Galileo subió a la torre de Pisa para tomar altura, y sus observaciones cambiaron al mundo. Luego miró el cielo con un catalejo. El resultado fue observar -por primera vez- cuerpos que evidentemente giraban en torno a un objeto distinto que la Tierra (las lunas de Júpiter). Esta medición terminó de sepultar la teoría geocéntrica del universo y casi le cuesta la vida en manos de la inquisición. Defendió sus mediciones con todos sus bríos, y pagó con arresto domiciliario vitalicio sus desobediencias. Pero valieron la pena sus esfuerzos, porque una medición es más que una opinión, y Galileo lo sabía.
Uno de los aspectos que más me gusta de la ciencia, es que todas sus preguntas, en particular las más controversiales, se deben poder decidir mediante un experimento. Las preguntas que no pueden resolverse mediante un experimento, son cuestión de la filosofía, el arte o la religión, pero no de la ciencia. La filosofía, arte y religión son actividades valiosas en sí mismas, pero es importante trazar una línea clara que las divide de las ciencias. Esta línea es la facultad de responder sus preguntas mediante una medición.
Aristóteles postuló que los objetos más pesados caían más rápido hacia el suelo, pues esta era su naturaleza. Esto parecía tener sentido común, estaba en línea con su visión de mundo, y en algunos casos de hecho así ocurre, por ejemplo, cuando comparamos la caída de una pluma con la de una piedra. No había necesidad de medir. Era una verdad evidente.
Galileo, también se hizo preguntas filosóficas sobre qué hace que los cuerpos se muevan y se dejen de mover, pero a diferencia de Aristóteles, buscó respuestas en observaciones y experimentos. La historia cuenta que soltó pares de esferas de distinto peso desde el balcón de la torre de Pisa y, para sorpresa de los aristotélicos, estas llegaban de forma simultánea al suelo, independiente de su peso. La pluma era un caso particular en que el aire retrasa considerablemente su caída. Para una esfera pesada, el roce del aire es despreciable (al menos a bajas velocidades), así que se cumple la regla general.
Es común escuchar el argumento de que no todo es cuantificable, y ciertamente esto es así, pero el universo de fenómenos medibles es mucho más amplio de lo que parece. Por ejemplo, no es fácil cuantificar la sensación de ansiedad. Probablemente ni siquiera podamos ponernos de acuerdo en una única definición de ansiedad, pero ciertamente es posible crear un cuestionario que evalúe la frecuencia de emociones que en alguna cultura se identifiquen con la ansiedad. Luego uno podría medir, por ejemplo, si una terapia psicológica, o el cambio de algún aspecto en la vida, genera una variación de ese indicador específico. Esto es un enfoque perfectamente científico.
Estas ideas son tan bellas como poderosas, siendo esencialmente las bases del método científico. Han demostrado su potencial de forma espectacular, modificando el mundo a un punto que ningún habitante del medioevo podría haber imaginado.
Es por esto que sorprende escuchar voces que plantean la medición como algo perverso, como una cosa del pasado de la cual nos debiéramos alejar. Dejar de medir puede ser tranquilizador en el corto plazo, pero no da resultados. No permite evaluar qué hicimos bien y que no, cuál es el impacto de nuestras políticas o decisiones, o que debiéramos cambiar. El resultado de la medición puede ser indeseado, pero es mejor saber, que no saber. En el caso de las políticas públicas, el solo ejercicio de definir qué medir, exige acordar en gran medida el objetivo, aunque no esté claro el camino para lograrlo. Tal vez lo más importante de todo, es que el resultado de una medición no es una opinión, sino un hecho, y en un mundo cada vez más dividido en sus opiniones, nos vendría muy bien descansar un poco en los hechos.
Comparto que en algunas disciplinas se ha sobre-simplificado el problema de la medición, creando indicadores que luego se nos propone (o exige) maximizar. Este enfoque tiene sus riesgos, especialmente en actividades difíciles de reducir a un indicador, pero que sea difícil no significa que sea imposible. Es mejor hacer el esfuerzo de ponerse de acuerdo en que queremos maximizar, que dejar de medir.
Galileo subió a la torre de Pisa para tomar altura, y sus observaciones cambiaron al mundo. Luego miró el cielo con un catalejo. El resultado fue observar -por primera vez- cuerpos que evidentemente giraban en torno a un objeto distinto que la Tierra (las lunas de Júpiter). Esta medición terminó de sepultar la teoría geocéntrica del universo y casi le cuesta la vida en manos de la inquisición. Defendió sus mediciones con todos sus bríos, y pagó con arresto domiciliario vitalicio sus desobediencias. Pero valieron la pena sus esfuerzos, porque una medición es más que una opinión, y Galileo lo sabía.