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Astrónoma María Teresa Ruiz, su último libro y las eyecciones del sol: “El 2023 o 2024 vamos a estar cerca del máximo de actividad solar” CULTURA|CIENCIA Crédito: Lorena Palavecino

Astrónoma María Teresa Ruiz, su último libro y las eyecciones del sol: “El 2023 o 2024 vamos a estar cerca del máximo de actividad solar”

«Aunque fuera por un solo minuto, qué singular experiencia sería estar dentro de la cabeza de esta mujer, cerebro profundo y brillante, prosa concisa y transparente, una mente capaz de abarcar el cosmos», escribió Javier Sampedro, del diario español El País, sobre «El Sol. Conviviendo con una estrella», la última publicación de la Premio Nacional de Ciencias Exactas. El punto de partida de este libro fue el eclipse del 2 de julio de 2019. A Ruiz le llamó la atención el fervor que concitó el evento, que ella misma siguió desde el aire, a bordo de un avión de National Geographic. “Las estrellas, los agujeros negros son interesantes de estudiar y yo lo hago, pero no nos van a afectar directamente nuestra vida. Conocer lo que hace el sol es muy importante, porque si hay un objeto en el universo que se pega un pestañeo y nos afecta, es el sol», asegura.


La vulnerabilidad de la Tierra frente al sol, cuyos «exabruptos» pueden causar desde accidentes de trenes, peligro de guerra nuclear, hasta congelar lagos en pleno verano, son algunos temas que se desprenden de El Sol. Conviviendo con una estrella (Editorial Debate), el libro que acaba de publicar la astrónoma María Teresa Ruiz (Santiago, 1946).

«Aunque fuera por un solo minuto, qué singular experiencia sería estar dentro de la cabeza de esta mujer, cerebro profundo y brillante, prosa concisa y transparente, una mente capaz de abarcar el cosmos», escribió sobre este libro Javier Sampedro, del diario español El País.

Para la Premio Nacional de Ciencias Exactas, la necesidad de comprender al sol no tiene solo relevancia para la comunidad científica: su naturaleza afecta la cultura y la supervivencia de la Tierra. Esta estrella tiene 4.600 millones de años y es de mediana edad (en comparación, nuestro planeta tiene cien millones de años menos), pero recién en el último siglo se ha podido explicar de dónde sale su energía o que «respira» cada cinco minutos.

La humanidad, cada día más dependiente de aparatos y objetos electrónicos, debe ser consciente de que las actividades solares (como son, por ejemplo, sus temidas tormentas) pueden afectar radicalmente el quehacer cotidiano.

 

El eclipse de 2019

Ruiz tiene una larga trayectoria. Obtuvo su doctorado en Astrofísica en la Universidad de Princeton, Estados Unidos. Desde su regreso a Chile en 1980, es profesora titular del Departamento de Astronomía de la FCFM de la Universidad de Chile. En la actualidad es directora del Centro de Excelencia de Astrofísica y Tecnologías Asociadas (CATA). Entre 2015 y 2018 presidió la Academia Chilena de Ciencias, y en 1997 fue galardonada con el Premio Nacional de Ciencias Exactas.

El punto de partida de este libro fue el eclipse del 2 de julio de 2019. A Ruiz le llamó la atención el fervor que concitó el evento, que ella misma siguió desde el aire, a bordo de un avión de National Geographic.

«Salimos de Pudahuel y fuimos a interceptar la umbra en el norte», recuerda, con una presencia mayoritaria de la prensa.

Poco estudiado

El libro empezó a escribirlo en una residencia en el litoral central, el mismo 2019, «en una reflexión sobre cómo la gente se emocionó tanto con el eclipse» y su significado antes de la modernidad, cuando no había una explicación racional para el mismo «o unos pocos sí sabían y esos sí que tenían poder».

Ella misma recuerda haber vivido su primer eclipse en los años 50, en Santiago, cuando era una niña, donde en su entorno no se le dio mayor importancia. El 12 de octubre de 1958, la zona central vivió un eclipse total.

«A los astrónomos no nos enseñan mucho del sol, excepto que estudies como astrónomo solar, que es distinto. Muchas veces son físicos que la tesis la hacen en física del sol o astronomía solar. Pero son pocos. Son pocos los lugares donde desarrollan esto. Para estudiar el sol hay que saber cosas distintas que para estudiar las estrellas lejanas. Obviamente el sol es una estrella y básicamente funciona igual», relata.

Observatorios solares

A esto se suma que hay pocos observatorios solares, muchos de ellos construidos de forma privada. «No es como la astronomía normal, que hay muchos».

Uno de ellos es el Telescopio Solar Daniel K. Inouye de la Fundación Nacional de la Ciencia (NSF, por sus siglas en inglés), inaugurado en 2020. Está situado a unos 3 mil metros sobre el nivel del mar, cerca de la cumbre del volcán Haleakala en Maui, Hawái.

Otros son el Telescopio Solar McMath-Pierce de Kitt Peak, Tucson, Arizona, construido en el año 1962, y el Observatorio Solar Nacional en Sacramento Peak, Sunspot, Nuevo México.

