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“Verde Sur”, un nuevo poemario de Guadalupe de Loncoche CULTURA|OPINIÓN

“Verde Sur”, un nuevo poemario de Guadalupe de Loncoche

José Miguel Ruiz
Por : José Miguel Ruiz Escritor, poeta y profesor de Castellano (UC). Ha publicado, entre otros libros, “El balde en el pozo” (poesía, 1994), “Cuentos de Paula y Carolina” (narrativa, 2011) y “Gramática de nuestra lengua” (2010). Mención Honrosa en los Juegos Literarios Gabriela Mistral de la I. Municipalidad de Santiago, 1975. Primer Premio en el Concurso de Poesía de la P. Universidad Católica de Chile, 1979. Premio Municipal de Arte, Mención Literatura, de la I. Municipalidad de San Antonio (1998).
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Valioso en la poeta es que su experiencia poética es verdadera y se la siente como tal; sus poemas son sencillos respecto del lenguaje; prevalece en ellos la mirada poética del mundo en que vivimos, y del suyo en relación con sus orígenes, sus referentes políticos e históricos, los elementos de la realidad que la interpelan (un tren abandonado, una abeja, el cartero, unas golondrinas, etc.), con el amor, la pobreza, el paso del tiempo o lo breve de este, en definitiva, la incertidumbre y fugacidad de la vida y la eternidad de la muerte.


En una pequeña edición publicada en noviembre de 2022, Guadalupe Becerra, la poeta Guadalupe de Loncoche, su lugar natal, nos entrega “Verde Sur”, poemario que ha divido en tres partes: Histórica, Lárica y Lírico, según el sentido o unidad de los poemas que conforman cada una de esas, con prólogo del escritor y poeta Miguel Moreno Duhamel. Ambos pertenecen a la Sociedad de Escritores de Chile (SECH).

Un libro “leve como la menta” (expresión que conocí de Enrique Lafourcade). De esos que se publican en pequeñas ediciones, casi para los más cercanos o para ser “leído por amigos desconocidos/ en trenes que siempre se atrasan/ o bajo los castaños de las plazas aldeanas” (Jorge Teiller), pero que sin embargo contienen la intensidad de la poesía, y nos hablan directa o indirectamente de la visión poética de la realidad, del “habitar poéticamente en esta tierra”, esto es, encontramos en ellos poemas arraigados en una experiencia poética genuina, como si nos adentráramos en un bosque desconocido y halláramos allí la “flor azul” o el poema que quizás habíamos buscado, o el canto de pájaros que nos conmueve cuando no lo esperábamos. En fin, la poesía que está a veces oculta, pero en su esplendor donde florece primaveral, en la pequeña edición o en aquella otra espléndida que ha trascendido hacia el público en el tiempo.

Guadalupe de Loncoche escribe desde la mirada de la poeta con su pasión, atenta a la realidad para descubrir en esta lo que llevará al “resto de la tribu”, después de su incursión en esa forma particular de “habitar el mundo”. Es una poeta que canta a sus referentes históricos y políticos, pero también al sauce llorón, a la abeja, a una cabra, al arcoíris, al amor de piel y fuego; habla de la vida fugaz y de la muerte eterna, del tiempo que se acorta habiendo todavía tanto por hacer, y de su lugar natal entrañable, Loncoche.

Citamos: “Loncoche, pueblo amado y mío,/cruel destino, de tu regazo me arrancó,/pero mis raíces, están aquí,/por ti vuelvo siempre,/a llevarme alegrías,/a dejarte mi dolor.//Largo es el invierno en calles/extrañas, lluvia sucia, todo gris,/aquí, en tus calles,/recibo la lluvia, pura, diáfana,/que resbala por mi piel/refrescándome el alma […] Me quiero extasiar de verdor,/de olor a hierba, de sol,/llenar de azul mis ojos,/ mirando tus diáfanos cielos,/llevarme un puñado de estrellas,/recogidas en tus noches serenas” (“Loncoche”, pág. 26). Un canto al lar natal, una vuelta a casa, verla ahora en su vastedad o dimensión poética.

Otros poemas: “Árboles raudos, corren a consolar/el fogón, que solo se apaga/en mi verde sur.//Bosques, ríos, puentes,/todo lo cruza el viejo tren,/huelo el suspiro/de la locomotora, el carbón de Lota/alimenta su fuelle,/cual dragón, serpentea por los rieles” […] (“El tren abandonado”, pág. 29).

“Nos abraza la muerte/con el primer vagido de vida,/y será más fiel/que la sombra.//La vida tan delgada/como el aire,/fuerte como el viento/y cabe en un suspiro.//Sufre, goza,/embriágate de sentimientos,/es incierto vivir, eterna la muerte” (“Vida y muerte”, pág. 35). Un llamado a vivir, el carpe diem clásico.

“Coqueta, pelo teñido, boca pintada,/vieja, pero digna, surcada la piel,/gastada la voz, que no dejo de alzar/cuando la hiel se me va por las venas. //Con un corazón cruzado a dolores,/que late embravecido,/cuando veo a los pobres humillados.//Recojo ternura de manitas pequeñas,/ escondo mis penas, en eterna sonrisa.//Admiradora del que cae y se levanta,/del que no baja la cabeza/ni calla injusticia.//Hembra a morir de mi hombre,/pero su peor enemiga,/cuando este, Hombre no es” (“Autorretrato”, pág. 47). Sinceridad, afirmación de convicciones, sentido social ante los “humillados y ofendidos”, total para su amado, pero también su “peor enemiga” si no es recíproco todo. Tal vez humor e ironía en la descripción inicial. También Neruda y Parra en la memoria de la poeta.

“La muerte en todo instante, se desliza por mi sangre/y pensamiento.//No será gris ni solitario mi momento./Tendré algún recuerdo que me llore” (“Mi momento”, pág. 51). La muerte nuevamente, pero quedará algo de lo que se ha hecho. La poesía ofrece esa suerte de permanencia. Un poema no muere, siempre será el recuerdo de una estrella fugaz o las palabras que, aun ocultas u olvidadas, permanecen, ajenas al tiempo.

Valioso en la poeta Guadalupe de Loncoche es que su experiencia poética es verdadera y se la siente como tal; sus poemas son sencillos respecto del lenguaje; prevalece en ellos la mirada poética del mundo en que vivimos, y del suyo en relación con sus orígenes, sus referentes políticos e históricos, los elementos de la realidad que la interpelan (un tren abandonado, una abeja, el cartero, unas golondrinas, etc.), con el amor, la pobreza, el paso del tiempo o lo breve de este, en definitiva, la incertidumbre y fugacidad de la vida y la eternidad de la muerte: “Es tan incierta la vida,/eterna la muerte” (“Vivir, vivir”, pág. 52). No solo la fugacidad de la vida, sino la incertidumbre ante esta, y la muerte que nos espera “con sus fúnebres ramos”, y es eterna. Vivir es lo que resta. En estos dos breves versos está implícita la invitación a vivir, al carpe diem.

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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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