CULTURA
Crédito: Cedida
“La crueldad del sistema”: Carmen Rodríguez y su libro sobre masacres salitreras y la Tacna ocupada
Exiliada en Canadá, acaba de venir a presentar su libro “Atacama” en el GAM. “Lo que yo quería hacer, era mostrar este sistema que reprime, mata y es al mismo tiempo, el que los protagonistas enfrentan y contra el cual ellos luchan de manera creativa, con esperanza y con decisión”, cuenta.
El 22 de agosto recién pasado, en la librería del Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM), se llevó a cabo el lanzamiento de la novela “Atacama”, de la escritora chilena-canadiense Carmen Rodríguez (1948, Valdivia).
La novela narra la historia de Lucía Céspedes y Manuel Garay, personajes de extracciones sociales muy dispares, pero cuyas vidas se entrelazan inexorablemente a partir de los doce años de edad.
¿Qué los hermana? Las acciones del padre de Lucía, oficial del las Fuerzas Armadas chilenas; pero también los aúna la convicción de que el arte y la escritura son instrumentos claves en la denuncia de abusos e injusticias, la preservación de la memoria, y la defensa de la belleza, la verdad y la esperanza.
Publicada en inglés en 2021 (Halifax & Winnipeg [Canadá], Fernwood-Roseway Publishing), “Atacama” fue galardonada con una Mención honrosa de los «Latino Book Awards» en 2022.
Rodríguez se exilió en Vancouver, Canadá en 1974. Es la autora de Guerra Prolongada/Protracted War (Toronto, Women’s Press, 1992), un volumen de poesía, De cuerpo entero (Santiago, Editorial Los Andes, 1997), una colección de cuentos, Mención honrosa del Premio municipal de literatura de Santiago (1998) y and a body to remember with (Vancouver, Arsenal Pulp Press, 1997) su contraparte en inglés, finalista de los Vancouver Book Awards (1998); la novela Retribution (Toronto, Women’s Press Literary, 2011), segundo lugar de los International Latino Book Awards (2012); y la versión en inglés de Atacama (Halifax, Fernwood-Roseway Publishing, 2021), Mención honrosa de los International Latino Book Awards (2022). Además, Retribution se publicó en noruego como Chiles Døtre (Oslo, Juritzen Forlag, 2013). Durante los últimos treinta años, Rodríguez ha sido una escritora bilingüe (inglés-español) ya que utiliza una metodología que ella llama “mi método del balancín”, el cual consiste en desarrollar sus escritos yendo y viniendo entre los dos idiomas.
Egresada de la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile y con títulos de post-grado de la Universidad de Columbia Británica y la Universidad Simon Fraser, Carmen Rodríguez también cuenta con una larga trayectoria en los campos de la educación y el periodismo, habiendo desarrollado proyectos educativos con comunidades indígenas, practicado la docencia en colegios, institutos y universidades, trabajado como corresponsal de Radio Canadá Internacional y participado en el colectivo que creó y publicó la revista bilingüe Aquelarre.
En la ocasión, la autora conversó con el escritor, periodista y analista internacional Carlos Monge Arístegui.
– ¿Qué elementos autobiográficos están presentes en esta obra?
– Mi padre contaba entrenidísimas anécdotas de cuando era chico. Él creció en la pobreza extrema en el norte, ya que era hijo de minero y lavandera y también trabajó en las minas del salitre como limpiador de trituradoras. No fue hasta mucho más tarde que mis hermanos y yo nos dimos cuenta que realmente eran cuentos de una niñez terrible, en la que solamente cuatro de 13 hermanos llegaron a ser adultos. Mi abuela también murió joven, de tuberculosis. En fin, una tragedia, pero que mi padre infundía con aventura y humor.
Mi mamá nunca contaba cuentos; ella recitaba… Hasta que en su lecho de muerte nos dijo que nos iba a contar algo que nunca se lo había contado a nadie. Nosotros sabíamos que ella había nacido en Tacna, cuando Tacna estaba ocupado por Chile… A ella no le daban permiso para salir a jugar con las niñitas peruanas, porque ella era chilena y los chilenos eran “superiores”, pero mi mamá siempre fue rebelde así es que ella igual se arrancaba al río todas las tardes mientras sus padres dormían la siesta.
Y una de esas tardes, sintieron un ruido tremendo y vieron que por el río se venía una turba oscura que traía de todo. Lograron subirse a un árbol y de ahí vieron llegar esta turba de agua, animales, árboles… y cadáveres humanos… Lograron salir de ahí y más tarde, ya en su casa, mi mamá escuchó a su padre, quien era militar, lamentarse de que el río se hubiera subido, lo que sucedía solamente cada 100 años, cuando caían lluvias en la Cordillera; lamentarse de que el río había traído los cadáveres de las familias peruanas, que ellos, el Ejército de Chile y las ligas patrióticas, habían “eliminado” para que no pudieran votar en un plebiscito que se iba a hacer ese año, el cual iba a decidir si la ciudadanía de Tacna quería que la ciudad volviera al Perú o siguiera siendo parte de Chile.
