consumo, sino también un valor agregado que perdura en el tiempo.[/cita]

Hay ciertas preguntas que públicamente no nos hacemos en cultura, porque develan la posibilidad de que se nos vuelquen en contra, éstas son: ¿Por qué?, ¿Para qué?, ¿Desde dónde? y ¿Cómo?

Así cabe preguntarse ¿Por qué este recorte es necesario de hacer? ¿Acaso existen estadísticas que puedan dar cuenta sobre la necesidad de hacerlo? ¿O simplemente se piensa un número al azar desde hacienda y se les dice esto es lo que hay, vean como lo hacen funcionar?

Si ya se había aprobado un presupuesto extra para ir armando el ministerio, ¿Para qué desviar esos dineros a otros fines (desconocidos) y hacer que su implementación pase por precarizar el área?

¿Desde dónde entonces se toman las decisiones que influyen en la orgánica de los ministerios?

¿Por qué crear un ministerio de manera precaria? ¿Acaso no se crea un ministerio con el fin justamente de ser un desarrollador de políticas que permitan apoyar la producción y la de mejorar las condiciones del área que representan? ¿Cómo se puede hacer esto de comenzar algo al debe, en contra de justamente comenzar con los activos que se requieren al tope para así poder desde un inicio activar a su sector?

Claro, cuando durante décadas se ha funcionado de manera de simplemente redistribuir precariedades se hace difícil creer que se cuente con una orgánica robusta capaz de defender lo avanzado, si durante años como consejo se ha simplemente administrado lo que se da y no se ha construido una base sólida de datos, estudios de impacto u otras herramientas que te permitan sostener una postura, defender las necesidades propias con herramientas y lenguajes que el área económica del gobierno pueda comprender.

Así, borrar lo conseguido con cifras aleatorias parece no ser difícil. Lo mucho que ha hecho el ministerio (sus trabajadores) queda entonces desahuciado a la primera que la calculadora de Hacienda señala déficit.

Entonces esta rebaja del 30% nos despierta la necesidad de ir un poco más allá en la mirada. Implica revisar ciertas lógicas que se han naturalizado en nuestro ecosistema del hacer cultura.

Centros culturales

Supuestamente son instituciones privadas, sin embargo son absolutamente dependientes financieramente del Estado. El Estado los construye, los implementa, en algunos casos promueve la creación de fundaciones y sus directivas para luego entregarles un presupuesto anual con el que deben poder funcionar. Como una forma de mantener cierto grado de control el Estado, incluso, posee sillas en sus directorios, designadas a veces de manera pública, otras a dedo. El Estado es juez y parte, pero no responsable ni garante, extraño.

Una muestra de esta paradoja es la construcción del nuevo teatro del centro cultural GAM, una construcción que pasó por diferentes administraciones, ministros y fechas de entrega, la ultima proyectada para el 2020. En este caso el Estado se gastó millones en construir una sala para miles de personas, la empresa que construye quiebra, la plata se acaba y la sala aún esta a medio camino, sin embargo al Estado parece no importarle perder ese dinero, supongamos que es por su interés en invertir en cultura y no en una forma de contratar empresas afines a los colores de turno que administran las diferentes carteras.

Pero aquí aparece la pregunta ¿Para qué (quienes) se construye esa sala? ¿Qué estudio apoyó la idea de que una sala de esas dimensiones era necesaria en Santiago? ¿Cuáles son las proyecciones de la misma?

Llevo el tiempo suficiente en cultura para saber que esa sala está sobre dimensionada para la escena local, su capacidad esta muy por encima del público que suele ir a ver artes escénicas, quizás se pueda usar para conciertos, quizás el público que busca sumar encuentra que el Arena Santiago les queda muy lejos y querían algo más cerca, o simplemente los espacios ya existentes en GAM quedan cortos para eventos y conferencias de grandes empresas. Y a la par se da por parte del MOP como inhabitable el edificio que se encuentra atrás de la nave central, el cual dentro del proyecto original iba a ser usado para la creación como sala de ensayos y práctica. Al parecer el dinero solo alcanza en una dirección no en todas, la segmentación propia de nuestra sociedad se expresa de nuevo en las dinámicas de financiamiento e inversión en cultura.

Mi cuestionamiento no es hacia la administración del centro cultural, sino a la inconsecuencia en cómo se realizan los gastos, en cuántas salas independientes podrían asegurar años de funcionamiento tanto en Santiago como regiones con esos millones bien distribuidos, de nuevo el problema no es redistribuir, sino el cómo se distribuye, el criterio de fondo, capitalista, de distribuir precariedad laboral para concentrar la ganancia, en vez de distribuir oportunidades.

