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Cacerolazos, arte y cultura en el Chile que despierta CULTURA|OPINIÓN Crédito: Agencia Uno

Cacerolazos, arte y cultura en el Chile que despierta

El arte es parte articuladora de la cultura. No solo el arte académico o de tradiciones específicas, sino que la expresión artística en sus maneras más primitivas es parte de todos nosotros. Estoy de acuerdo con John Blacking, cuando dice que todos los humanos somos musicales. Los bebés por instinto hacen sonar juguetes o son atraídos por objetos sonoros. Aprendemos con canciones. Pero también lo hacemos pintando, dibujando, y hasta en el juego de roles. Todos los humanos estamos vinculados al arte.


Además de ser parte de todos nosotros como individuos, el arte une y crea comunidades. La música históricamente ha sido una herramienta que sirve en función de la creación de comunidades. Incluso las naciones, cuentan con un himno que las representa de manera oficial.  También existen músicas que se constituyen como himno, y lo hacen como espejo de la construcción cultural de las sociedades. En Chile hay casos emblemáticos que encontramos desde hace décadas: por ejemplo a principio del siglo XX, con la creación de óperas nacionalistas de tradición italiana, que cumplían la función de afirmar lo nacional a través de figuras indígenas como héroes operísticos. O en los últimos años, casos más fáciles de recordar son los asociados al deporte: “El mundial del 62”, “chileno de corazón”. También a generaciones activas socialmente: “la voz de los 80”, “Pateando piedras”,  etc. La lista es grande y siempre estará abierta. Sin dudas, la música aporta en la definición de una sociedad.

[cita tipo=»destaque»]En los 90 vimos por televisión La Negra Ester, también programas como el Show de los Libros o ya en la primera década del siglo XXI, fuimos testigos de los estrenos de las series La Recta Provincia y Litoral, de Raúl Ruiz, un lujo de nivel internacional a alcance de cualquiera que cuente con una televisión.  Pareciera que estamos lejos de eso: últimamente, un ámbito de la cultura que ha ganado un gran espacio en la televisión abierta es el que refiere a la gastronomía y al turismo. En televisión tenemos jornadas de fin de semana, que están dedicadas como línea editorial a la cultura, casi en su totalidad a programas de este tipo.[/cita]

El vínculo con el caso de las protestas de los últimos días es bastante evidente. “El derecho de vivir en paz” y “El baile de los que sobran” se transformaron en himnos como lo fueron  -y siguen siendo- canciones como “El pueblo unido” o “Gracias a la vida”. También los músicos doctos han interpretado obras que universal e históricamente han tenido mensajes poderosos, como el Requiem de Mozart, y la 9na sinfonía de Beethoven, la que incluso ya ha institucionalizado su mensaje de crear comunidad convirtiéndose en el himno de la unión europea, entre otras cosas más.

Pero más allá de eso volvemos al principio, en que todo humano es musical. La expresión comunicacional y artística que simboliza a la comunidad en protesta de estos días, ha sido de manera destacada el cacerolazo. Ya no es solo repetir en grupo el himno que simboliza el movimiento. Tampoco, el cacerolazo, significa solo hacer ruido y molestar a una autoridad que seguramente no está escuchando. El cacerolazo es sincronizarse, miles de personas que no se conocen pero saben que son comunidad, hacen música, construyen ritmos, en un solo momento y con una sola intención. Todos somos uno, un solo Chile, interpretando la misma música durante estos días.

Esta gran introducción es útil para entender a la música y el arte como parte importante de la sociedad -en todos sus níveles, es decir como expresión casi primitiva de organizar sonidos con algún sentido intuitivo, o en el oficio u profesión de hacer artesanía, música, pintura, etc. – Pero ¿qué importancia real tiene el arte en la sociedad chilena?, ¿dónde queda la cultura en este momento de cambios y de despertar de un nuevo Chile?

