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“La familia” de Sara Mesa: una novela sobre la vida gris de la clase trabajadora CULTURA|OPINIÓN

“La familia” de Sara Mesa: una novela sobre la vida gris de la clase trabajadora

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Nicolás Bernales
Por : Nicolás Bernales Escritor y columnista literario. Ha publicado el libro de cuentos "La Velocidad del agua" (Ojo Literario 2017), por el cual se adjudicó el Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura en el área de creación. En 2023 publicó la novela "La geografia dell` esillio", Edizioni Ensemble. Roma.
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Habitado por personajes sin brillo y algunos de ellos un poco tontos y amargos. De lugares feos, asfixiantes y opresivos. Suburbios, solares solitarios y ruinosos de donde Martina y Aquilino quizás puedan escapar, acercarse a otro tipo de luz, pero eso no lo logramos ver, solo lo suponemos. Porque el mundo que presenta la autora se concentra en los perdedores y su degradación. Esta pincelada monocromática limita el alcance vital de la novela, donde no hay contrapeso o ilusión.


Es cautivante la forma que utiliza la autora para introducirnos y luego merodear por los intersticios de esta familia de clase trabajadora, en apariencia común, hasta que deja de serlo. Como suele suceder cuando nos asomamos al interior de cualquier hogar.

De eso se trata la invitación de Sara Mesa, ilustrada en el primer capítulo de tan solo una página, donde una voz en segunda persona induce a mirar la “casa” más allá de la superficie. Invita a buscar en los puntos ciegos, en los recuerdos olvidados, a revelar las trampas:

«Mira con atención, pero no digas nada.
Solo mira y aprende.»

No hay novedad en querer retratar una familia, siempre ha sido materia prima de la literatura o de cualquier forma de contar una historia. Están ahí, su presencia es casi obligatoria. Pueden ser aparentemente felices o directamente desgraciadas, sus hermanos se pueden estar matando o uno de sus integrantes quiere liberarse de ella. Irremediablemente están ahí, y el material de trabajo a su alrededor es infinito.

En este caso la novedad reside en las múltiples miradas que escudriñan en el microcosmos de la familia. Descubre sus detalles íntimos y molestos haciendo uso de distintos puntos de vista, a través de capítulos que funcionan como relatos independientes que diseccionan un mismo material. Relatos que son protagonizados por distintos personajes, en su mayoría integrantes directos de la familia y en otras ocasiones, lejanos, como una vecina que los recuerda.

Los capítulos se suceden dando la espalda a cualquier asomo de linealidad. Estamos frente a una novela coral que abarca varias décadas. A veces nos demoramos en entender del todo quién es el protagonista o la época en que sucede el capítulo que comenzamos a leer, pero solo por unas pocas líneas, luego la bruma comienza a despejarse. Y sentimos la satisfacción de esa claridad alcanzada al comprender las piezas.

En este entramado de historias donde ninguna se impone sobre la otra, es la figura del padre quien domina el armazón del relato y a los demás miembros de la familia, sometidos bajo un excéntrico autoritarismo. Un control en apariencia suave y bien intencionada, pero contradictorio y asfixiante. Un control algo estúpido, obsesionado con la pedagogía y la rectitud, en manos de un personaje frágil y lleno de grietas.

La madre queda progresivamente opacada bajo su dominio, oprimida bajo una boba moralina. Durante el relato somos testigos de un solo periodo de rebeldía y reacción luego del nacimiento del primer hijo. Como si a consecuencia de ese suceso, hubiese vislumbrado por un momento la verdadera condición de su marido.

«Cómo diría…Tras nacer el primero se quedó bloqueada, bajo los pies solo encontró un suelo blando y sin consistencia, nada donde agarrarse, le cogió asco al marido.»

El caso de los hijos es distinto y variado entre unos y otros. Donde la obediencia va menguando con el paso del tiempo, la distancia y la perspectiva. Martina, una sobrina adoptada, enfrenta a la familia con duda y suspicacia frente a los mecanismos internos del hogar. Aquilino, el menor, no vacila en enfrentarlos y quitárselos de encima gracias a un nivel de inteligencia superior al de sus consanguíneos, el cual no es muy alto. Rosa y Damián, son los más afectados, se percibe la sombra del padre en sus actuar inmediato y futuro.

Estos detalles los vamos viendo en distintos aspectos de la vida de cada uno de sus integrantes, tanto al interior del hogar como fuera de este. Tanto en presencia como en ausencia de los demás, donde la familia sigue presente en el engranaje de cada uno.

Tal vez, lo que plantea la autora, y acá volvemos a esa invitación o llamado de la primera página: «no digas nada. Solo mira y aprende.» Es la capacidad que algunos logran desarrollar frente a los suyos. La capacidad de visitar el pasado, analizarlo y luego salir de ahí.

Pero no es una tarea fácil en el mundo que nos presenta Sara Mesa. Habitado por personajes sin brillo y algunos de ellos un poco tontos y amargos. De lugares feos, asfixiantes y opresivos. Suburbios, solares solitarios y ruinosos de donde Martina y Aquilino quizás puedan escapar, acercarse a otro tipo de luz, pero eso no lo logramos ver, solo lo suponemos. Porque el mundo que presenta la autora se concentra en los perdedores y su degradación. Esta pincelada monocromática limita el alcance vital de la novela, donde no hay contrapeso o ilusión.

Al terminar su lectura, se me vino a la cabeza, quizás como reacción o reflejo, la última escena de los 400 golpes de Truffaut. Cuando el personaje principal, el adolescente Antoine Doinel, escapa del reformatorio y corre en dirección al mar donde nunca ha estado. Es posible que la playa y las olas reventando contra la arena no vayan a solucionar sus problemas. Pero tal vez sí, por un instante, y ese instante es exquisito.

En la novela de Sara Mesa no hay donde correr, no hay mar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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