Sin embargo esto no es solo unidireccional, es decir no es solo que el estado invierte mal su dinero, sino que también hay que ver como este se transforma en haceres. Hoy los centros culturales no tienen el 100% de sus gastos cubiertos (cada centro cultural que nace merma los fondos de sus antecesores)  y como se suponen privados no poca parte de su gestión la pasan en conseguir instancias de impacto que atraigan auspicios, para lo cual es necesario buscar la masividad vía eventos o “expo-loquesea” o a grupos de consumo atrayentes para los gerentes de marketing, esto último se logra con obras de “alto impacto” y entradas que tengan un costo superior al promedio, segregar por valores de ticket.

De esta manera los centros culturales poco pueden hacer a nivel de gestión para otros ámbitos, como el ser lugares donde los artistas puedan crear, investigar, ensayar en condiciones de calidad más allá si serán o no parte de su cartelera.

Hay días y horas de salas vacías, hay demanda por ocuparlas pero no hay oferta.

Quizás los centros culturales deban reaccionar y reconvertir sus espacios de muestra a espacios de co-work (término muy en boga en las economías emprendedoras), funcionar como grandes “co-work culturales” donde hayan horas libres, abiertas a la comunidad artística para que se puedan crear obras que en el futuro se puedan sumar a su propia cartelera, una suerte de factorías que además de exhibir productos terminados, se sumen con todas sus capacidades a ser parte del proceso, abrirse a la comunidad local vía talleres, quizás guiados por aquellos mismos que desean usar el espacio para practicar, como una suerte de devolución, etc.

Posibilidades sobran, pero requieren una vuelta, inversión en capital humano y en horas de trabajo, ayudando a que no sea solo la comunidad artística la que se enfade con los recortes, sino la sociedad en su conjunto, por que los sienten como propios. Hoy para una gran mayoría el posible cierre de un centro cultural no importa más allá de una carita triste en las redes sociales.

Las mismas practicas de redistribución de precariedad que vienen desde la centralidad son replicadas muchas veces en los centros culturales, sus trabajadores están precarizados, sus espacios también.

Las salas independientes

Las salas independientes generalmente subsisten con fondos concursables, ya sea porque los solicitan formalmente o porque albergan proyectos que cuentan con un ítem de arriendo para sala. Para todo lo demás buscan en la autogestión (otra forma tramposa del capital de auto precarizarnos) conseguir los medios para concretar sus objetivos.

Sus presupuestos son infinitamente más reducidos que los de un centro cultural pero su impacto es mayor a nivel local, ya que no solo desarrollan espacios para funciones sino que también de talleres artísticos, de creación, de investigación, de sociabilización e incluso de vinculación directa gracias a que muchas de éstas salas son espacios de relación entre los mismos vecinos y sus necesidades, no pocos incluso albergan juntas de vecinos o preuniversitarios barriales, sin embargo no reciben apoyos directos que les permitan afianzarse, y los fondos a los que pueden postular ponen no pocas trabas para ser postulante (ser una fundación, organización cultural, ser dueños del inmueble o contar con un compromiso del dueño de no pedir la casa antes de cierta cantidad de años, etc.) de esta manera siempre están con un pie en la precariedad.

Estas salas muchas veces sacrifican incluso sus “ganancias” para poder ser usadas de manera gratuita por compañías que no alcanzaron a recibir el total de su fondart y ya no pueden pagar por sus espacios de ensayo.

Hay mucho veneno que corroe el hábitat cultural detrás de cada punto porcentual que nos descuenta del presupuesto, Sr. Larraín.

La escena y la creación

Aquí es donde cada peso reajustado retumba dislocándolo todo, porque ya sea una disminución de fondos, los que pueden darse por un reajuste en dinero o por alcanzar metas cuantitativas en sus distribuciones (que este año sean más proyectos seleccionados que el anterior, pero con la misma o menor cantidad de dinero), todo esto hace que el hacer se trastoque y deforme.

Los puntos porcentuales entonces no solo afectan la cantidad de lo que redistribuye, también la calidad de lo que se hace y la calidad de vida de cómo se hace, esa columna no aparece en las planillas de Excel del ministro Larraín.

Así, esa pobreza distributiva no solo no cambia, sino que se acrecienta.

Y ahí es donde aparecen las declamaciones por redes sociales sobre la falta de dinero en cultura, sobre el rol del Estado, sobre las precariedades del sistema capitalista, instancias que alimentan nuestro hacer.

