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Obra «La secreta obscenidad de cada dia»: de la impudicia ochentera a la pornocultura actual CULTURA|OPINIÓN

Obra «La secreta obscenidad de cada dia»: de la impudicia ochentera a la pornocultura actual

Los intérpretes originales, León Cohen y Marco Antonio, ya no necesitan maquillaje para interpretar a los protagonistas, en ésta, la mejor versión jamás exhibida del clásico. Se visten otra vez de esos mismos exhibicionistas de impermeable, sentados en la banca de la plaza, cuya osadía es buscar placer atentando contra el pudor frente a un colegio de niñas, nuestra sociedad y las instituciones filosóficas-positivistas asentadas en el siglo XX.


Mientras en 1984 se vivía ya en el año de Orwell, EEUU y el Vaticano establecían relaciones diplomáticas para derrotar a la URSS, Michael Jackson cambiaba el pop con el álbum Thriller, se hacía pública la hambruna en Etiopía y acontecía la doble jornada de protestas contra Pinochet con 10 muertos, hacía su aparición en las tablas nacionales La Secreta Obscenidad de cada día, del dramaturgo y actor Marco Antonio de la Parra.

Treinta y cinco años después, los intérpretes originales, León Cohen y Marco Antonio, ya no necesitan maquillaje para interpretar a los protagonistas, en ésta, la mejor versión jamás exhibida del clásico. Se visten otra vez de esos mismos exhibicionistas de impermeable, sentados en la banca de la plaza, cuya osadía es buscar placer atentando contra el pudor frente a un colegio de niñas, nuestra sociedad y las instituciones filosóficas-positivistas asentadas en el siglo XX.

[cita tipo=»destaque»]La Secreta Obscenidad de cada día en este notable re debut, se une a estos legados de la prospectiva, demostrando que era una obra muy adelantada a su tiempo. Es un gran aporte de nuestro teatro a la postmodernidad, un texto de vanguardia nacido en un continente que jamás conocerá la modernidad, territorio regido para siempre por una élite rentista-sotanera, dichosa de habitar aún en el barroco y la colonia.[/cita]

El reestreno en la sala Finis Terrae permite disfrutar la vigencia de la obra, en una era de triunfo del capital por sobre el trabajo, del individualismo sobre lo comunitario y del porno versus el erotismo. Era presente, donde los intelectuales no son valorados, pero sí los gurúes, donde existen movimientos anti vacunas y la sicología está ocupada seleccionando personal, al servicio de empleos cada vez más precarios.

Ahora, los personajes son mucho más esos dos veteranos disputándose la banca de la plaza de 1984. Interpretan con mayor hilaridad los recursos dramáticos del gag de vodevil, la comedia física y la clásica, para dejarnos en claro que todas las ideas revolucionarias duermen una plácida siesta, pues toda vanguardia se torna retaguardia.

Ambos personajes, profesionales de esta deleznable práctica, son a la vez el viaje a los conflictos humanos como la soledad y al ocaso tanto de ideologías, como de paradigmas emocionales. Paradoja, pues la historia de la humanidad ha sido y sigue siendo, la de nuestras represiones en lo social y lo moral.

En la pugna, Freud le reclama a Marx la legitimidad sobre la propiedad de esa gradilla, donde por años ha ejercido el mismo lamentable espectáculo, mientras el padre de la teoría del capital, cuyo impermeable esconde una dotación impresionante, le retruca esos argumentos nimios, propios de un individualista pequeño burgués.

Todo nuestro tiempo de ideales vacíos y vacantes, son también protagonistas de la obra, así el espectador puede hacer la lectura que mejor le acomode. Puede ver en ellos a los Marx y Freud históricos, o a un par de depravados anónimos, en una sociedad ya ajena a toda utopía, donde los últimos reductos para la épica estarían sólo en el amor de pareja o en el fútbol del domingo.

En los ochentas ambos personajes mostraron perfiles tenebrosos, pues para sobrevivir a la tortura se convirtieron en victimarios. Mientras Sigmund “Interpretaba sueños” y así sacaba información, Carlos gestaba autogolpes para justificar más represión en la dictadura. Hoy este Freud perfectamente sería un gurú de la autoayuda en los matinales y para los Head Hunters, mientras este Marx estaría en el mundo de las conspiraciones viralizando noticias falsas por las redes sociales.

La situación propuesta, podría hacernos creer que se trata sólo de un divertimento del teatro del absurdo. Sin embargo, es al revés, Marx y Freud en disputa por el banco de la plaza nos llevan hacia la lucidez y tornan al espectador en voyerista de primera fila, para una preclara reinterpretación y valoración de la historia humana.

En la espera ansiosa por la salida de las niñas, Marx y Freud se ven obligados a realizar una introspección, para admirar y repudiar el legado de cada uno. Recorren sus vidas emocionales, para comprender esas existencias suyas, dedicadas a explicar o cambiar el mundo, pero se cuestionan el por qué sus herencias no se complementaron durante la centuria pasada.

El impacto de su aporte al pensamiento y acción son innegables, basta revisar a Nicanor Parra cuando decía: “El cadáver de Marx aún respira”, o respecto a Freud: “El occidente es una gran pirámide/ que termina y empieza en un siquiatra/ la pirámide está por derrumbarse”.

Orwell, por su parte, advertía sobre los sofisticados autoritarismos futuros. En “Subir a por aire”, propone un hombre de clase media, padre de familia, que reflexiona sobre la sociedad aturdida por la publicidad. Nicanor Parra ya en ese año de Orwell, estreno de la obra, abandonaba el materialismo histórico, para profetizar sobre la catástrofe ambiental y advertía sobre una sociedad que viviría en una especie de “pornocultura” consolidada.

“Después de Pisagua y Auschwitz, se acabó la cultura”, decía Nicanor.

La Secreta Obscenidad de cada día en este notable re debut, se une a estos legados de la prospectiva, demostrando que era una obra muy adelantada a su tiempo. Es un gran aporte de nuestro teatro a la postmodernidad, un texto de vanguardia nacido en un continente que jamás conocerá la modernidad, territorio regido para siempre por una élite rentista-sotanera, dichosa de habitar aún en el barroco y la colonia.

La Secreta Obscenidad de cada día

En Teatro Finis Terrae, Pocuro 1935, Santiago. Metro Inés de Suárez.

Hasta el 31 de marzo. Viernes y sábado 20:30 hrs. Domingo 19 hrs.

Precios: De $2.500 a $7.000

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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