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Libro «Actos furtivos»: algo de fuerza vital indestructible CULTURA|OPINIÓN

Libro «Actos furtivos»: algo de fuerza vital indestructible

Los personajes del escritor valdiviano Rubén González Lefno disfrutan apasionadamente de esta épica de lo fugaz, de lo cotidiano trascendente, pues esperan todo un día para encontrarse en el elevador de un edificio, lo único que importa «la embriagadora satisfacción de los sentidos» y luego la ausencia, los recuerdos, la búsqueda desolada por ambas partes, el progresivo deterioro físico y mental hasta desaparecer. En una ciudad sin rostro, sin identidad, sin lazos humanos o afectivos.


Rubén González Lefno, gestor cultural de Valdivia, ciudad donde nació y ha desarrollado su prolífica labor, es autor de novelas como «Lo llamaban Comandante Pepe», libros de cuentos como «Neltume», y la investigación cultural «Historia del cine y video en Valdivia».

«Actos Furtivos», así titula su última entrega, un conjunto de cuentos que se divide en dos partes. La primera llamada «Desfiguraciones» y la segunda «Divertimento».

Comentaremos algunos cuentos de la primera parte.

Debemos mencionar que existen «actos furtivos» positivos, como donaciones o ayudas solidarias sin publicidad, y «actos furtivos» negativos,  como el ocultamiento de información, en ambos casos y, en términos generales, con consecuencias para sus autores.

En «El elevador», un empleado contable y su rutina de balances mensuales se encuentra en un ascensor con una mujer que lo deslumbra. Se encuentran en un café y conversan sobre trivialidades, mientras se desarrolla el subtexto que es el sexo.

El elevador se transforma en «una habitación privada, casi secreta y sugerente», donde ocurre el acto furtivo del sexo. Esta «habitación privada» presenta la dicotomía siguiente: a medida que sube en cualquier edificio los instintos van bajando en la pareja, hasta llegar a la genitalidad y luego, a medida que el elevador desciende surge la racionalidad en los personajes y salen de éste «cual educados ciudadanos».

Los personajes disfrutan apasionadamente de esta épica de lo fugaz, de lo cotidiano trascendente, pues esperan todo un día para encontrarse en el elevador de un edificio, lo único que importa «la embriagadora satisfacción de los sentidos» y luego la ausencia, los recuerdos, la búsqueda desolada por ambas partes, el progresivo deterioro físico y mental hasta desaparecer. En una ciudad sin rostro, sin identidad, sin lazos humanos o afectivos.

El cuento «El estudiante» comienza con una pregunta: «¿Qué sería de la casona?» Vale decir que en la literatura chilena la casona es un lugar donde siempre existe el misterio y que hoy día ya no se construyen casonas, la vida se desarrolla en estructuras con grandes ventanales, acero y vidrio.

Un estudiante llega a estudiar a la universidad y toma la pensión en una casona.

Su propietaria es una mujer de unos 50 años aproximadamente, con quien establece una relación personal íntima, la pasión los desborda y cualquier lugar llega a ser el apropiado para realizar el acto furtivo del sexo.

El sexo tiene un elemento negativo, pues las clases son relegadas de prioridad y el estudiante no sabe cómo resolver este tema no previsto.

Después del alejamiento del joven de ese lugar (se cambia de pensión), la casona se incendia con la dama incluida. Es el símbolo del fuego que destruye el viejo orden conservador para dar paso a la modernidad, pues la vida tiene ese dinamismo avasallador, esa renovación permanente.

En este cuento vemos a la mujer y su fragilidad, su dependencia del otro, su necesidad de resolver la soledad de sus días.

«Identidad», en tanto, comienza con la siguiente oración: «se convertiría en la leprosa de la familia»

El misterio se presenta por «lo que había descubierto», que la hacía desear jamás ser llamada por su nombre, menos por su apellido.

La narración en primera persona torna el relato interesante, pues muestra la interioridad del personaje mujer y su decisión de abandonar la familia.

De un día para otro la comodidad de una vida con las necesidades básicas satisfechas en su condición de estudiante universitaria. El padre proveedor de acuerdo a la estructura clásica de la familia tradicional con actividades furtivas que tendrán cobertura de los medios de comunicación. El padre, «uno de los agentes más sádicos». Entonces ese amor filial de la hija da paso al desconsuelo. La mujer, el ser humano femenino, como receptora de la tragedia familiar.

La solución es alejarse, partir, ir a otro lugar, a ese espacio primigenio donde su historia familiar sea olvidada, aunque sea ilusoria esta pretensión. La mujer como alguien que mira los hechos con objetividad aunque el padre diga «haber contribuido a la salvación de la patria»

Ella no se oculta en el negacionismo ni tampoco en la comodidad de su entorno sin saber «si caminaría sobre las olas o un horizonte aplastado de techumbres», toma una decisión con coraje, arrojo y valentía.

En «Crónica roja», al personaje le apasionan los asesinatos, accidentes, asaltos y sus experiencias como periodista son relatados a su pareja que es una interlocutora pasiva. A medida que transcurre el relato se van entregando las claves para una crónica atractiva para los lectores, a saber: título novedoso, empatía con las víctimas, un ágil comienzo del texto. La pareja del periodista se resiente del abandono y soledad de sus días y siendo proactiva toma su soledad como un aliciente para vivir y establecer una relación con otro hombre que es casualmente descubierta por el periodista.

Los actos furtivos de ella le permiten al personaje poner en práctica la experiencia adquirida en el reporteo de robos, crímenes, asaltos y comenzar a pensar en cruzar la barrera de lo moralmente aceptable para vengar el honor de hombre traicionado. Él llevará al límite su pasión profesional y ejecuta furtivamente un crimen que presumiblemente quedará impune, dejando entrever cuales son los límites de un buen profesional.

¿Es posible utilizar los conocimientos profesionales de manera arbitraria, en beneficio propio? castigado tanto social como judicialmente.

Esta primera parte de «Actos furtivos» está centrada en personajes citadinos, con vidas rutinarias, como la mayoría de los seres humanos que habitan ciudades grises, con escasa relaciones humanas satisfactorias, donde el sexo es un refugio momentáneo.

Estas vidas son agitadas por actos ocultos que han realizado los personajes y que son reñidas con la moral clásica. Son las mujeres las que llevan consigo la toma de decisiones para bien o para mal. Son ellas las que se resienten de los actos de los cercanos, las que sufren la soledad, el abandono, la ausencia, la apatía, el desconsuelo.

Hay algo de fuerza vital indestructible aunque en el relato no tengan nombre propio -ya sean jóvenes o adultas, profesionales o dueñas de casa- como la vida misma.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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