Sin embargo la precariedad no solo viene en el signo peso, también viene relacionado a las condiciones en que uno se desenvuelve. Parte de la problemática es justamente la falta de personal del ministerio de la cultura, falta de fondos para llevar a cabo sus programas de la mejor manera debiendo traspasar esa falta al quehacer,  donde los artistas muchas veces nos convertimos en una extensión del aparato público teniendo que incluso suplir con nuestro esfuerzo y dinero condiciones mínimas de trabajo como transportes o almuerzos. La precariedad debe ser erradicada, debemos ser capaces de posicionarnos en un lugar de garantías mínimas para nuestro trabajo, que la relación con el Estado sea de un respeto mutuo, traducido a condiciones de trabajo dignas, lo mínimo y un poco más y digo Estado porque sabemos que muchas veces los trabajadores de la cultura pasan por precariedades similares al momento de realizar actividades fuera de su región de domicilio, no es justo para ellos, no es justo para nosotros, esto es una relación que se retroalimenta y como tal entonces debe contar con nuestro reconocernos como un sector público/privado que debe ajustar su forma de hacer de manera de alejarse de las formas nefastas de precariedad actual, formas más sociales, más mixtas, con un capitalismo con una mirada un poco más allá de la del mercado, de la de la ganancia, más allá de la oferta y la demanda a raja tabla.

Una mirada más cercana a las políticas de la CORFO y menos a dejarnos a la deriva del mercado sin los recursos mínimos para poder navegarlo.

Somos trabajadores Sr. Ministro, “emprendedores” si prefiere, recortarnos arbitrariamente un 30% del presupuesto sin base en nada es simplemente política de racionamiento, de esas que vienen justo antes que las de exterminio, porque insisto aquí no hay un ahorro sustantivo en relación al todo, su ahorro es subjetivo e ideológico antes que económico.

Porque precarizarnos no nos destruye, pero sí nnos minimiza, sabemos que la cultura es vista como un lugar de disidencia, por eso uno pensaría que el capitalismo seria más inteligente y benévolo con la cultura para así no tener todas las semanas en cartelera criticas estructurales sobre sus formas de dominación, pero no, al capitalismo eso le da lo mismo, porque es un bien de bajo consumo o al menos eso parece, porque lo inmaterial no responde necesariamente a la estructura de oferta y demanda del mercado.

¿El 30% de qué?

Esta es la gran pregunta, según el presupuesto anterior los recortes y redistribuciones del actual presupuesto tienen una disminución del 30%, una cifra alta, pero que en las lógicas de ajustes fiscales podrían sonar “razonables”, drásticas pero razonables, habría que ver si el ministro Larraín tiene la misma desfachatez para disminuirle un 30% a la cartera de minería o de agricultura, me atrevo a ponerlo en duda.

El tema es que a la cartera de Cultura ni con el 100% le alcanza, seré benévolo y asumiré que el 100% del presupuesto logra cubrir un 50% de las necesidades del sector (la verdad dudo que llegue al 30%) si fuese así, en realidad ese 30% menos afecta de manera más profunda. Pensemos en que el presupuesto para cultura no es ni del 1% del total, es decir ahorrarse un 30% del 0,6% aprox., del total es ahorrar pelusas, no afecta en nada al todo del presupuesto global.

Responde más a esa lógica de ahorrar en jabón del baño de los empleados dentro de una fábrica gigante con la excusa de que hay que reducir gastos fijos (los que por supuesto nunca afectan a las comodidades de los CEO), de esta manera la decisión de descontar un 30% del porcentaje menor del total del presupuesto, no es una decisión técnica, sino política. Si fuese técnica quizás descontar un 5% del presupuesto de defensa sea más eficaz en lograr ahorrar, un lugar donde claramente por las noticias que se han conocido públicamente no solo se malgastan sino que lisa y llanamente se malversan millones a borbotones, de nuevo al parecer al Estado ese despilfarro no parece escandalizarlo, ni lo insta a apretarles el cinturón.

Las políticas no son solo discursivas o son manifestadas en la calle, son sobretodo en un modelo capitalista neoliberal, económicas. Ahí en esos números fríos aparecen realmente las políticas, sus directrices, sus intenciones.

Se camuflan de tecnocracia para no cargar con las complejidades de lo discursivo, para nacer ya en un contexto aséptico de sus consecuencias morales.

No es una decisión es una consecuencia.

Aquí al Estado no le quedó otra que apretarse el cinturón ante los vaivenes del mercado y a nosotros eso nos significó un 30% de apretuje, sus consecuencias se nos dicen son “inevitables”, cuando la verdad no solo son evitables, sino que podrían ir en el sentido contrario, tan trivial a nivel técnico es ese “ahorro” como sería sumarle un 30%, claramente esa “trivialidad” podría significar una mejoría no menor de las condiciones del sector.

