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Luces sobre la muerte. La poética funeral de César Cabello CULTURA|OPINIÓN

Luces sobre la muerte. La poética funeral de César Cabello

Ramiro Villarroel Cifuentes
Por : Ramiro Villarroel Cifuentes Poeta, escritor y productor ejecutivo para cine y TV. Vive y trabaja en Temuco.
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El tono del libro nos acerca a una concepción de la muerte que es camino y es un más allá frente al cual el poeta, en varias voces, nos expresa una angustia existencial que nos muestra como un oráculo varias claves sobre la realización de los seres en la muerte.


Estamos muertos. Lo se

Venir, partir, dos sencillos sucesos

Que se entrelazan

La muerte, esa tremenda incógnita, ese gran misterio es lo que da vida a este libro de César Cabello, poeta nacido en Santiago, que vivió en Araucanía por más de veinte años y que durante ese tiempo se dedicó a buscar su voz poética y su linaje, encontrando ser descendiente de mapuche, champurria como se dice acá en el sur profundo, cuestión que se traduce perfectamente en su poesía, en la que aparece una constelación de sutiles -y no tanto- referencias a la literatura occidental y otras culturas, religiones o filosofías en las figuras de la muerte y el laberinto, el budismo y el cristianismo, con resonancias que nos remiten a Rilke, de quien instala en uno de sus poemas un extracto de “Las elegías del duino”, y a Borges.

Si bien es cierto que la muerte como tema literario se encuentra presente en la literatura y poesía chilena desde sus inicios y especialmente en la literatura moderna y contemporánea, a la cual pertenece por una cuestión temporal la obra de Cabello, debemos decir que al terminar la lectura quedamos con una sensación muy distinta a la que solemos tener al terminar de leer los poemas o libros consagrados al tema pertenecientes a los poetas tutelares de los últimos cien años como Pezoa Véliz,  Neruda, Rosenmann-Taub, Mistral, de Rokha, Huidobro, Díaz Varín, Díaz Casanueva, Han, Zurita o Lihn, por mencionar tan sólo algunas y algunos, que adscriben absolutamente a la traición de la poesía occidental -y quizá por lo mismo es que Cabello se aleja virtuosamente de ellos en este libro. Esa sensación distinta con respecto a los poetas anteriormente citados radica en que este libro es un canto ceremonial, fúnebre de hondas raíces originarias, un rito de acceso a la muerte en que no hay pérdida, sino que una transformación debida a la variación en las dimensiones de nuestra existencia cuando se nos cruza la muerte, ante lo cual el poeta no deja de sentir absoluta desolación: “Estamos solos/ a los pies de la gran montaña./ También frente al mar, que transforma/ nuestros corazones en lechos vacíos”, desolación que se intensifica hasta llegar al desgarro vital y místico cuando expone en el poema “Canto lúgubre” que “Si hay un dios arriba/ ¿Porqué habito entre raíces húmedas/ estatuas de huesos desfigurados,/ esculpidas en el frío?// Soy resto de hombre/ y saco de tierra muerta./ A la carne de todos los entierros/ me parezco, como una armadura vacía”. Palabras en que el hablante, el botero, encargado de llevar las almas hacia el Nometulafken, el wampotufe, exclama “Oh, muerte, secreto capitán,/ ¿Porqué me has abandonado?/ es tiempo que levemos anclas y que tu voz se escuche/ en una sola lengua/ definitiva”, cuya mujer también toma la palabra más adelante diciendo “Cuando la barca te abandone,/ ruego para que la Muerte te encuentre/ y así mi voz descanse en la tuya/ en una sola lengua definitiva”, entregándole a la muerte la posibilidad de hacer del supuesto silencio el elemento de esta lengua definitiva, como en otra variante expuesta en el texto: “No es necesaria la luz sobre la epidermis/ ni el discurso de las bellas artes/ de los campus de Macul/ porque la oscuridad es el lenguaje”.

Difícil salir de este libro sin un desgarro en la conciencia sobre la muerte, potenciada por imágenes alusivas al sueño: “A pesar del olvido, de sus formas breves/ de pájaros o insectos, los pequeños dioses del sur de Chile/ esperan a que alguien los invoque en su oración// (…) Los pequeños dioses están aquí/ para recordarte la fragilidad del sueño/ al que perteneces” o “En el interior, el sueño que pareciera/ engendrar a los hombres./ En su exterior/ la forma del camino/ y de su marcha”; el laberinto: “Habito una región en sombras/ como el toro encarcelado en el laberinto”;  a la negatividad del tiempo: “No existe el tiempo,/ existe sólo el pueblo junto al Río de las Lágrimas./ El mismo río largo y turbulento”, o el tiempo positivo: “Buscabas/ en la infancia del tiempo, la eternidad”, o el misterio de la dimensión del tiempo “¿Hacia dónde va mi padre?/ ¿Es la eternidad este océano/ evaporado por el sol?”.

El tono del libro nos acerca a una concepción de la muerte que es camino y es un más allá frente al cual el poeta, en varias voces, nos expresa una angustia existencial que nos muestra como un oráculo varias claves sobre la realización de los seres en la muerte: “Que la vida no separe/ lo que la Muerte puede unir” en ese poderoso lenguaje definitivo.  

“Nometulafken. Al otro lado del mar”, César Cabello, LOM, Santiago, 2017, 108 págs.

Ramiro Villarroel Cifuentes. Escritor.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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