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José Ángel Cuevas o la épica del detalle CULTURA|OPINIÓN

José Ángel Cuevas o la épica del detalle

A simple vista, la poesía de Cuevas puede parecer sencilla porque, por lo general, está dicha en un lenguaje llano: coloquial, incluso, tanto como muchas de las situaciones que son presentadas, con frecuencia, en modo narrativo. A veces, entonces, hasta podemos pensar que él no hace más que escribir la cotidianeidad, sin variarla demasiado. No obstante, si nos detenemos en esa sencillez, siempre queda en evidencia esa pequeña fisura, un torcimiento, una suerte de “falla geológica” buscada o fantaseada por el poeta y cuyo efecto, en el texto y su lectura, puede producir un temblorcito o llegar hasta un sismo mayor por un cambio –inhabitual, sorprendente- de sentimientos, de léxico, de conductas, de tono, de perspectiva, de ideas.


Por años y años, José Ángel Cuevas ha llenado centenas de cuadernos, y los conserva y utiliza. Imagino, no lo sé, que en esas hojas manuscritas no sólo hay esbozos de sus composiciones sino que él debe haber ido registrando hechos, apelativos de personas, de calles, de locales, de bailes, de vestimentas, de instrumentos y ritmos musicales; marcas, recuerdos, noticias, modismos, títulos y letras de canciones, ideas, estrofas, fragmentos, dichos, publicidades, imágenes, palabras sueltas, enunciados, diálogos, versos, visiones, sueños, y posiblemente: alertas, avisos y advertencias a sí mismo. A mí se me figuran como su refugio y su fortuna: el venero donde encuentra y se encuentran buena parte de los materiales de su quehacer poético.

Pepe Cuevas escribe y borronea esas libretas. Ocasiones hay en que le debe costar entender lo que escribió cuando iba caminando o la micro se movía y algo le llamó la atención o cuando se sugestionó estando casi dormido o cuando quiso corregir y rayó y rayó. Por lo general, cuando decide hacer un volumen nuevo acude a cuadernos y libretas y “dentra a picar”: revisa, lee y re-lee, selecciona y saca frases y arma textos o copia exactamente lo que allí tenía: algo entero y completito, sin nada a añadir ni quitar, que todavía le continúa hablando, a pesar del mucho o… poco tiempo pasado, a pesar de las muchas o pocas tachaduras que pueda tener.

Y Cuevas construye sus trabajos literarios trasladándose, avanzando y retrocediendo por las páginas, párrafos, líneas, espacios, palabras, de sus cuadernos. Mientras que, para nosotros, lectores, conocer su poesía es acompañar al autor -y a los hablantes- a sus viajes, paseos, caminatas, por ciudades, calles, parques, mercados, fondas, micros, montes, plazas, bares, restoranes (Restaurant Chile: es el nombre de una de sus antologías), fiestas, cines, viviendas (Lírica del Edificio 201, es otra de sus publicaciones), hoteles, contexto, escenas, “a pie recorro mataderos, hospicios, hospitales, casas de puta” (“Carta a mí mismo (Rockero Manuel Martínez)”: Maxim), y hasta escenarios: entonces, a la travesía de la lectura se añaden las sendas y trayectos que aparecen en los poemas.

Quizá, por habituales, esta trama y estas referencias podrían considerarse un lugar-común. Por lo demás, en la etiqueta “literatura de viajes”, entre tantos, se encasilla: En el camino, de Jack Kerouac, más que admirado por Cuevas: “… . En la Biblioteca del Pedagógico [lo] encontré… y yo ya había hecho como seis viajes a dedo por Chile. Entonces, empecé a leerlo y me sentí, ¡puchas!, como si lo hubiera escrito yo, realmente”: declaró cuando lo entrevisté para el libro La memoria: modelo para armar. Grupos literarios de la década del 60 en Chile. Entrevistas (1995).

