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«El sistema del tacto» de Alejandra Costamagna: una novela en que a través de lo raro surge la belleza inesperada CULTURA

«El sistema del tacto» de Alejandra Costamagna: una novela en que a través de lo raro surge la belleza inesperada

Alejandra Costamagna es una escritora entrañable del panorama literario chileno. Tallerista y profesora incansable, periodista y cronista, cuentista y, ante todo, una novelista de industriosa precisión, ahora vuelve a las pistas con su última novela, cuyos múltiples méritos la llevaron a quedar finalista de uno de los premios más importantes en el ámbito de la lengua Española, el Premio Herralde de Novela de la Editorial Anagrama, que ahora ha escogido publicar el libro.


El sistema del tacto entreteje tres historias. Según Alejandra Costamagna, estas parten desde lo biográfico. Se trataba de contar el relato de su familia, que existía a medio camino entre Chile y Argentina y tenía su origen en Italia, en Piamonte, desde donde emigraron sus abuelos. “Al principio tenía la idea de contar la historia tal como había sido. Yo pensaba que la novela estaba extendida en alguna superficie impalpable pero real y que solo faltaba escribirla. Pero cada vez que intentaba hacerlo, descubría algún vacío. Las piezas no cuajaban, las versiones resultaban contradictorias”, explica Costamagna, detallando el proceso de escritura de la novela.

Pero en el camino de la escritura se dio cuenta de que no se le puede dar una voz al pasado sin considerar lo que el presente tenga que decir. “Me di cuenta de que no era posible reconstituir el pasado como si fuera una maqueta, como si el presente no tuviera nada que decir. Y, peor, como si ya hubiera ocurrido y buenas noches los pastores”, reflexiona.

Pasado y presente

Para hacerse cargo de la historia, optó por tomar la voz de varios personajes parcialmente ficcionales al mismo tiempo: Ania, alter ego de la autora pero que cada vez se fue alejando más de ella; su tío Agustín, cuando todavía estaba vivo, que siempre fue un personaje solitario; y su abuela Nélida, que nunca pudo superar la nostalgia de su Piamonte natal. La novela se mueve por estas distintas épocas de manera intercalada.

Las reflexiones sobre el pasado y el presente se muestran a través de estas distintas generaciones que se encuentran y descubren puntos en común. Es lo que ocurre cuando, en la novela, el tío de Ania muere en Argentina y su padre le pide a ella que lo represente en el funeral, lo que supone cruzar Los Andes y compartir con una familia de la que Ania es y no es parte.

En el transcurso de su viaje, descubre que es más parecida a su tío Agustín de lo que antes pensaba: “Ania y Agustín pertenecen a distintas generaciones, es cierto”, reconoce Costamagna. “Pero ambos dan cuenta de conflictos importantes con sus progenitores y con las respectivas herencias que cargan. Lo que pasa es que estos hijos sin hijos no están reclamando un protagonismo que no tuvieron ni pretenden ajustar cuentas con unos padres que les hayan robado la película. En ese sentido no me interesaba quedarme en la autorreferencia ni en el discurso de los niños eternos. Lo de estos personajes va por otro lado y tiene que ver más bien con ser ‘otros’, con no encajar en los moldes de familia tradicionales o de sujetos funcionales a un sistema productivo, con ser unos seres erráticos, raros en su tiempo. Probablemente ese es su gran vínculo”, reflexiona la autora.

La novela combina, entonces, memoria y ficción en un torbellino de discursos, de voces y de recortes que dejan al lector en un estado de ligera confusión que se transforma en entrega, porque la historia íntima que cuenta El sistema del tacto es delicada y la mantiene unida un tono común, un ritmo escritural que la autora trabajó durante años. “Es curioso, porque este libro no fue escrito en un solo aliento sino en muchos, a lo largo de seis o siete años. Para mí escribir es mirar, escarbar, recordar, errar, pulir y varios verbos más, pero sobre todo escuchar. Hay que encontrar el volumen del texto: que se oiga sobre todo el roce de los silencios. Leer en voz alta lo que va siendo escrito es fundamental”, aclara.

Máquina de escribir: la palabra y la escritura

El proceso de recordar y recobrar el pasado se ve retratado en personajes como Agustín, el tío, uno de los personajes centrales de la novela, que es dactilógrafo y en su vida, dedicada a escuchar y transcribir lo que decían otros, está muy presente la máquina de escribir. La novela se detiene en el acto mismo de la escritura (cartas, documentos, confesiones), que estaba ligado a un soporte material y ahora ha sido transformado por lo digital. En un párrafo particularmente evocador, se menciona cómo Agustín “desenfunda” su máquina de escribir; es decir, cómo el aparato de la escritura era un objeto pesado, polvoriento, que era necesario guardar.

Respecto de este elemento simbólico, Costamagna reflexiona: “[El escritor argentino] Rodolfo Walsh decía que la máquina de escribir podía ser una pistola o un abanico, dependiendo de quién la usara. Aunque el contexto era otro, me gusta esa idea de la máquina como un vehículo de resistencia, pero también como un instrumento que eventualmente nos da aire, respiro. Porque, ahora que lo pienso, la máquina tiene ese doble sentido para Nélida, para Agustín y medio por inercia también para Ania”, explica la autora, agregando que sus primeros textos fueron escritos en máquina de escribir y que recuerda que en el trabajo con las erratas imborrables “surgían escrituras paralelas”, es decir, los errores se convertían en opciones, en alternativas que proponían otras hablas y otros lenguajes.

Ese mismo poder expresivo que pueden tener las erratas se expresa cuando Ania, quien hace clases en un colegio, se “enamora” de algunos errores que cometen sus alumnos, como “baldrido” (una mezcla entre un balido y un ladrido) y “murmurllar” (una combinación entre un murmurar y maullar).

Todo lo anterior va construyendo El sistema del tacto, novela que destaca por la forma en que el error, lo raro, lo diferente, se transforman en espacios en los que hay que detenerse y observar, porque desde ahí surge la belleza inesperada. Sobre esa particularidad, Costamagna concluye que “al armar un libro que contemplaba los vacíos y los silencios me fui internando en un universo mucho más inestable, y eso tenía todo el sentido del mundo con lo narrado: tanto los personajes como la historia y los materiales encontrados habitaban un lugar fuera de sí”.

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