El arte y la cultura deben ser de fácil acceso a toda la ciudadanía. Con esto nos referimos a tener acceso, por lo menos, a través de internet, televisión y radio, a expresiones artísticas más allá de las canciones de moda o la música consagrada en la industria -la que muchas veces es de gran calidad pero significa un cierre a lo que es entregado por la misma industria comercial musical.- Si existen los medios tecnológicos y financieros ¿por qué no existen políticas que ayuden a que los fondos invertidos en arte y cultura -sobre todo los de asignación directa- tengan que llegar a la ciudadanía por vías multimediales abiertas? Algunos teatros e instituciones han hecho de manera esporádica transmisión vía streaming de sus funciones, lo que ha sido siempre positivo en cuanto al alcance de las obras.  Se deben eliminar las grietas que bosquejan clases en el mundo del arte, y este tipo de propuestas, parecen ser un buen primer paso.

A pesar de que el canal cultural de televisión del estado parece ser un sueño perdido en un vórtice de gestiones sin sentido, existen espacios en la televisión abierta y en radios.

En televisión abierta, un par de décadas atrás había material a disposición del ciudadano curioso por el arte. En los 90 vimos por televisión La Negra Ester, también programas como el Show de los Libros o ya en la primera década del siglo XXI, fuimos testigos de los estrenos de las series La Recta Provincia y Litoral, de Raúl Ruiz, un lujo de nivel internacional a alcance de cualquiera que cuente con una televisión.  Pareciera que estamos lejos de eso: últimamente, un ámbito de la cultura que ha ganado un gran espacio en la televisión abierta es el que refiere a la gastronomía y al turismo. En televisión tenemos jornadas de fin de semana, que están dedicadas como línea editorial a la cultura, casi en su totalidad a programas de este tipo. Nos hemos centrado en mostrar la experiencia de viajar, y por sobre todo, distintas maneras de comer.  Experiencia que a ratos resulta más cercana al consumo material de la comida que a la experiencia cultural.

La televisión ya no es el medio más efectivo para corregir esto, está claro. Por lo mismo, los teatros e instituciones culturales debieran tener un sistema de streaming que abra a una buena parte de la comunidad sus contenidos. Entendemos que hay instituciones y organizaciones para los que es imposible por el presupuesto que disponen, pero la inclusión progresiva de este tipo de propuestas por parte de las que sí pueden realizarlo, terminaría por hacerlas un standard mínimo. 

En la misma línea, ¿por qué no se transmiten las galas presidenciales de septiembre por la misma televisión u otros medios abiertos de buena calidad? Es otra manera de menospreciar al auditor, al ciudadano, negándole acceso a formas de arte y cultura que quizás se transformarán en pasiones personales. Tendríamos la oportunidad de ver óperas y ballets con elencos nacionales,  orquestas profesionales interpretando música nacional y del repertorio universal, pero no. Se cuestiona el posible interés del televidente por el arte, pero no se pone en juicio la transmisión de la parada militar.

Esto es solo el inicio de una reflexión que ejemplifica lo sesgado que está el acceso a la cultura. También lo menospreciado que está el ciudadano como receptor de arte y cultura. Un renacer adecuado al Chile que está despertando, sería justamente no mirar hacía abajo al ciudadano y entregarle todo tipo de cultura, y no solo los sándwich, la comida y los paisajes. A nivel institucional, es necesario un nuevo Chile que despierte la curiosidad artística de los ciudadanos. Que les confirme que hay otra forma de vivir la cultura que invita al placer más allá del comer y pasear. Chile despertó. Lo hizo con música y con arte que circula de manera efervescente en las marchas y protestas de los últimos días. Un Chile en que las ollas hacen más música y menos comida. El nuevo Chile exige sus derechos, y desea una vida digna, no solo en lo económico. 

Todos los humanos somos músicos, todos somos artistas, y es muy probable que compartir la experiencia del arte nos haga bien como individuos y como comunidad. Es muy probable que la dignidad venga acompañada de ser y sentirse parte de la cultura y el arte de nuestro país, y es seguro que esto último debemos construirlo entre todos.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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