Así, mi mamá se dio cuenta de que esos cadáveres eran de la gente que mi abuelo y sus compinches habían asesinado… Años después, yo empecé a hacer investigación sobre la masacre de Tacna y me encontré con la masacre de la salitrera La Coruña, que también sucedió en el año 1925… Eso me llevó a hacer conexiones, a acordarme de los cuentos de mi papá, y ésa fue la génesis autobiográfica de Atacama.

Trabajadores del salitre. Crédito: Memoria Chilena
– La estructura narrativa está articulada sobre una especie de círculo concéntrico o ciclo del eterno retorno, donde se van produciendo estos hechos: la matanza en la Tacna peruana, la masacre de La Coruña, la Guerra civil española… Carmen, ¿por qué esa obsesión tuya con el tema de la derrota y qué lección positiva podemos sacar de esto?
– Yo no tengo ninguna obsesión con la derrota, pero que (las derrotas) nos persiguen, sí, nos persiguen; y ésa es la realidad histórica que les toca vivir a estos personajes, la cual está ahí como trasfondo; pero, en verdad, no solo como trasfondo, sino que como interlocutor de sus vidas. Esa realidad histórica los impulsa a vivir una vida en constante relación con ese medio, del cual no pueden escapar, pero que al mismo tiempo ellos, a través de su ideología, de su crecimiento, de su darse cuenta de por qué las cosas pasan como pasan, se transforman en personas muy políticas, pero también en personas que ven el arte y la escritura, que usan el arte y la escritura como su manera de incidir en ese medio. Pero yo no quiero que piensen ustedes que éste es un libro oscuro… Éste es un libro optimista, dinámico, lleno de esperanza.
– En conversaciones que mantuvimos en estos días, hablábamos de cómo te inspiró mucho la figura de Belén de Sárraga, que es un poco la base de un personaje, una española anarquista que (en la novela) se llama Asunta. Belén de Sárraga era efectivamente una española que daba conferencias, recorría el mundo hablando de la problemática social, pero al mismo tiempo también de la problemática propia de las mujeres, que sufrían como un doble sojuzgamiento, por llamarlo de alguna manera.
– Sí, y una de las cosas que me llamó mucho la atención y que fue una sorpresa muy buena para mí cuando empecé a investigar todo esto, fue que las mujeres de principios de siglo, las mujeres trabajadoras, las mujeres obreras eran increíbles, eran combativas. En su gran mayoría eran anarquistas, tenían sus periódicos, publicaban, se organizaban y esta mujer que no era española sino catalana, era Belén de Sárraga, una dirigente anarquista que vino a Chile invitada por la FOCH, la Federación obrera de Chile, dirigida por Recabarren – fue invitada a dar charlas por todo Chile.
Ella formó grupos que se llamaban “Círculos de mujeres libre-pensadoras”; eran totalmente anti-iglesia, anti-catolicismo, anti-clericales; eran ateas, organizaban a las mujeres trabajadoras, tenían sus debates y sus presentaciones de por qué la mujer debía dejar la iglesia y dejar todo ese bagaje que le impedía crecer y ser partícipe de las luchas sociales. Eran mujeres que incluso usaron la palabra “feminista”, pero siempre en el contexto de la mujer obrera; eran feministas, socialistas, anarquistas, interesadas en la organización y la lucha obrera. No les interesaba el derecho a voto porque a los anarquistas no les interesaba votar, no querían votar en un Estado burgués, no creían en el Estado burgués; por tanto, todo lo que fuera votar y participar en la política tradicional, no les interesaba. Lo que les interesaba era la Revolución. Y para eso se organizaban.
Pensemos en que estamos a principios de siglo XX, estamos en los primeros 25 años del siglo, la Revolución rusa ha triunfado, en el siglo XIX ha habido rebeliones en Francia, la comuna de París, en fin… La Revolución es palpable, la Revolución en la mente de todos estos trabajadores es palpable, es posible y para eso luchan, no para un asiento en el Congreso o un voto en el Senado; no, eso no les interesaba, les interesaba hacer la Revolución. Y para eso escribían, se organizaban, sacaban sus periódicos, hacían sus protestas.

La masacre de La Coruña.
– En este libro son muy importantes las mujeres, y de hecho yo me llegué a preguntar si no hay un poco de bronca hacia los hombres, porque el único personaje masculino que reúne todas las virtudes es, por supuesto, Manuel, pero el padre de Lucía es un ser horripilante.
– Pero, ¿por qué lo es? Porque los milicos que reprimen y matan y torturan son personajes horripilantes. Claro, (Ernesto Céspedes) es un psicópata, y eso lo vemos, lo hemos visto, lo seguimos viendo en la vida real… Lo que yo creo, y espero que haya podido hacer en el libro, es plantear, no una cosa anti-hombre, ni mucho menos, sino que presentar la crueldad de un sistema.