A pesar de las menciones reconocibles en su poesía, su quehacer no es un sencillo trayecto por lugares que existen pues este escritor siempre tiene una carta bajo la manga: “Del poeta se espera otra cosa que la banalidad/ del lenguaje ordinario” (“Mensaje”: Maxim), dice, porque no se conforma con un respeto estricto al realismo y, muy luego, después de incorporar algo visto o posible de verificar, con pocos componentes e imprevistas imágenes logra expandir y ampliar el espacio poético (elementos, sitios, sujetos) y marcarlo con signos tenues y, simultáneamente, punzantes (“La casa se volvió tren”: “Ciudades interiores”: Efectos).

Y no se crea que habrá una identificación exacta con el referente si un nombre –en el poema- coincide con el de una calle o persona o situación, actual o del pasado, debido a que, al mismo tiempo, son y no son: son exactos y diversos (“Sentado en la escalinata los conventillos pasan/la punta de la Iglesia Santa Ana/como una nube bajo la luna llena.”: Introducción); verdaderos e inventados, pero siempre: verosímiles: “Yo bailaba rocanrol en una nube levantada con /el zapateo de punta y taco, punta y taco”: “Ruedas”: Efectos), constata el hablante al que visualizamos en pleno movimiento (acción muy importante en toda la obra de Cuevas) en una figura que, a causa del silenciamiento de un término concreto por poco se vuelve onírica (¿o fantástica?), además de fusionar rock y cueca. Frecuentes son las amalgamas en estos textos donde, en innumerables ocasiones, se funden factores distantes y distintos, que ni siquiera tienen que ser opuestos “en este vasto escenario que es mi mente y todas las mentes.” (“Carta a mí”: Maxim).

Esas mezclas y deslices son, para mí, lo señalé, algunas de las modalidades usadas por el poeta tanto para desrealizar como para construir realidades. Esto significa, por un lado, que la literatura/ esta literatura no es un “reflejo de la realidad” (¿podría existir una que lo fuera?), pero que, paralelamente, este universo poético incorpora y evidencia principios –materiales e intangibles- que conocemos y reconocemos en nuestras cercanías: calles y lugares, entre muchos, pero, asimismo: gratitud, consecuencia, amistad, resentimiento, compañía, comunidad, tristeza y, muy privilegiadamente: la historia de Chile, la remota y la diaria que vamos -y se va- urdiendo segundo a segundo.

Si trasladáramos uno de los poemas de Cuevas a las artes visuales no sería nunca hiperrealista porque siempre, como de soslayo, faltaría una pincelada o habría un trazo inexacto o un giro impensado, que termina produciendo un cierto desajuste o distancia con la (llamada) “realidad-real”, que obliga a mirarla de manera más sensible y atenta, desde un ángulo cambiante. Y si de vecindad con otras artes hablamos, habría que examinar el contacto de esta obra con el Arte Pop y no sólo por la constante mención de tiendas, publicidades y canciones y sus letras, de cantantes y actores y “famosos” (Gardel, Elvis, James Dean, Teillier, Los Beatles, Skármeta, Neil Armstrong, Fidel Castro, Garrincha, Juan el Bueno), del enfoque de primeros planos, del uso del collage y la ironía, entre otros rasgos.

A simple vista, la poesía de Cuevas puede parecer sencilla porque, por lo general, está dicha en un lenguaje llano: coloquial, incluso, tanto como muchas de las situaciones que son presentadas, con frecuencia, en modo narrativo. A veces, entonces, hasta podemos pensar que él no hace más que escribir la cotidianeidad, sin variarla demasiado. No obstante, si nos detenemos en esa sencillez, siempre queda en evidencia esa pequeña fisura, un torcimiento, una suerte de “falla geológica” buscada o fantaseada por el poeta y cuyo efecto, en el texto y su lectura, puede producir un temblorcito o llegar hasta un sismo mayor por un cambio –inhabitual, sorprendente- de sentimientos, de léxico, de conductas, de tono, de perspectiva, de ideas.

*Este texto es una versión abreviada del prólogo de la antología poética «Ex-chile» (Editorial Universidad de Valparaíso, 2021).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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