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Bru y la necesidad del teatro documental CULTURA|OPINIÓN

Bru y la necesidad del teatro documental

Este montaje cumple con la teoría del cretense y también con el buen teatro documental. Desde 1990 el país se dejó llevar por el callejón sin luz de la desmemoria, sacrificando la revisión, el testimonio y la investigación, en pos de una escuálida transición sin alma, sólo al servicio de los privilegiados de siempre. 


En la obra Bru o el exilio de la memoria, su nieta se esfuerza por tener en el ahora a la principal de las suyas, hablamos de nuestra pintora catalana Roser Bru, Premio Nacional de Artes Plásticas 2015. 

Esta obra de teatro documental forjada en Amalá Saint-Pierre es dirigida por Héctor Noguera y narra episodios importantes de la vida de Roser, venida a nuestro país en el Winnipeg hace 80 años, el legendario barco con miles de españoles rescatados del franquismo, por Pablo Neruda en 1939.

El montaje nos ilustra sobre la multifuncional pintora, quién por los avances de la edad, posee ya vagos recuerdos. Su nieta los desea rescatar para reconstruir episodios importantes de su vida personal y artística, pues son invaluables para la historia del arte nacional. 

[cita tipo=»destaque»]Ya sea investigando fuentes periodísticas, gráficas o historiográficas, el teatro documental apuesta además por diferenciarse del documentado clásico. Se les agregan, hitos personales y objetos familiares, sentimentales o anecdóticos. Biografía o biodrama, son formas legítimas de exponer lo sucedido en todos los tiempos. [/cita]

Se suma el actor Francisco Paco López, quien además es co creador de la pieza junto a Amalá. Con ella, forman un equipo de investigadores de historia del arte que van dando cuerpo a un libro apreciable, de fibras íntimas respecto a las vivencias de esta hija de republicanos. 

El tejido de recuerdos pone al exilio como uno de los motores de la identidad de la catalana, pues ella en su infancia debió huir a Francia ante la arremetida franquista. Décadas más tarde, sería la dictadura de Pinochet, en Chile, la que la enviaría otra vez al país galo, tierra donde su nieta Amalá inició su existencia. 

La obra, es también un grito de denuncia para rescatar de la usurpación a un segmento de la importante obra que la virtuosa legó a la legendaria UNCTAD III, hito fundacional del edificio hoy conocido como Centro Cultural Gabriela Mistral. 

Existe esta pieza faltante en el enorme patchwork donado en esos años por ella, el cual sólo se ha recuperado en parte. Existe una imputación, pues es incógnita quién lo robó y aún no devuelve. 

Resulta muy valioso para el espectador la clase de arte inmersa en la obra. En la donación perdida luego del golpe del 73, se aprecian elementos definitorios de la vida personal y profesional de Roser, escenas logradas gracias a una eficiente propuesta visual.  

El Jardín de las Rocas de Nikos Kazantzakis, es una novela donde se expone la idea de que somos esclavos y libres, a la vez, respecto a nuestros antepasados. Ellos desde el más allá desean vivir en nosotros este presente, nuestra misión sería cumplir ese anhelo, pero con la sana condición de traer en libertad a estos días a los valiosos. Si su antepasado es Charles Manson, buscar otro por favor.

Este montaje cumple con la teoría del cretense y también con el buen teatro documental. Desde 1990 el país se dejó llevar por el callejón sin luz de la desmemoria, sacrificando la revisión, el testimonio y la investigación, en pos de una escuálida transición sin alma, sólo al servicio de los privilegiados de siempre. 

La sociedad obtuvo dinero plástico, deudas y malls a cambio, mientras los matinales y estelares, sellaron todo ánimo e intento de revisar la historia reciente. Sin contar con los episodios explícitos de censura a la prensa, gracias al co gobierno de la Concertación y la derecha chilena.

En suma, unos 15 años de adormecimiento, mientras lo ocurrido debió vivir sólo en la tradición oral de testigos o víctimas. Éstos, por suerte, alimentaron en esos años a los autores nacionales, los únicos que no renunciaron a pensar, en medio de tantos hombres buenos, mesas de diálogos falsas, informes laxos, comisiones sin dientes, buenos puestos para los cómplices o cárceles de lujo para los asesinos.

Tras el cobarde rescate a Pinochet en Londres, resurgió en los artistas, la necesidad imperiosa de afirmar, entre otras labores, un teatro documental. Las fuentes aún deambulaban por las calles y sobrevivían a una sociedad administrada desde el sector oriente, por avaros de izquierda neoliberal y derecha cavernaria. 

“Bru o el exilio de la memoria”, “Cuerpo Pretérito” dirigida por Samantha Manzur o “Tragicomedia del Ande” de La compañía Tryo Teatro Banda, son muestras recientes del trabajo a este respecto. El arte desea abordar un rol político no partidista del teatro, con la misión de enriquecer la versión oficial de la historia.

Ya sea investigando fuentes periodísticas, gráficas o historiográficas, el teatro documental apuesta además por diferenciarse del documentado clásico. Se les agregan, hitos personales y objetos familiares, sentimentales o anecdóticos. Biografía o biodrama, son formas legítimas de exponer lo sucedido en todos los tiempos. 

No se buscan evidencias para defender una tesis, se procura exponer un entredicho con la noción de historia escrita con H mayúscula.   

Es importante desarrollar esta tarea desde el arte con la impronta de la educación, para evitar el adoctrinamiento de las nuevas generaciones. Resulta imperioso evolucionar desde el arte, por si un día otra vez hay que proponer un país más justo. 

Reconfortan esfuerzos como “Bru o el exilio de la memoria”, pues son educación y “paideia” urgente en estos días de negacionismos, indispensable para revisar las lecciones dejadas por el bestial siglo XX. En suma, necesitamos más educación y menos adoctrinamiento, suplicamos, por ende, un buen teatro documental.  

BRU o el exilio de la memoria

Centro GAM hasta el 29 Sep. Ju a Do – 21 h. Sala N1.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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