La cuestión no pasa exclusivamente por lo del género y el sexo; pasa por un sistema capitalista que ahora tiene manifestaciones extremas con el neoliberalismo, y ese sistema hace uso de lo que tenga a mano para seguir subsistiendo, para seguir floreciendo. Entonces, en el libro, lo que yo quería hacer, era mostrar este sistema que reprime, mata y es al mismo tiempo, el que los protagonistas enfrentan y contra el cual ellos luchan de manera creativa, con esperanza y con decisión.

La autora en su juventud. Crédito: sitio web de Carmen Rodríguez
Desarraigo
– Desde hace ya varias décadas vives desarraigada de tu lengua materna, empleando lo que tú llamas la metodología del balancín o sea saltando desde el español chileno hasta el inglés canadiense. ¿Cómo se refleja esa experiencia en el entretejido de los textos que trabajas?
– Mi primer libro fue de poesía y yo no escribí la versión en inglés porque era una recolección de cosas que había estado trabajando por años… Entonces, ese libro lo tradujo Heidi Neufeld Raine, conmigo.
También empecé a pulir varios cuentos que ya tenía escritos y entré a un taller con otras escritoras canadienses. Nos juntábamos una vez por mes y yo siempre andaba apurada viendo quién me podía traducir el cuento para la sesión siguiente.; y claro, tenía amigos y amigas que eran muy buenos traductores y que me hacían la “paleteá”, pero yo nunca quedaba contenta. Entonces, en el taller me preguntaron por qué no traducía yo misma mi trabajo. Y yo –ay que no, que cómo, si el inglés es mi segunda lengua y nunca sé si es “on” o “in” o “at”… –Eso no importa, eso después se arregla. ¡Intenta!– me dijeron.
Así empecé, pero lo que me pasó fue una cosa bastante interesante: empezaba a traducir del castellano al inglés y de repente se me ocurrían otras cosas, el inglés me abría otras puertas en la cabeza y seguía escribiendo en inglés; después me daba cuenta –¡churra!, ahora voy a tener que traducir eso al castellano. Empezaba a traducir esa sección al castellano, y me pasaba lo mismo.
Así es que ése terminó siendo mi método de escritura; por eso yo le llamo “mi metodología del balancín”, porque voy y vengo entre los dos idiomas. Este juego se ajusta muy bien a quién soy yo, porque yo soy de los dos lados: soy de acá, acá pasé la época formativa de mi vida, pero hace más de 50 años que vivo en Canadá. Entonces, yo no puedo decir –soy chilena. No puedo decir –soy canadiense, y por eso me defino como chilena-canadiense, Y lo que escribo también refleja esa dualidad, esa doble sensibilidad, tanto con el idioma como con una perspectiva de vida, una visión del mundo.
– Tú viviste una etapa de tu juventud que fue muy marcante – yo he leído algunos cuentos tuyos donde hablas de ese momento: de Valdivia. Y yo descubrí -cuando fui a Vancouver- que Vancouver, la ciudad de tu exilio, es muy parecida a Valdivia: verde, boscosa, con las montañas como referencia a lo lejos y el mar… con olor a humedad y a leña. Entonces, ¿crees que ese tema del entorno climático se transmite de alguna forma en tu literatura?
– Yo nací en Valdivia y viví en Valdivia gran parte de mi niñez y juventud, con un intervalo de cinco años en Valparaíso, cuando era niña. Luego me vine acá a Santiago a estudiar en el Pedagógico y volví a Valdivia a trabajar; ahí fue donde nos pilló el golpe, a mi familia y a mí. Entonces, la lluvia, lo verde, el agua, el río son parte integral de mi paisaje interno, por lo que me siento muy en casa en Vancouver.
Pero quizás lo más lindo es esa sensación de humedad, ese olor a tierra, olor a verde, a leña que es parte de la vida. Entonces, cuando yo vuelvo a Chile, voy al sur, porque mi cuñadita y mi sobrina, ambas muy, muy queridas, y que están aquí porque vinieron desde Puerto Montt – ellas viven allá, entonces como Puerto Montt es muy parecido a Valdivia, ahí me siento totalmente en casa. Pero para más remate, me siento más en casa todavía porque mi cuñadita ha conservado su estufa a leña. Yo crecí con una estufa a leña, la que servía para cocinar y calentar toda la casa… Todo eso es una parte muy íntima de quién soy yo. La cocina era el centro de todo… Claro, la cocina y la estufa a leña…
– ¿Hay algo que quieras hablar en esta oportunidad única que tenemos en Chile?
– Quiero dedicarle esta presentación a todos los artistas y escritores que han sido asesinados por regímenes represivos, tanto en Chile como en el resto del mundo, y en particular a Refaat Alareer, escritor, poeta, profesor y activista palestino masacrado en Gaza en 2023, y a través de él a todo el pueblo palestino que resiste y se niega a ser obliterado en su tierra ancestral.
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