«Ojalá haya más astrónomos solares. Si hay un objeto en el universo que se pega un pestañeo y nos afecta, es el sol. Las estrellas, los agujeros negros son interesantes de estudiar y yo lo hago, pero no nos van a afectar directamente nuestra vida. Conocer lo que hace el sol es muy importante», remata.

Eyecciones solares

Ruiz recuerda que la primera vez que le llamó la atención el sol fue en un video de la nave SOHO (Solar and Heliospheric Observatory), una sonda espacial lanzada en 1995 por parte de ESA y la NASA.​

Ese video mostraba las eyecciones que ocasionalmente lanza el sol al espacio, algunas de las cuales llegan a la Tierra.

Años más tarde, en 2012, astrónomos solares advirtieron sobre una eyección de «plasma solar». Fue una nube de plasma que salió disparada a 3.000 kilómetros por hora, más de cuatro veces más rápido que una erupción típica, aunque afortunadamente no llegó a la Tierra.

«Si hubiera llegado a la Tierra, hubiera sido dramático para la tecnología. Las centrales eléctricas destruidas, el Internet para qué decir, porque los cables eléctricos se derriten. Se producen corrientes eléctricas a nivel de superficie de la Tierra muy fuertes, llegan a los cables submarinos. Realmente destruye la infraestructura. Pero nos pasó raspando, solo hubo un poco de interferencia en las telecomunicaciones», explica.

Hacia un máximo de actividad solar

Lo clave es que «me quedó claro que estamos mucho más expuestos a la actividad solar de lo que nadie sabe», remata. Por eso, mientras escribía este libro durante la pandemia, Ruiz tuvo dudas sobre si era bueno publicarlo. De hecho paró varias semanas.

«Pero después, reflexionando, pensé que lo peor es no saber, porque el sol no va a dejar de hacer lo que tiene que hacer. Ahora (a nivel de actividad solar) vamos hacia un máximo, es probable que tengamos más embates, y estamos cada vez más dependientes de la tecnología».

Ruiz explica que hay periodos de once años, aunque pueden variar, en que la actividad solar oscila entre mínimos y máximos. Actualmente van en ascenso, «porque yo lo reviso todos los días, cada día está un poco más activo (…). Creo que el 2023 o 2024, vamos a estar cerca del máximo, aunque las mayores eyecciones son cuando va de bajada, pero hay que estar atento, porque puede ocurrir en cualquier momento».

Artillería variada

«Sabemos cuáles son las eyecciones más intensas, pero además el sol tiene una artillería bien variada. Nos puede tirar chorros de partículas, que no sabemos cómo se aceleran, y que llegan a la Tierra y destruyen los microchips, desgastan los paneles solares, afectan la ionósfera de la Tierra, hay un montón de cosas de tecnología que quedan inservibles. Estos grandes computadores que guardan nuestra información en la nube podrían quedar totalmente inservibles».

Por otro lado, también hay chorros de luz de alta energía de rayos X, que causan otro tipo de daño, y una tercera variante es el plasma solar de carga eléctrica y campos magnéticos que se desplazan a la Tierra y afectan su campo magnético, con corrientes a nivel de suelo.

En su libro, Ruiz cuenta estos fenómenos como vinculados a hechos como una interferencia en las comunicaciones que casi causa un incidente nuclear en mayo de 1967 entre Estados Unidos y la Unión Soviética, o un accidente de tren ocurrido en Rusia el 4 de junio de 1989, que causó centenares de muertos.

Anticipación

Aunque actualmente los científicos pueden evaluar estos fenómenos, el objetivo a futuro es tener un grado de anticipación.

«Hasta ahora, es imposible predecir. Ahora, si tenemos el sol lleno de ráfagas, es posible que haya una eyección de materia y nos llegue a la Tierra, según la trayectoria», indica.

En ese sentido, Ruiz hace una analogía con los terremotos: no es posible anticiparlos, pero sí es necesaria una vigilancia de la superficie terrestre, que en este caso corresponde al sol.

«Uno puede tomar ciertas medidas, por ejemplo, construir mejor, tratar de evitar algunos lugares que son muy peligrosos. Es un riesgo que hemos asumido, con el que tenemos que vivir si estamos en este maravilloso planeta. El sol puede afectarnos en muchas otras formas que no hemos sido capaces de evaluar», agrega.

La situación chilena

En Chile mismo hay pocos astrónomos solares y, de hecho, hay pocas condiciones para tener observatorios «con una atmósfera quieta, limpia, con cielo despejado».

«Para observar el sol necesitas lugares sin viento durante el día, y que no tengan polvo en la atmósfera, para que el disco solar quede lo más limpio posible. Y los lugares buenos para la astronomía nocturna no son necesariamente buenos para» la observación solar.

En el observatorio Paranal, de Antofagasta, por ejemplo, «hay un polvillo del suelo, que es muy finito, como polvo de talco», a lo que se suma el viento, «entonces, no es un buen lugar».

Ruiz explica que muchos observatorios solares se ubican cerca de lagos o al borde de volcanes extintos, como el de Maui, en Hawái.

Saber más de estrellas lejanas que del propio sol, a la astrónoma María Teresa Ruiz le parece una «falta inexcusable».

Afortunadamente, concluye, en la actualidad hay varios satélites que vigilan el sol constantemente y permiten vigilarlo mejor, pero falta interpretar mejor los datos.

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