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Festival de la Ciencia: celebremos la curiosidad, pero en serio CULTURA|OPINIÓN

Festival de la Ciencia: celebremos la curiosidad, pero en serio

Pablo Astudillo Besnier
Por : Pablo Astudillo Besnier Ingeniero en biotecnología molecular de la Universidad de Chile, Doctor en Ciencias Biológicas, Pontificia Universidad Católica de Chile.
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Celebrar la curiosidad debiese ser un objetivo permanente no solo de nuestra institucionalidad científica, sino también de todos los organismos que desarrollan investigación. Y una celebración de la curiosidad debiese extenderse no solo a los festivales de divulgación científica (actividades que son indudablemente valiosas y necesarias), sino también a la valoración del quehacer de las propias investigadoras e investigadores, en todo nivel, desde sus etapas formativas hasta su trabajo de investigación, con mejor financiamiento, mejores incentivos que reduzcan la competitividad extrema de nuestro actual sistema de apoyo público, mejores mecanismos de evaluación, y mejores políticas científicas. Celebremos la curiosidad, pero en serio.


Esta semana comienza una nueva versión del Festival de la Ciencia (FECI), bajo el lema “celebremos la curiosidad”. La elección del lema resulta curiosa, considerando que en nuestro país se ha estado configurando un sistema de fomento a la investigación científica que, en conjunto con un discurso de marcado carácter economicista, no solo promueve, sino que castiga incluso, la investigación motivada por curiosidad.

Partamos con el propio sistema público de apoyo a la investigación científica. En la práctica, existe solo un programa público (el “Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico”, FONDECYT) que financia investigación motivada por curiosidad a nivel individual (es decir, en la que son las y los investigadores quienes promueven las temáticas específicas que serán materia de investigación).

Este programa, ya cumplió una década de estancamiento absoluto, pese al crecimiento sostenido en el número de postulantes en años recientes. Por ejemplo, en la versión “Regular” del concurso (que financia a investigadores ya consolidados), el número de postulaciones en la última década aumentó en un impactante 70,5%, mientras que el número de proyectos adjudicados cayó en un 2,5% en el mismo período.

El dato anterior debe ser puesto en perspectiva: el programa FONDECYT en realidad financia proyectos con diversas vocaciones, tanto de investigación básica como aplicada, así como de investigación en temas supuestamente “irrelevantes” como otros que podrían considerarse “estratégicos” o “misionales” para el país. En consecuencia, no necesariamente la totalidad de los proyectos FONDECYT constituye “investigación por curiosidad”.

Por otro lado, los restantes programas públicos de apoyo a la investigación, o bien no tienen una escala significativa (como es el caso del “Programa de Atracción e Inserción”), o bien financian investigación asociativa (es decir, para grupos), beneficiando a investigadores que —por regla general— ya poseen una trayectoria consolidada y financiamiento desde otras fuentes. Además, algunos de los programas asociativos poseen cierto nivel de orientación estratégica, por lo que no calzan adecuadamente con la noción de “investigación por curiosidad”.

Finalmente, desde la instalación del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, lentamente han ido surgiendo instrumentos que, si bien son de una escala incipiente, son claramente “orientados por misión” (es decir, la decisión sobre qué temas investigar recae en las autoridades o los expertos de turno, quienes eligen las “misiones”, “desafíos” o “retos” respectivos). En sí mismo, este fenómeno no es negativo (después de todo, el país requiere más ciencia orientada a responder nuestros desafíos más urgentes).

Sin embargo, aquí yace un problema doble: por una parte, el surgimiento de estos nuevos instrumentos ocurre a expensas del necesario y urgente crecimiento del financiamiento para la investigación motivada por curiosidad (como queda en evidencia al analizar las cifras del programa FONDECYT); por otro lado, esta decisión ha estado acompañada de una elección de “misiones” y “desafíos” con escasa deliberación y participación ciudadana.

Este último punto nos lleva a analizar no solo el problema del financiamiento científico (abordado aquí de forma muy simplificada, por razones de espacio), sino también los relatos políticos que acompañan las justificaciones del fomento de la investigación científica. En este ámbito, existe un gran relato que domina el actual debate público: el del “Estado Emprendedor” y las “misiones”, y que ha ganado gran popularidad en años recientes.

Desafortunadamente, la buena intención que motiva este relato (como lo es sin dudas el deseo de resolver, gracias a una participación más activa del Estado, algunos de los problemas más apremiantes que enfrenta nuestra sociedad) se ve empañada por un menosprecio de la evidencia que muestra que la curiosidad científica y la ciencia básica son fundamentales no solo para una ciencia que aborde los desafíos económicos y productivos, sino también los sociales y políticos. Por cierto, este relato en torno a las misiones es el que domina las propuestas sobre ciencia e innovación de algunas candidaturas presidenciales, por lo que la escasa valoración de la curiosidad científica amenaza no solo con extenderse, sino también con profundizarse.

Ante este escenario, difícilmente un festival que celebre la curiosidad hará una diferencia sustantiva. Más aún, cabe preguntarse sobre los efectos a largo plazo de este tipo de iniciativas, toda vez que se enseña, en particular a nuestras niñas y niños, que la curiosidad científica es un atributo valioso, mientras que ese mismo atributo no es valorado, ni menos apoyado de forma decidida, cuando alguien decide emprender una carrera profesional en la investigación.

Celebrar la curiosidad debiese ser un objetivo permanente no solo de nuestra institucionalidad científica, sino también de todos los organismos que desarrollan investigación. Y una celebración de la curiosidad debiese extenderse no solo a los festivales de divulgación científica (actividades que son indudablemente valiosas y necesarias), sino también a la valoración del quehacer de las propias investigadoras e investigadores, en todo nivel, desde sus etapas formativas hasta su trabajo de investigación, con mejor financiamiento, mejores incentivos que reduzcan la competitividad extrema de nuestro actual sistema de apoyo público, mejores mecanismos de evaluación, y mejores políticas científicas. Celebremos la curiosidad, pero en serio.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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