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“Cobija”: El documental que viaja a un pueblo donde el tiempo se detuvo CULTURA Crédito: Cedida

“Cobija”: El documental que viaja a un pueblo donde el tiempo se detuvo

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Camila Medina López
Por : Camila Medina López Periodista de la Universidad de Chile, con estudios en análisis político y producción audiovisual de la Universidad Católica. Autora del libro “Maestras de la Tradición Oral Rapanui” (Cuarto Propio).
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Un viaje íntimo y poético. Esa es la promesa del nuevo documental de la cineasta Pamela Pequeño, que tendrá su estreno el 23 de noviembre en el Cine Arte Alameda en el marco de FIDOCS.


Un tesoro escondido en el desierto más árido del mundo. Un lugar que emerge entre las ruinas de lo que pudo ser un imperio, una tribu o un caserío. Y una mujer que escribe al pasado y documenta –cámara en mano– un tiempo ajeno, en el pueblo de Cobija.

La documentalista Pamela Pequeño de la Torre, –autora de “La Hija de O’Higgins” (2001) y “Dungun, la lengua” (2012)–, escogió una pequeña caleta de pescadores en el norte de Chile para filmar su más reciente obra.

La decisión no fue azarosa. La cineasta, magíster en Estudios de Género y Cultura, pasó gran parte de su infancia recorriendo esas costas que forjaron su imaginario. Donde otros sólo vieron abandono y precariedad, Pamela vio paisajes espléndidos, historias olvidadas y un pueblo que, pese a todo, continúa habitando en armonía con la naturaleza.

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“La historia tiene algo de realismo mágico, pero no estereotipado, sino que, hecho desde aquí, desde Latinoamérica”, afirma la directora quien este año viajó a Francia para el estreno internacional de “Cobija” en el Festival de Cine de Toulouse. “Es un lugar al que probablemente nadie va a llegar nunca, y eso genera un interés especial para el público internacional”.

“Fui de los cero a los catorce años, todos los veranos, y ahí me enamoré del desierto, del norte de Chile, de su historia. Es un lugar apartado, lleno de mitos, leyendas, hay un cementerio antiguo, ruinas y la gente vive allí de una manera muy particular”, comenta la autora.

En esta obra, pasado, presente y futuro, se entrelazan en un mismo tiempo. La historia recorre los vestigios de lo que fue este territorio y lo que hoy representa ante ojos de muchos: “un pueblo fantasma”, atrapado en un tiempo ajeno, que la autora dibuja con fotografías, voces y filmaciones en Súper 8 mm.

Un territorio en disputa

Pero antes de ser escenario de una película, Cobija fue también un espacio en permanente disputa. Allí, entre Antofagasta y Tocopilla, en las tierras que alguna vez habitaron los changos, los españoles marcaron la primera frontera con el Virreinato del Perú. Años después, Simón Bolívar lo nombraría “La Mar”, principal puerto de la República de Bolivia –y el único que Bolivia ha tenido en su historia hasta nuestros días. Así, Cobija se consolidó como un bullente centro para el comercio de ultramar, que prometía prosperidad y riquezas a manos llenas.

Eso hasta que el auge del salitre trasladó el foco hacia Antofagasta y a la explotación minera en Gatico, al norte de Cobija, relegando al olvido a esta pequeña caleta. Siguieron terremotos y maremotos que arrasaron con todo. También, durante la Guerra del Pacífico, Chile la anexó como parte de su territorio y Cobija volvió a ser poco más que tierra, montaña y mar.

“Una trilogía que pone luz sobre aquello de lo que no se habla, se olvida y no se mira y que, sin embargo, nos pertenece a todos”.

El filme es la última parte de una trilogía que, simbólicamente, narra la vida de la autora y la búsqueda de sus raíces. Su primera película, “la Hija de O’Higgins”, reconstruye la historia de Petronila Riquelme O’Higgins, su tatarabuela mapuche, hija no reconocida del “padre de la patria”. Desde allí y como una forma de conectar con un pasado indígena remoto, Pamela llegó a “Dungún, la lengua”, largometraje que sigue los pasos de una profesora mapuche quien trabaja por rescatar la lengua de su pueblo.

Ahora Pamela prepara el estreno nacional de “Cobija”, una carta visual que realizó por años a esta comunidad en el desierto de Atacama. La directora vuelve al territorio, para seguir “el eco de un tesoro perdido”, adelanta la sinopsis.