Pero claro cuando se nos pone en el amplio espectro de la actividad económica se nos suele ver siempre como un gasto, jamás como una inversión, una mirada sobre la cultura y las artes muy propia de los tecnócratas de Harvard y muy difundida en la sociedad de consumo, pero que no es del todo exacta si se la mira desde el dinamismo de la economía del siglo XXI y no del modelo extractivista del siglo XIX.

Un poco de capitalismo cultural, o intentando explicar la cultura en términos de economía

Sin embargo, esta mirada/política económica  es solo real en el impacto directo, no lo es tanto en su impacto indirecto, en palabras del capital, quizás no se estén tomando las mejores decisiones económico culturales a largo plazo.

Pensemos, la cultura es barata de generar, si con menos del 1% se logra un impacto de la escena incluso a niveles internacionales (premios nobel, oscar, festivales de teatro y danza alrededor del mundo, etc.) queda claro que el redito económico del hacer cultural es alto, si dejamos la economía de producto material y hablamos desde la economía de bienes inmateriales la cultura tiene mucho mayor impacto.

Porque Chile podrá producir el cobre que hay en cada cañería del mundo, pero su impacto cultural es del 0% ningún norteamericano compra en Wallmart una cañería y piensa en Chile, así como ninguno de nosotros pensamos en Ecuador o Brasil cuando llenamos el auto de bencina, siendo que de esos dos países proviene el 60% del petróleo que importamos.

No hay mejor “Imagen País” que ser un país que desarrolla su cultura.

Ciudades como Buenos Aires, Berlín, París o Londres, son infinitamente más universales por su capacidades de creación cultural que por sus valores de la bolsa. Y a diferencia de otros agentes de la economía, la retribución a largo plazo puede ser infinita, atemporal. El turismo crece ahí donde se reconoce la cultura, nadie va de vacaciones a Washington, probablemente prefiera Nueva York, entre muchas razones porque es “la capital cultural del mundo”. Paris sin su arquitectura y museos probablemente no tendría los millones de visitantes al año, Buenos Aires sin sus teatros, libros y museos tampoco. La Cultura si la queremos entender en términos económicos, no es solo un bien de consumo, sino también un valor agregado que perdura en el tiempo.

Chile como país podría destacar culturalmente, lo hemos logrado antes con grandes poetas y poetizas, con literatos de diferentes formatos, con artistas del cine y el teatro, de la danza que han sido reconocidos y/o han sido parte de tendencias mundiales y que a diferencia de la fruta o el vino sobreviven a su consumo directo. Cada peso invertido en cultura más que un gasto o un riesgo es un apostar por el futuro, esa es otra columna que no viene en las plantillas de Excel.

Quizás el Sr. Ministro piense que esto es un pensamiento adornativo, romántico sin sentido de realidad, inmedible, de lógica no técnica, de políticas añejas.

Entonces hagamos el ejercicio de buscar lo contrario, veamos si existe la huella cultural negativa, si existe un polo negativo es posible entonces concebir su polo positivo.

Existen huellas culturales negativas y cuesta mucho cambiarlas, sino pregúntenle a ciudades como Medellín, Calí, Sinaloa y muchas otras que hasta el día de hoy deben cargar con la asociación al narcotráfico.

El racismo, la segregación económica, sexual, política son huellas culturales negativas potentes, ¿Cuánto nos ha costado sacarnos la huella internacional negativa de la dictadura de Pinochet, de sus violaciones a los derechos humanos, de sus obscenas cantidades de dinero en cuentas con nombres falsos? Aún nos pena y si seguimos confundiendo la cultura con la decoración, difícilmente lograremos cambiarla, vendamos todo el litio que vendamos, toda la fruta, vino y cobre que vendamos, las economías del futuro serán economías mixtas donde lo inmaterial tendrá cada vez más cabida, no podemos seguir dependiendo de nuestros suelos, en tiempos de recesiones económicas y cambios climáticos seguir dependiendo de la extracciones como imagen país es absurdo, debemos saber que cualquier aumento en el presupuesto de cultura significara, si se hace de buena manera un incremento sustentable para nuestra economía.

Queda hecha entonces la invitación a cambiar las políticas económicas relacionadas a la cultura, ha fortalecer el naciente Ministerio, a revisar las formas y estructuras de gestión de todos quienes participamos del quehacer cultural, para que no sigamos redistribuyendo pobreza, (precariedad) y dejemos de crear tiempos de recortes precarios mientras seguimos pregonando eso de los “tiempos mejores”

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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