– ¿Qué la hizo volver, después de tantos años, a esta caleta olvidada?

– Fui todos los veranos cuando era chica. Con el tiempo, mis tíos que tenían la casa allí fallecieron, y yo volví primero en 2007. No lo vi terrible ni abandonado, como otros me habían dicho; me encantó que la casa aún estuviera en pie. La película nace de esa exploración y de querer documentar este lugar que me formó. Es la última parte de una trilogía que pone luz sobre aquello de lo que no se habla, se olvida y no se mira y que, sin embargo, nos pertenece a todos”.

– El tiempo parece un eje de la película ¿Qué la impactó de la vida en Cobija comparada con el ritmo de la ciudad?

– Cuando llegas te preguntas: “¿Cómo vive la gente acá si no hay nada?”. Pero la respuesta, creo, es la libertad completa. No hay policía, no hay escuela, no hay iglesias, la gente vive de lo que pesca porque son profesionales del mar. Para nuestros ojos urbanos, viven con precariedad, pero ellos no son pobres.

– Partes del documental se grabaron en 8 milímetros y su sinopsis sugiere que aborda el tiempo de una forma especial. ¿Cuál es la dimensión temporal que explora?

– El documental es eso, te invita a un viaje a otra dimensión, a un pueblo que no vas a conocer, a una dimensión del tiempo que en la ciudad no existe. Aquí todo es rápido, instantáneo y desechable. Allá no. Allá vas por el desierto y encuentras una bicicleta oxidada de los setenta, el desierto la hizo suya. Sientes el tiempo. Es una invitación a un lugar que me enseñó que, “todo permanece”.

– Menciona que la gente de Cobija vive en “libertad completa”. ¿Qué aprendizajes se lleva sobre esta forma de vida en contraste con la vida urbana?

– El gran aprendizaje es la presencia absoluta con la que viven. El pueblo no había cambiado en décadas, pero ahora tienen paneles solares, lo que fue un avance gigantesco porque les dio luz eléctrica. Aunque tienen celulares y antenas satelitales, no viven conectados todo el rato. Mi hipótesis, y lo que fui a buscar, era la cercanía de la vida y la muerte. Ellos viven en el presente, aceptan lo que se les da, y esa es una presencia que no conocemos en la ciudad.

– Su documental tuvo un giro dramático con la muerte de Danilo, uno de los protagonistas. ¿Cómo influyó eso en la estructura final?

– Yo fui a buscar una historia y terminé de encontrarla en el rodaje, porque el protagonista murió. Danilo era el líder, el “viejo sabio” del clan fundacional. Estábamos allí para grabar en 2021 y a los dos días nos avisan que murió ahogado mientras buceaba.

Yo ya tenía la intuición de que allí la vida ya la muerte caminan juntas, y eso lo convertimos en el dispositivo narrativo del documental, asumiendo la muerte aunque dolorosa, como parte integral de la vida.

– Viajar y filmar en un lugar tan apartado en el desierto de Atacama debe haber presentado grandes desafíos. ¿Cuál fue la mayor dificultad para el equipo de rodaje?

– Lo más desafiante fue la logística, especialmente porque viajamos a finales de 2020 en plena pandemia. Tuvimos que ir en auto desde Santiago, lo que implicaba una ruta de 1.500 kilómetros dividida en dos tandas de diez horas. Nos fuimos en la etapa 1 de cuarentena, donde había que pedir permisos para salir de la ciudad, y no vimos un auto en la carretera hasta Los Vilos.

Pero más allá del viaje, la complicación real era que en Cobija “no hay nada”. No hay agua corriente, por lo que tuvimos que comprar y llevar toda el agua, la bencina para los motores y toda la comida que íbamos a consumir. Además, la casa donde nos quedamos no se arrienda fácilmente, por lo que tomó años de gestión poder conseguirla. Al final, estas condiciones extremas fueron lo que más nos puso a prueba, además de la dolorosa pérdida de Danilo.

– Después de este viaje personal ¿qué significa para usted haber terminado esta obra?

– Esta película es mi carta de amor a ese lugar que para mí es único. También, una forma de preservar su comunidad, su patrimonio y misterio, alcanzando y emocionando con el filme a personas que no llegarán hasta Cobija.

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